Otra característica de los grandes bufetes que David había acabado aborreciendo eran las largas reuniones. Reuniones para evaluar y analizar, para hablar del futuro del bufete, para planificar cualquier cosa, para dar la bienvenida a los nuevos, para despedir a los viejos, para ponerse al corriente de las novedades legislativas, para asesorar a los novatos, para ser asesorados por los veteranos, para hablar de bonificaciones, para discutir cuestiones laborales o de cualquier otro asunto de una lista interminable y aburrida. La política de Rogan Rothberg era trabajar y facturar sin descanso, pero se celebraban tantas reuniones que a menudo estas entorpecían tanto lo uno como lo otro.
Con esa idea en mente, David propuso a pesar suyo que los miembros de Finley & Figg celebraran una reunión. Llevaba allí cuatro meses y se había adaptado a una cómoda rutina. No obstante, le preocupaba la falta de cortesía y de comunicación que existía entre los otros miembros del bufete. La demanda contra el Krayoxx empezaba a eternizarse, de modo que los sueños de Wally de dar con un filón instantáneo se estaban esfumando. Los beneficios se resentían. En cuanto a Oscar, estaba cada vez más irritable, suponiendo que tal cosa fuera posible. De sus charlas con Rochelle, David se había enterado de que ninguno de los socios se sentaba a una mesa para hablar de estrategias o para manifestar sus quejas.
Oscar alegaba estar demasiado ocupado. Wally decía que esas reuniones eran una pérdida de tiempo. Rochelle pensaba que aquello era una tontería hasta que supo que la invitarían a participar y entonces le pareció fantástica. Siendo la única empleada que no era abogado, la idea de que fueran a darle la oportunidad de explayarse le pareció de perlas. Poco a poco, David logró convencer al socio más joven y al más veterano, y por fin Finley & Figg puso fecha a su reunión inaugural.
Esperaron a que dieran las cinco de la tarde, entonces cerraron con llave la puerta principal y descolgaron los teléfonos. Al cabo de unos momentos de cierta tensión, David dijo:
—Oscar, como socio más veterano que eres, propongo que dirijas la reunión.
—Muy bien —contestó este—. ¿De qué quieres hablar?
—Me alegra que me lo preguntes —contestó David, que repartió un orden del día donde figuraban los siguientes temas: el calendario de honorarios, el examen del caso, el archivo de documentos y la especialización—. Esto no es más que una sugerencia —añadió—. La verdad es que me da igual de lo que hablemos, pero creo que es bueno que expresemos lo que llevamos dentro.
—Me temo que has pasado demasiado tiempo en un gran bufete —replicó Oscar.
—¿Qué te reconcome, David? —le preguntó Wally.
—No me reconcome nada. Sencillamente creo que podríamos hacerlo bastante mejor a la hora de igualar nuestros honorarios y de revisar mutuamente nuestros casos. Además, nuestro sistema de archivos está totalmente anticuado, y como bufete no conseguiremos ganar dinero si no nos especializamos.
—Bien, hablemos de dinero —dijo Oscar, cogiendo una libreta—. Desde que presentamos la demanda contra el Krayoxx, nuestros beneficios han bajado por tercer mes consecutivo. Estamos gastando demasiado en esos casos y nuestra liquidez se resiente. Eso sí que me reconcome —concluyó fulminando a Wally con la mirada.
—Los beneficios de este caso están al caer —replicó este.
—Eso es lo que repites siempre.
—El mes que viene zanjaremos la indemnización del accidente de los Groomer y nos embolsaremos unos veinte mil dólares netos. No tiene nada de raro que pasemos por algún que otro momento de sequía, Oscar. Además, tú llevas en esto más que yo y sabes que siempre hay altibajos. El año pasado perdimos dinero durante nueve de los doce meses y aun así al final tuvimos un buen beneficio.
Alguien llamó a la puerta con fuerza. Wally se puso en pie de un salto.
—¡Oh, no! —exclamó—, es DeeAnna. Lo siento, chicos, le dije que se tomara el día libre.
Corrió a abrir, y DeeAnna hizo una de sus espectaculares entradas: pantalón negro de cuero, muy ceñido, zapatos de tacón con plataforma, suéter de algodón ajustado.
—Hola, nena —la saludó Wally—. Estamos celebrando una reunión. ¿Por qué no me esperas en el despacho?
—¿Cuánto rato?
—Poco.
DeeAnna sonrió provocativamente a Oscar y a David y pasó contoneándose. Wally la acompañó a su despacho y la encerró dentro. Luego volvió a la reunión, con aire avergonzado.
—¿Quieren que les diga lo que me reconcome a mí? —dijo Rochelle—. ¡Pues esa mujer! ¿Se puede saber por qué tiene que aparecer por el despacho todas las tardes?
—Es verdad, Wally, tú solías atender a los clientes después de las cinco —objetó Oscar—, pero ahora te encierras con ella en tu oficina.
—Allí no molesta a nadie —replicó Wally—, y tampoco hacemos tanto ruido.
—Me molesta a mí —aseguró Rochelle.
Wally apoyó las manos en la mesa y frunció el entrecejo, listo para discutir.
—A ver si os queda claro. Ella y yo vamos en serio y no es asunto vuestro. ¿Entendido? Es la última vez que lo digo.
Se hizo un tenso silencio mientras todos dejaban escapar un suspiro. Oscar fue el primero en hablar.
—Imagino que le habrás hablado del asunto del Krayoxx y de esa millonaria indemnización que se supone que está a la vuelta de la esquina, ¿verdad? No me extraña que se pase por aquí todos los días.
—Yo no hablo de tus mujeres, Oscar —replicó Wally.
¿«Mujeres»? ¿Más de una? Rochelle puso unos ojos como platos, y David recordó por qué aborrecía aquellas reuniones. Oscar miró a Wally con incredulidad durante unos segundos que se hicieron eternos. Los dos parecían anonadados por sus respectivos comentarios.
—Pasemos a otro punto del orden del día —propuso David—. Me gustaría que me dierais permiso para analizar la estructura de los honorarios y presentaros un esquema destinado a unificarlos. ¿Alguna objeción?
No hubo ninguna.
David repartió unas hojas de papel.
—Lo que tenéis delante es un caso con el que me he tropezado por casualidad, pero me parece que tiene un gran potencial.
—¿Nasty Teeth? —preguntó Oscar después de contemplar la foto en color de la colección de dientes de vampiro.
—Así es. Nuestro cliente es un niño de cinco años que está en coma por culpa de una intoxicación con plomo. Su padre le compró este juego de dientes y colmillos el pasado Halloween, y al chaval le gustaron tanto que no se los quitaba de la boca. Los distintos colores con los que están pintados tienen plomo. En la página tres veréis un informe preliminar del laboratorio de Akron donde el doctor Biff Sandroni examinó los dientes. Su conclusión figura al pie. Los seis colmillos del juego están recubiertos de plomo. Sandroni es un experto en las intoxicaciones con plomo y dice que este es el producto más peligroso que ha visto en muchos años. Cree que los dientes se fabricaron en China y que seguramente los importó una de las muchas empresas de este país que se dedican a comercializar juguetes de baratija. Los chinos tienen un largo y siniestro historial por utilizar pintura de plomo en multitud de productos. El Departamento de Sanidad y la Asociación de Consumidores están constantemente poniendo el grito en el cielo y pidiendo que se retiren dichos productos, pero les resulta imposible controlarlo todo.
Rochelle tenía entre manos el mismo resumen que Oscar y Wally.
—Pobre crío —dijo—. ¿Saldrá de esta?
—Los médicos creen que no. Ha sufrido graves daños en el cerebro, en el sistema nervioso y en distintos órganos. Si vive tendría una triste existencia.
—¿Quién es el fabricante? —preguntó Wally.
—Esa es la pregunta del millón. No he conseguido dar con otro juego de Nasty Teeth en todo Chicago, y eso que Helen y yo llevamos más de un mes dando vueltas por la ciudad. Tampoco he encontrado nada en internet ni en los catálogos de los mayoristas. Ni rastro por el momento. Es posible que este producto solo aparezca en el mercado en Halloween. La familia no conservó el envoltorio.
—Tiene que haber productos parecidos —comentó Wally—. Me refiero a que si esa empresa fabrica basura como esta seguro que también hace otros artículos, como bigotes postizos o cosas así.
—Esa es mi teoría, y por eso estoy reuniendo una bonita colección de artículos. Al mismo tiempo también estoy investigando a los distintos importadores y fabricantes.
—¿Quién ha pagado este informe? —preguntó un suspicaz Oscar.
—Yo. Dos mil quinientos pavos.
Aquello acalló cualquier comentario e hizo que todos contemplaran el informe.
—¿Los padres han firmado un contrato con nuestro bufete? —quiso saber Oscar al fin.
—No. Han firmado un contrato conmigo para que pueda tener acceso al historial médico del chico y empezar a investigar. Pero firmarán con el bufete si se lo pido. La pregunta es muy sencilla: ¿acepta Finley & Figg el caso? Si la respuesta es afirmativa inevitablemente tendremos que desembolsar más dinero.
—¿Cuánto más?
—El siguiente paso es contratar los servicios de Sandroni para que su gente vaya a casa del chico, donde este vive con su familia, y busque rastros de plomo. Podría estar en otros juguetes, en la desconchada pintura de las paredes o incluso en el agua. Yo he estado en esa casa y al menos tiene cincuenta años. Sandroni necesita aislar la fuente del plomo. Está bastante seguro de haber dado con ella, pero necesita descartar cualquier alternativa posible.
—¿Y cuánto costará todo eso? —preguntó Oscar.
—Veinte mil.
Oscar se quedó boquiabierto y meneó la cabeza. Wally dejó escapar un largo silbido y dejó el informe encima de la mesa. Únicamente Rochelle no se inmutó, pero ella no tenía ni voz ni voto cuando se ventilaban asuntos de dinero.
—Si no hay demandado, no tenemos forma de presentar una demanda —comentó Oscar—. ¿Para qué gastarnos el dinero investigando esto si no sabemos a quién demandar?
—Encontraré al fabricante —aseguró David.
—Estupendo, y cuando lo hayas conseguido entonces quizá podamos presentar una demanda.
Se oyeron golpes en puerta del despacho de Wally, y esta se abrió. DeeAnna asomó la cabeza.
—¿Vas a tardar mucho más, cielo? —preguntó.
—Solo unos minutos —contestó Wally—. Ya casi hemos terminado.
—Estoy cansada de esperar.
—Vale, vale. Ahora voy.
DeeAnna dio tal portazo que hizo temblar las paredes.
—Vaya, ¿ahora dirige ella la reunión? —comentó Rochelle.
—Déjelo estar, ¿quiere, señora Gibson? —dijo Wally. Luego se volvió hacia David y añadió—: Me gusta este caso, David, de verdad que me gusta, pero con la demanda contra el Krayoxx en pleno apogeo no podemos comprometernos a gastar más dinero en otro caso. Yo te diría que lo aparcaras un tiempo. Sigue buscando al importador si quieres. Cuando hayamos llegado a un acuerdo con Varrick Labs estaremos en una posición inmejorable para escoger los casos que más nos gusten. Has conseguido que esa familia firme contigo, y ese pobre chico no va a ir a ninguna parte. Metamos el caso en la nevera y el año que viene nos ocuparemos de él.
David no estaba en situación de discutir. Los dos socios habían dicho que no. Rochelle habría dicho que sí si hubiera podido votar, pero estaba perdiendo interés.
—De acuerdo, entonces me gustaría seguir adelante con él por mi cuenta —dijo David—. Le dedicaré mi tiempo libre y mi dinero al amparo de mi política de negligencia profesional.
—¿Tienes una política de negligencia profesional?
—No, pero conseguir una no será problema.
—¿Y qué pasa con esos veinte mil? —quiso saber Wally—. Según nuestra directora financiera aquí presente solo has aportado cinco mil dólares en los últimos cuatro meses.
—Es verdad, pero cada mes la cantidad ha sido superior a la anterior. En cualquier caso, tengo una pequeña reserva en el banco y estoy dispuesto a correr el riesgo para ayudar a ese pobre chico.
—No se trata de ayudar a un pobre chico —replicó Oscar—, sino de correr con los gastos de una demanda. Estoy de acuerdo con Wally. ¿Por qué no la metemos en el congelador durante un año?
—Porque no quiero —contestó David—. Esa familia necesita ayuda ahora.
Wally se encogió de hombros.
—Muy bien, pues adelante con ella. Yo no pongo objeciones.
—Por mí no hay problema —convino Oscar—. De todas maneras me gustaría ver que aumentas tu aportación mensual al bufete.
—Lo verás.
La puerta del despacho de Wally se abrió bruscamente. DeeAnna salió hecha una furia y cruzó la sala a grandes zancadas.
—¡Serás cabrón! —bufó, abrió la puerta principal, se volvió brevemente y espetó—. ¡No te molestes en llamarme!
Las paredes temblaron de nuevo cuando cerró dando otro portazo.
—Es una chica con temperamento —comentó Wally.
—Bonita interpretación —ironizó Rochelle.
—No me dirás que vas en serio con ella, Wally —dijo Oscar en tono suplicante.
—Es asunto mío y no tuyo —declaró Wally—. ¿Queda algún otro tema en el orden del día? Me estoy hartando de tanta reunión.
—Yo no tengo nada más —contestó David.
—Pues se levanta la reunión —concluyó el socio más veterano.