Stephanie Shughart tuvo noticias sobre su marido, Randy, aquel mismo lunes por la mañana. Había estado despierta toda la noche después de que le hubieran dicho que «uno de los muchachos» había muerto. Como estaba a la espera de más noticias, llamó a su jefa y le dijo que, debido a un problema familiar, no podría ir a trabajar. Las familias de Bragg se preparaban para lo que estaba por venir. Una familia como mínimo iba a recibir el golpe.
La jefa de Stephanie sabía que Randy estaba en el Ejército y que a veces realizaba trabajos peligrosos. También sabía que no era típico de Stephanie quedarse en casa y no ir a trabajar. Por consiguiente, cogió el coche y se dirigió a casa de los Shughart.
Las dos mujeres bebieron café y miraron la CNN. Cuando se emitieron los primeros informes sobre lo que había ocurrido en Mogadiscio, a Stephanie le corroía la incertidumbre. Ella y su jefa estaban hablando cuando vislumbraron dos siluetas fuera de la puerta.
Stephanie abrió a dos hombres de la unidad de su marido. Uno era un íntimo amigo. «Lo que me imaginaba, está muerto», pensó ella.
—Randy ha desaparecido en acción —dijo uno de los hombres.
Así que era una noticia mejor de lo que había esperado. Stephanie había decidido no dejarse llevar por la desesperación. A Randy no le iba a pasar nada. Era el hombre más competente del mundo. Se imaginaba que Somalia era una jungla. Veía a su marido en un claro de bosque llamando a un helicóptero por señas. Cuando el amigo le dijo que Randy había desaparecido con Gary Gordon, se sintió todavía más aliviada. «Están luchando por su vida en algún lugar», pensó. Si alguien podía salir con vida de aquello, eran ellos dos.
Durante los siguientes días, las noticias, todas malas, se fueron sucediendo de forma trepidante. Se supo de las muertes de Earl Fillmore y Griz Martin. Además estaban aquellas imágenes espantosas de un soldado muerto al que arrastraban por las calles. Luego llegó la noticia de que habían encontrado el cuerpo de Gary.
Stephanie estaba desesperada. Cuando aseguraron que Durant estaba vivo y que lo tenían prisionero, recobró la esperanza. Sin duda también tenían a Randy. Pero no lo habían sacado en la cinta. Rezaba y rezaba. Al principio rezaba para que Randy estuviera con vida, pero a medida que transcurrieron los días y su esperanza se desvanecía, empezó a rezar para que no sufriera y para que, si debía morir, pudiera hacerlo deprisa. A lo largo de la semana siguiente, asistió a varios funerales. Lloraba junto con otras mujeres. Al final, todos los hombres salvo Shughart aparecieron. Todos estaban muertos, y sus cuerpos terriblemente mutilados.
Stephanie pidió a su padre que se quedara con ella. Sus amigas se turnaron para hacerle compañía. Así estuvieron días enteros. Un infierno.
Lo supo cuando vio que un coche ocupado por varios oficiales y un sacerdote se acercaba por el sendero.
—Ya están aquí, papá —murmuró.
—Los somalíes han devuelto un cuerpo, que ha sido identificado como Randy —dijo uno de los oficiales.
—¿Están seguros? —preguntó ella. —Sí —dijo él—, estamos seguros.
La disuadieron de ver el cuerpo de Randy. Y ella, como era enfermera, imaginaba la razón mejor que nadie. Mandó a un amigo a Dover, Delaware, adonde habían llevado el cadáver. Cuando regresó, ella le preguntó: —¿Has podido comprobar que era él? El sacudió la cabeza. No podía decirlo con certeza.