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Para Jim Smith, el padre del cabo Jamie Smith, la pesadilla dio comienzo el lunes por la tarde, mientras estaba en una reunión en la sala del banco de Long Valley donde trabajaba. La mujer de su jefe entró de pronto en la sala y, después de pedir excusas por la interrupción, se volvió a Smith.

—Me acaba de llamar Carol —dijo—. Tienes que telefonear a tu casa. Era evidente que su mujer, Carol, había indicado que se trataba de algo urgente. Como durante la reunión no habían atendido ninguna llamada, Carol telefoneó al domicilio particular del jefe a fin de averiguar cómo podía contactar con su marido.

Smith llamó a su mujer desde un despacho contiguo a la sala.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Jamás olvidaría las palabras siguientes.

—Han venido dos oficiales. Jamie ha muerto. Ven, por favor. Cuando abrió la puerta de su casa, Carol le dijo: —Quizá se han equivocado, Jim. Tal vez Jamie esté sólo desaparecido. Pero Smith sabía que no era así. Él había sido capitán Ranger en Vietnam, donde había perdido una pierna en combate. Sabía que en una unidad hermética como los rangers, no salía una notificación de muerte hasta que no tenían el cuerpo.

—No, si dicen que está muerto es que están seguros —le dijo a su mujer en voz baja.

Al cabo de una hora empezaron a llegar periodistas con cámaras. Cuando hubo informado de la desgracia a los más allegados, Smith salió al porche para contestar a las preguntas.

Le molestaron tanto la actitud de los periodistas como el tipo de preguntas que formularon. ¿Cómo se sentía? ¿Cómo creían que podía sentirse? Les dijo que se sentía orgulloso de su hijo y profundamente triste. ¿Creía que su hijo había recibido la instrucción apropiada y que lo habían dirigido bien? Sí, su hijo contaba con una instrucción impecable y siempre le habían conducido muy bien. ¿A quién echaba la culpa? Qué se suponía que debía decir: ¿Al Ejército de Estados Unidos? ¿A Somalia? ¿A él mismo, por encauzar los intereses de su hijo hacia los rangers? ¿A Dios?

Smith les dijo que no sabía aún lo suficiente sobre lo que había ocurrido para culpar a nadie, que su hijo era un soldado y que había muerto al servicio de su patria.

Dos días después llegó un telegrama con un escueto mensaje firmado por un coronel que no conocía. Si bien adivinó su contenido antes de leer las palabras, le conmovió profundamente. Le introdujo en un triste ritual tan viejo como la propia guerra y que le unió a todas las personas que desde el principio de los tiempos perdieron a alguien en combate.

POR LA PRESENTE QUIERO CONFIRMAR PERSONALMENTE LA NOTIFICACIÓN QUE EN SU MOMENTO LE HIZO UN REPRESENTANTE DE LA SECRETARÍA DE LAS FUERZAS ARMADAS, QUE SU HIJO, SPC JAMES E. SMITH, MURIÓ EN MOGADISCIO, SOMALIA, EL 3 DE OCTUBRE DE 1993. EN CASO DE QUE TENGA ALGUNA PREGUNTA DEBE DIRIGIRSE A SU OFICIAL DE LA SECCIÓN DE INCIDENCIAS. POR FAVOR, ACEPTE MI MÁS SINCERO PÉSAME.