18

Firimbi era un hombre alto para la media somalí, y tenía brazos largos y manos grandes. Lucía barriga y entornaba los ojos detrás de unas gafas gruesas, ahumadas y con montura negra. Se sentía orgullosísimo de su posición en la Alianza Nacional Somalí. Cuando Aidid les compró a Durant a los bandidos que lo habían secuestrado, le dijo a Firimbi:

—Cualquier cosa que le pase al piloto te pasará a ti también.

Cuando Durant llegó aquella noche, Firimbi supo que estaba colérico, asustado y que sufría de fuertes dolores. La actitud hosca del piloto rivalizaba con su propia y clara hostilidad. Estados Unidos acababa de provocar una masacre en su clan, y consideraba responsables a hombres como aquel piloto. Resultaba difícil no estar enfadado.

Durant no sabía adónde lo trasladaban. Durante el trayecto por la ciudad, iba en el asiento posterior bajo una manta. Tal vez lo habían sacado de la ciudad para matarlo. Los hombres que lo habían llevado, le hicieron subir unas escaleras, atravesar un pasillo y lo dejaron en una habitación.

Firimbi le saludó, pero al principio el piloto no le dirigió la palabra. Durant hablaba un poco de español y Firimbi, como la mayoría de las personas cultas en Somalia, dominaba el italiano. Dado que los dos idiomas tenían cierta semejanza, podían comunicarse mínimamente. Después de haber pasado juntos y solos unas cuantas horas, se decidieron a hablar un poco y establecer esta base para una limitadas conversaciones. Durant se quejó del dolor que le producían las heridas. A pesar de los esfuerzos del médico que lo atendió en el otro lugar, se habían hinchado y reblandecido, además estaban infectadas. Aunque a desgana, Firimbi le ayudó a lavarlas y se las volvió a vendar. Informó de que Durant necesitaba un médico.

Aquella noche, la del lunes 4 de octubre, Durant y Firimbi oyeron que unos helicópteros sobrevolaban la zona, y divulgaban unos mensajes de forma repetida.

«Mike Durant, no te abandonaremos.»

«Mike Durant, no hemos dejado de estar contigo.»

«No pienses que te hemos abandonado, Mike.»

—¿Qué dicen? —preguntó Firimbi.

Durant le explicó que sus amigos estaban preocupados por él y que lo estaban buscando.

—Pero nosotros te tratamos muy bien —dijo su carcelero—. Está dentro de nuestra tradición no hacerle nunca daño a un prisionero.

En la hinchada y apaleada cara de Durant apareció una sonrisa.