9

El combate continuaba con toda su crudeza en tres manzanas del centro de Mogadiscio. La manzana situada al sur del helicóptero siniestrado estaba ocupada en dos puntos. El equipo CSAR y los rangers de la Tiza Dos del teniente DiTomasso, treinta y tres hombres, se habían desplazado a través de la pared que el Súper Seis Uno había derrumbado en su caída. Empezaban a extenderse hacía el sur ocupando habitaciones y patios adyacentes. Abdiaziz Alí Aden seguía escondido en una de aquellas habitaciones interiores. El teniente Perino había conducido a sus hombres hasta un patio situado en la misma manzana a través de una puerta al lado este de la calle Marehan. Él y ocho soldados estaban agrupados donde el sargento Schmid atendía al cabo Smith, quien se apagaba poco a poco. Si bien no les separaba más que un metro, Perino no sabía aún con certeza dónde estaba el helicóptero derribado o a qué distancia se hallaba de DiTomasso. El capitán Miller y su contingente de chicos D y de heridos rangers se encontraban en el patio que Howe había habilitado en el lado oeste de la calle Marehan. Los veinticinco hombres de Miller se habían dispersado por aquella manzana y guarecido en habitaciones que daban al patio. La tercera manzana estaba al otro lado de una amplia callejuela situada al sur y en el mismo lado de la calle de Perino. Allí, en el patio donde se habían refugiado poco antes, el capitán Steele y tres equipos Delta seguían inmovilizados por no poder abrirse paso hacia el aparato siniestrado.

La distribución tosca de las fuerzas resultaba problemática. A los pilotos de los Little Birds, los que realizaban frecuentes pases para peinar la zona con disparos, les costaba cada vez más separar con claridad sus posiciones de las del enemigo. Desde el Black Hawk C2, el teniente coronel Harrell le pidió por radio al capitán Miller:

Scotty, ¿podrías reunir a todo el mundo en un perímetro pequeño y cerrado? Para nosotros es un problema que los muchachos estén dispersos. Y marcad vuestras posiciones. Debemos saber con exactitud dónde estáis. ¿Hay algún modo de hacerlo? Cambio.

Miller explicó que Steele era reacio a desplazarse hacia arriba, y que los equipos Delta que estaban con Steele también se hallaban inmovilizados a causa del intenso tiroteo.

Roger, sé que es muy duro y que estáis haciendo cuanto podéis, pero tratad de reunir a todo el mundo en un solo sitio y que haya un solo interlocutor en ese lugar.

Miller transmitió la petición a los jefes acorralados junto con Steele. Luego, antes de anochecer, ordenó al sargento Howe que se desplazara al otro lado de la calle Marehan para introducirse en el patio de enfrente y cubrir la calle. A Howe le pareció una idea pésima. No aportaba nada para mejorar su posición. Había permanecido afuera en la calle por espacio de largos períodos durante la tarde y tenía su propio plan. Steele y los otros inmovilizados en el extremo de aquel perímetro tan tosco debían desplazarse hacia arriba y concentrarse con ellos. De esta forma se acortaría la pata larga de la L, conseguirían una sola y fuerte posición que defender y proporcionarían a los Little Birds un área de una manzana claramente definida alrededor de la cual poder trabajar. Podrían establecer posiciones de fuego fuertes y engranadas en cada una de las esquinas clave, tanto delante y detrás del helicóptero abatido, como en el extremo sur de la manzana. Después de haber inspeccionado la parte exterior, Howe había visto tres edificios que podían tomar por asalto y ocupar, para extender su perímetro de fuego. Una casa de dos plantas situada en la esquina noroeste del cruce cercano a la cola del helicóptero habría proporcionado una plataforma de tiro susceptible de hacer retroceder a los tiradores somalíes unas cuantas manzanas al norte. En opinión de Howe era tan obvio que aquel era el camino a tomar que le sorprendía que los comandantes de tierra no lo hubieran puesto en práctica todavía. Por el contrario, Howe veía que estaban agobiados. Lo habían seguido hasta el patio y se habían apropiado del sitio, de la misma forma que Steele ahora se establecía en una posición inútil alejada en el sur. Toda la instrucción recibida por Howe presuponía que para sobrevivir era básico fomentar el espíritu de seguir adelante a pesar de todo. Se debía evaluar constantemente la posición y trabajar para mejorarla.

Howe era consciente de que no valía la pena discutir. Él y tres hombres de su equipo cruzaron corriendo la calle en grupos de dos. Irrumpieron por la puerta frontal en una casa de dos habitaciones que se dispusieron a desalojar. No había nadie. A través de una ventana enrejada situada en la parte posterior, Howe vio a Perino y su grupo. Uno de los hombres de Howe rompió los barrotes y derribó con toda facilidad la débil pared de piedra para abrir un paso que comunicara con los otros. Perino y Schmid sujetaron al moribundo cabo Smith a una tabla y lo metieron en la habitación por la ventana. Allí estarían protegidos de las granadas lanzadas por encima de las paredes.

Howe opinaba que su posición era un asco. Desde la puerta de entrada, sólo veía las esquinas de los callejones del sur y del norte. En lugar de extender el campo de fuego, ¡no veía más de veinte metros en cada dirección!

Con sólo escuchar las preguntas y las órdenes que se gritaban por la radio, Howe tenía la sensación de que quienes estaban al mando andaban muy despistados. Ocurrían demasiadas cosas. Lo veía en sus rostros. Sobrecarga emocional. Cuando eso sucedía era posible ver los ojos empañados de los hombres. Se encerraban en sí mismos. Se volvían reactivos.

Como ejemplo, los tan ponderados Rangers. Muchos estaban combatiendo pero nadie les decía lo que debían hacer y, con toda certeza, ellos no lo sabían. La mayoría estaban escondidos en cuartos traseros de la casa situada a una manzana al sur, junto con Steele, su comandante, a la espera de ver cuál iba a ser el siguiente paso. Howe suponía que en aquella casa había más de dos docenas de hombres capaces y varias armas pesadas. ¿Qué demonios hacían? Parecía que por lo menos en esto tanto él como Miller e incluso los comandantes de los helicópteros estaban de acuerdo. Steele y sus hombres debían recoger a los heridos y desplazarse cincuenta metros cuesta abajo para consolidar el perímetro y unirse a la maldita lucha. Pero Steele no se movía. Daba la impresión de que los rangers veían a los chicos D como a sus hermanos mayores y que, como sus hermanos mayores estaban allí, todo iba a ir sobre ruedas.

El fuego se calmó después de que saliera la luna. Ésta proyectaba difusas sombras en la calle. El Little Bird encargado de peinar la zona con proyectiles iluminaba el cielo con balas trazadoras y cohetes. El metal de las metralletas llovía sobre los tejados de latón como si alguien golpeara el lateral de un cubo metálico vacío. Aún había cuerpos de somalíes en medio de la calle. Howe observó que los sammies se llevaban arrastrando a sus heridos y muertos con gran pericia. Sin embargo, dejaban los cuerpos en el mismo sitio a menos que éstos estuvieran en medio de la calle. Con las armas, lo mismo. Si había un arma en el suelo, acababa desapareciendo si no estaba rota. Eran unos luchadores callejeros muy listos. A pesar suyo, Howe sentía una admiración profesional. Eran disciplinados y suplían la falta de armas sofisticadas y tácticas con determinación. Sabían ocultarse muy bien. Por regla general, todo lo que uno veía de un tirador era el cañón del arma y su cabeza. Cuando cayó la noche y los aficionados se fueron a casa, el fuego se volvió menos frecuente pero más certero.

Poco después de salir la luna, Howe se sobresaltó ante unas voces altas procedentes del otro lado de la esquina norte de su puerta, donde Stebbins y Heard habían sido heridos. Primero pensó que se trataba de los rangers. ¿Quién más podía ser tan bruto como para hablar tan alto en medio de la calle? Pero se suponía que todos ellos estaban recluidos en edificios. Se quitó uno de los tapones para el oído y prestó atención. Las voces hablaban somalí. Se debían de haber quedado medio sordos, como todo el mundo, a causa de las explosiones y no advertían lo fuerte que estaban hablando. En ocasiones, los combatientes necesitaban dos o tres días para recuperar el oído por completo. Cuando tres somalíes doblaron la esquina, uno de los chicos D que estaba al otro lado de la calle alumbró al que iba en cabeza con una linterna. Como un mapache sorprendido en un cubo de basura, sus ojos se abrieron de par en par. Howe descansó el rifle en la jamba de la puerta, apuntó al segundo hombre y empezó a disparar el arma automática a fondo ampliando el campo de tiro al tercer hombre mediante un movimiento suave. Los tres somalíes se agacharon de golpe. Dos de ellos lograron ponerse en pie y arrastraron al tercero hasta volver a doblar la esquina.

Howe y los otros operadores los dejaron marchar. No querían exponer sus posiciones de tiro con más fogonazos. Howe volvía a estar disgustado con su munición de 5,6. Cuando derribaba a un hombre, quería que éste no volviera a levantarse.