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Desde un helicóptero habían herido a Hassan Yassin Abokoi en el tobillo mientras estaba entre el gentío cerca del helicóptero abatido. En aquellos momentos estaba sentado bajo un árbol y observaba. Al principio, el tobillo le había escocido mucho, y estaba entumecido. Sangraba profusamente. Odiaba los helicópteros. Aquel mismo día, un cohete disparado desde uno de ellos había volado la cabeza de su tío. Le arrancó la cabeza de los hombros, como si jamás hubiera estado allí. ¿Quiénes eran aquellos estadounidenses que sembraban fuego y muerte entre ellos, que fueron para darles de comer pero luego habían empezado a matar? Quería acabar con aquellos hombres caídos del cielo, pero a los que no soportaba.

Desde donde estaba, Abokoi veía al gentío rodear a los estadounidenses. Sólo uno permanecía con vida. Gritaba y agitaba los brazos cuando lo agarraron por las piernas y empezaron a llevárselo lejos de la aeronave a la vez que le iban arrancando la ropa. Vio que sus propios vecinos clavaban cuchillos en los cuerpos de los estadounidenses y les arrancaban las extremidades. Luego vio gente que corría y desfilaba con los miembros de los estadounidenses.

Cuando Mo’alim rodeó corriendo la cola del helicóptero, le sorprendió encontrarse con otro estadounidense, un piloto. El hombre no disparó. Colocó el arma sobre el pecho y dobló las manos sobre ella. La muchedumbre adelantó a Mo’alim y empezó a darle patadas y a golpearle, pero el combatiente barbudo se sintió de pronto protector. Agarró el brazo del piloto, disparó un tiro al aire y le gritó al gentío que retrocediera.

Uno de sus hombres golpeó ferozmente el rostro del piloto con la culata de su rifle, y Mo’alim lo apartó de un empujón. El piloto estaba herido y ya no podía pelear. Los Rangers habían capturado durante meses a somalíes y permanecían prisioneros. Estarían dispuestos a intercambiarlos, tal vez a todos, por uno de ellos. El piloto valía más vivo que muerto. Ordenó a sus hombres que formasen un círculo alrededor del piloto para protegerlo de la turba, que tenía sed de venganza. Varios hombres de Mo’alim se inclinaron y empezaron a arrancarle la ropa a Durant. El piloto tenía una pistola sujeta al costado, y un cuchillo, y temían que tuviera otras armas escondidas; además, sabían que los estadounidenses llevaban faros en las ropas para que los helicópteros pudieran localizarlos. Por todo ello, fueron quitándole capas de ropa.