17

Cada vez que sobrevolaba el aparato siniestrado, Mike Goffena en el Súper Seis Dos advertía que aumentaba el número de personas que lo rodeaba. Shughart y Gordon, junto con la tripulación del helicóptero, se habían organizado y formaban un perímetro alrededor del aparato abatido. Era evidente que no querían desplazar a la tripulación a un terreno abierto. Se hallaban atrincherados a la espera de refuerzos. Goffena oía por radio los problemas que tenían los convoys de rescate.

Se había incrementado la lluvia de balas que acribillaban su aeronave y él mismo era objeto de ráfagas regulares de RPG. Como ya había dos Black Hawks abatidos, los otros pilotos les aconsejaban que se alejaran del lugar.

A unos doscientos metros detrás de vosotros ha habido una detonación.

Una RPG ha pasado justo por debajo, Súper Seis Dos.

Pero Goffena seguía absorto en el drama que se desarrollaba en tierra, y trataba de hacer algo al respecto.

—¡Ese lugar se está poniendo muy peligroso! —rogó su copiloto el capitán Yacone, por la radio—. ¡Tenemos que sacar a esos hombres de allí!

Roger, Seis Dos, ¿podéis decirnos cuál es la situación?

—Nos están acribillando con artillería de RPG, y toda a corta distancia.

Yacone seguía enviando fuego directo de refuerzo desde los pequeños helicópteros de ataque, apuntando donde los grupos de somalíes eran más compactos. Al comandante aéreo Matthews no le gustaba lo que veía desde el Black Hawk C2. Las estelas de humo de las RPG se arqueaban hacia arriba de forma regular y procedían de entre la muchedumbre que se apretujaba en torno a la zona donde se hallaba el helicóptero de Durant. Había ordenado que los pilotos de los Little Birds los mantuvieran en suspenso sobre la escena, para que los copilotos fueran entresacando blancos portadores de M-16.

¡Termina ya con esa mierda!dijo—. Al final os van a abatir también a vosotros.

La batalla había llegado a su punto más confuso. Había dos enclaves distintos con sendos aparatos abatidos. Un equipo de rescate, el de Cliff Wolcott, llegó hasta el primero, y se había ordenado que toda la fuerza de asalto, así como el primer convoy terrestre se dirigiera hacia allí. Un segundo convoy, éste de rescate, salió de la base Ranger y no había llegado muy lejos. Vagaban por las inmediaciones del helicóptero siniestrado, pero no lograban aproximarse. En este lugar tenían alguna probabilidad de poder defenderse, pero en el de Durant, incluso con los dos chicos D que habían acudido descolgándose por la cuerda, no iban a aguantar mucho sin ayuda.

Goffena sobrevoló a baja altura y en círculo el Black Hawk abatido de Durant. Cada vez que se orientaba al oeste le cegaba el sol. Tenía ganas de que se pusiera más deprisa. En la oscuridad, con la tecnología que tenían, los pilotos y la tripulación de los helicópteros podían ver mientras que no sería ése el caso del adversario. Si el Black Hawk de Goffena y los Little Birds podían tener a raya a la muchedumbre hasta que anocheciera, los hombres que había en tierra tenían alguna posibilidad de salvación.

La turba de abajo llenaba en aquellos momentos los accesos que daban a la calle principal. Cada vez que Goffena sobrevolaba la zona a baja altura mucha gente se dispersaba, pero volvían a cerrar filas detrás de él. Era como pasar una mano por encima del agua. Veía claramente las RPG que pasaban volando junto a su helicóptero. Vio que herían a uno de los chicos D.

—Aquí Seis Dos —dijo el copiloto Yocane por radio—. El elemento terrestre en el segundo punto no cuenta con seguridad alguna en estos momentos. Hay un hombre fuera del helicóptero.

Seguidamente, al cabo de unos momentos, otro ruego:

—¿Hay alguna fuerza terrestre dirigiéndose al segundo helicóptero en estos momentos?

Negativo, ahora no.

En uno de los giros hacia el sol, que se iba poniendo lentamente, el helicóptero de Goffena chocó con lo que daba la impresión de ser un tren de mercancías. Un estruendoso estallido. Pareció que el cielo se hubiera abierto. Había volado ladeado en un giro muy empinado, a poco más de nueve metros de los tejados y a una velocidad de ciento diez nudos, y lo siguiente que supo es que la aeronave estaba plana. Vio frente a él lo que parecía ser un trozo grande de hoja de rotor, pero cuando se fijó mejor vio una grieta en el parabrisas. Durante unos segundos, no supo si estaba en el aire o en tierra. Las pantallas de la cabina estaban en blanco. Se hizo el silencio durante unos instantes. Luego oyó todos los chillidos y pitidos del sistema de alarma del aparato, cuya intensidad fue aumentando gradualmente, como si alguien subiera el volumen (más tarde comprendió que el primer estallido de la RPG lo había dejado sordo, y que no era el volumen lo que subía, sino él que recobraba poco a poco el oído). Las alarmas le indicaban que los motores estaban muertos y que los rotores se habían detenido… pero daba la sensación de que seguían volando.

Goffena advirtió que la RPG les había dado en el lado derecho. No podía decir si había sido delante o detrás. Ignoraba si en la parte posterior había quedado alguien con vida (a sus oficiales de vuelo, los sargentos Paul Shannon y Mason Hall, no les alcanzó la explosión, pero el sargento Brad Hallings, el artillero Delta, tenía una pierna ensangrentada y acribillada de metralla). El capitán Yacone, el copiloto de Goffena, aparecía desplomado en su asiento con la cabeza caída sobre el pecho. No sabía si Yacone estaba muerto o herido. Comprobó que realmente seguían volando, y como Goffena estaba bastante alerta todavía se dio cuenta de que se trataba de una secuencia de la caída. Lo había practicado en los simuladores. Estaban en vuelo, pero bajando con rapidez.

Vio una calle abajo, un callejón. Si pudiera mantener el helicóptero en dirección a aquella callejuela podrían deslizarse hasta ella. Era tan estrecha que los rotores se romperían pero con un poco de suerte impactarían de pie, lo cual era la clave. Mantenerse en vertical. Vio unas casas de piedra a la izquierda y que la calle no era tan estrecha como creyó al principio, pero había una fila de postes a la derecha que no iba a poder sortear… Tal vez sólo se golpease el sistema derecho de los rotores y tal vez sólo se rompiesen los rotores. Goffena vio los postes por la ventanilla derecha y, estaba a sólo seis metros de altura, cuando Yacone resucitó y se puso a gritar por radio que se estaban estrellando y facilitó los datos de situación. Mientras se preparaban para el impacto, Goffena empezó de forma instintiva a tirar de la palanca de control para mantener el morro del helicóptero hacia arriba, y se dio cuenta de que… ¡el helicóptero respondía! ¡No estaba muerto! Los controles no funcionaban adecuadamente, pero él tenía cierto dominio sobre ellos, el suficiente para mantenerlo en el aire. Pasaron volando por encima de la callejuela y de los postes. Goffena mantuvo el morro del aparato hacia arriba y éste siguió volando. No sabía cuánto tiempo permanecerían en vuelo. ¿Se estaban parando los motores? ¿Cuánto tiempo aguantarían los controles? Pero el helicóptero se mantenía horizontal, y la energía subsistía. La calle que tenía delante se acabó de repente y lo que se abrió frente a él a lo lejos era lo que el piloto reconoció como las nuevas instalaciones portuarias, ¡territorio amigo! El helicóptero perdía velocidad y descendía de forma gradual. Pasó justo por encima de la valla que rodeaba el puerto y dirigió la aeronave hacia abajo. Tocaron tierra a unos quince nudos y estaba a punto de felicitarse por un aterrizaje perfecto cuando el helicóptero, en lugar de avanzar para detenerse, se inclinó a la derecha y el metal se incrustó en la arena produciendo un chirrido. La parte principal derecha del tren de aterrizaje había desaparecido. El helicóptero derrapó y Goffena tuvo miedo de que dieran una vuelta de campana, pero por suerte acabó parándose y él pudo desconectar todo.

Cuando saltó fuera de la cabina para comprobar la suerte de la tripulación, vio la forma familiar de un Humvee que se dirigía hacia ellos a gran velocidad.