Cuando Mo’alim llegó al barrio donde se había estrellado el segundo helicóptero, los caminos que conducían hacia allí ya estaban sembrados de cuerpos. Los helicópteros disparaban y, como Mo’alim había esperado, aún había estadounidenses alrededor del helicóptero capaces de luchar.
Sólo había un acceso directo, y Mo’alim sospechaba que estaba tomado. Siguió intentando contener a la muchedumbre, pero la gente estaba furiosa y desenfrenada. El delgado y barbudo jefe de la milicia se agazapó detrás de un muro y esperó a que le alcanzasen otros de sus hombres para organizar un ataque coordinado.