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Más o menos a la misma hora, a unos dos kilómetros y medio al suroeste, después de que su helicóptero aterrizara de panza en un pueblo paupérrimo de cabañas de telas y hojalata, Mike Durant, el piloto del Black Hawk Súper Seis Cuatro recobró el conocimiento. Algo andaba mal en su pierna derecha. Tanto él como su copiloto, Ray Frank, habían permanecido inconscientes durante unos minutos, como mínimo, si bien no lo sabían con exactitud. Durant estaba inclinado hacia la derecha. Se había roto el parabrisas y había algo sobre él, una enorme hoja de hojalata. Resultaba excepcional, pero el Black Hawk parecía estar intacto. Las hojas del rotor no se habían doblado. Su asiento, montado sobre unos amortiguadores, se había caído; se había desplomado hasta quedar en la posición más baja y estaba ladeado hacia la derecha. Se imaginó que era porque habían estado bajando en barrena durante la caída. Los amortiguadores se habían desplomado y los giros mandaron el asiento hacia la derecha. Debía de haber sido la combinación de la sacudida y del impacto lo que le había provocado la rotura del fémur. Éste debió de golpear contra el borde del asiento.

El Black Hawk había aplastado una choza ya endeble. No había nadie dentro, pero en la adyacente yacía inconsciente y sangrando una niña de dos años, Howa Hassan. Un trozo de metal se había desprendido del helicóptero y le había hecho un profundo agujero en la frente. A su madre, Bint Abraham Hassan, le había caído encima algo muy caliente, tal vez aceite, y tenía quemaduras graves en el rostro y en las piernas.

Los pilotos accidentados comprobaron su estado. Frank tenía la tibia izquierda rota.

Durant hizo algo que después le costó justificar. Se quitó el casco y los guantes. Luego el reloj. Cuando iba a volar, siempre se retiraba la alianza porque se podía enganchar en remaches e interruptores. La guardaba metida en la correa del reloj. Aquel día, se quitó el reloj, retiró de éste el anillo y dejó ambos en el salpicadero.

Tomó su arma, una MP-5K, una pequeña ametralladora alemana de 9mm. Los pilotos las llamaban SP, o las hélices del skinny.

Frank intentó dilucidar lo que había ocurrido durante el accidente.

—No he podido mantenerlas estiradas.

Y explicó cómo había forcejeado para incorporarse y tirar de las palancas del control de energía mientras ellos caían. Añadió que había vuelto a hacerse daño en la espalda. Se lastimó por primera vez en un accidente acaecido unos años atrás. A Durant también le dolía la espalda. Los dos sospecharon que se habían aplastado las vértebras. Todo esto fue lo que salió a la luz en los primeros momentos transcurridos desde que recobraron el sentido.

Durant cayó en la cuenta de que, con la pierna y la espalda rotas, iba a ser incapaz de salir del helicóptero. Apartó de un empujón la hoja de tejado y decidió defender su posición a través del parabrisas roto. Parecía que estaban en una diminuta explanada, a un metro de las chozas que los rodeaban. Frente a ellos, una cabaña de diversos e irregulares trozos de metal ondulado y, junto a ella, un pasaje angosto y sucio. A un lado, otra pared endeble apedazada al igual que la casa. Durant recordaba haber visto a Frank sentado junto a la puerta opuesta, y a punto de empujarla para abrirla. Fue la última vez que lo vio.

Entonces aparecieron Shughart y Gordon. Durant no salía de su asombro. Los tenía delante. O él había estado un buen rato inconsciente o era asombroso lo rápido que ellos habían llegado. No conocía muy bien a ninguno de los dos operadores Delta, pero reconoció sus rostros. Cuando los vio sintió un gran alivio. Ya había pasado todo. Imaginó que formaban parte de uno de los equipos de rescate. Primero había pensado llevarse la radio arriba para poder comunicar la situación, pero como sus rescatadores ya estaban allí, no hacía falta. Shughart y Gordon se mostraban tranquilos. Había disparos, en su mayoría procedentes de los helicópteros. Los chicos D se asomaron dentro y se pusieron a izar con delicadeza a Durant; como si tuvieran todo el tiempo del mundo, uno lo levantó por las piernas y el otro por el torso, luego lo dejaron en el suelo tumbado de lado junto a un árbol. No sentía mucho dolor. Tenía detrás el fuselaje del aparato y, a continuación, una pared, así como otra a su izquierda detrás de la cola del helicóptero; por consiguiente, Durant estaba en una posición perfecta para cubrir todo el lado derecho de aquél.

Advirtió que a los oficiales de vuelo les había tocado la parte más contundente del impacto. Detrás no había amortiguadores como los que él y Frank tenían instalados delante. Vio a los operadores sacar a Bill Cleveland del fuselaje. Tenía los pantalones cubiertos de sangre y deliraba.

A continuación, los chicos D se dirigieron al otro lado del helicóptero para ayudar a Field. Durant no podía ver los pies bajo el fuselaje porque el tren de aterrizaje se había aplastado con el impacto. La panza del helicóptero estaba en el suelo. Supuso que organizaban un perímetro en la zona, estudiando la forma de evacuarlos o buscando un lugar donde pudiera posarse otro helicóptero para recogerlos. Los skinnies empezaban a asomar las cabezas por la esquina del lado del aparato donde estaba Durant. Sólo alguno de vez en cuando. Habían disparado una ráfaga y ellos se pusieron a cubierto. Como su arma seguía atascándose, expulsó el cargador para que la siguiente vez disparase bien. Pero luego volvió a bloquearse. Los disparos al otro lado del helicóptero se intensificaron. Todavía no había caído en la cuenta de que sólo estaban aquellos dos chicos D y que no había ningún equipo de rescate.