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Lo que Hooten intentaba decir a Steele era que había escogido el peor sitio para detenerse. A Fillmore y a uno de los otros operadores les habían dado en aquel lugar.

Steele le indicó a Hooten mediante un gesto de la mano que esperase. Hablaba por radio. Se preguntaba dónde diablos se habían metido los vehículos. Mientras los rangers de Steele y los operadores Delta corrían por las calles en un intento de abrirse camino hasta el primer helicóptero siniestrado, el convoy terrestre vagaba perdido y cada vez con más bajas. Pero Steele no estaba enterado de ello. Sólo sabía que se habían marchado de la casa asaltada al mismo tiempo. Steele y sus hombres llevaban bloqueados unos diez minutos. Si aquellos vehículos hacían acto de presencia podrían marcharse todos de aquel lío en el que estaban metidos.

Junto a Steele, Lechner y Atwater proporcionaban cobertura de fuego. Al principio tuvieron problemas porque el aerofaro UHF de emergencia procedente del Black Hawk derribado y a una manzana de distancia, anulaba la señal de la radio UHF de Atwater. Lechner pudo por fin comunicarse a través de uno de los Little Birds de ataque en la frecuencia radiofónica FM. El piloto, el suboficial jefe Hal Wade, dijo a Lechner que colocasen grandes paneles color naranja para marcar sus posiciones. Lechner pasó la voz.

Una vez situados los paneles en la calle, Wade descendió en medio de un gran estruendo sobre la calle Marehan por encima de los tejados bajos. Collett hundió el casco en el pecho. Los proyectiles llovían desde todas las direcciones mientras el Little Bird pasaba como un rayo, pero el helicóptero no disparaba. Wade soportaba el tiroteo porque quería asegurarse de dónde estaban sus fuerzas antes de devolver el fuego. Subió el helicóptero para luego hacer un rápido giro y descender en medio de un gran estruendo a la calle. Se produjo otra explosión rápida de proyectiles, pero tampoco entonces disparó Wade. Ya tenía una idea clara de dónde se hallaba su gente en tierra. El Little Bird de Wade hizo otro giro brusco. En esta ocasión, sus armas sí reaccionaron al bajar.

Después de la primera tanda de proyectiles a Steele se le metió arena en un ojo a causa del impacto de una bala en el polvoriento suelo. Lechner se volvió a la izquierda. Pensó que el disparo procedía del otro lado de la calle, pero Steele rodó a su derecha y se fijó en la pared de hojalata que había detrás de él. El disparo había sonado tan fuerte que estaba convencido de que aquel había sido su lugar de procedencia. Lo primero que pensó fue que uno de los rangers heridos que se hallaban detrás de él disparaba a través de la pared. Se apartó rodando un poco más, lo que no era fácil con la enorme radio sujeta con correas a su espalda.

Entonces, con una sonora detonación, se hicieron dos agujeros más en la hojalata; se levantó polvo y Lechner lanzó un grito.

Primero notó un latigazo y luego un golpe aplastante, como si le hubiera caído un yunque en la parte inferior de la pierna. El dolor era insoportable. Se agarró el muslo y bajó la vista al agujero de la pierna. La bala le había entrado por la tibia y salido por el tobillo, produciéndole un desgarramiento en el pie bajo el agujero de salida.

Habían sido tres ráfagas. Steele y Atwater reaccionaron a la primera rodando por el suelo para alejarse, pero no había sido el caso de Lechner. Steele aún rodaba por el suelo cuando oyó gritar a Lechner. No se produjeron más disparos. Hooten gesticulaba frenéticamente desde la puerta para indicarle a Steele que entrara. Atwater estaba entre Lechner y él y la puerta estaba cerrada, así que Steele se puso en pie y corrió hasta allí. Había un reborde en la base de la puerta con el que tropezó. El fornido capitán aterrizó de bruces en el patio. Atwater llegó volando detrás de él.

Steele vio a Atwater y gritó:

—¡Tenemos que ir a buscar a Lechner!

Se puso en pie dispuesto a salir de nuevo cuando vio que Bullock, que había corrido a la calle para ayudar, arrastraba hacia la puerta al quejumbroso teniente cuya pierna era un verdadero amasijo de carne.

Steele le cogió el micrófono a Atwater. Se puso a gritar con unas palabras que le salían en frases entrecortadas y con una voz que contrastaba mucho con las sosegadas y tranquilas de los pilotos y de los comandantes de las Fuerzas Aéreas, y que reflejaba el drama en tierra.

Romeo Seis Cuatro, aquí Julieta Seis Cuatro. Somos víctimas de un intenso fuego de armas pequeñas. Necesitamos ayuda AHORA, y empezar la evacuación.

Harrell contestó en un tono uniforme, aunque cargado de cierta impaciencia.

Aquí Romeo Seis Cuatro. COMPRENDO que debéis ser evacuados. He hecho TODO LO QUE HE PODIDO para haceros llegar esos vehículos, cambio.

Steele habló con voz débil:

—Roger, comprendido. Para tu información acaban de herir al elemento de mando [Lechner]. Tengo más bajas, cambio.

El sargento Goodale, al que habían arrastrado hasta el patio poco después de que le hirieran en el muslo y la nalga, había oído los alaridos de Lechner. Era un sonido espantoso, el peor que jamás emitiera un hombre. Era extraño, pero su propia herida no le dolía demasiado. La de Lechner tenía un aspecto terrible. Todavía gritaba cuando lo llevaron dentro. Goodale ayudó a retirar la radio al teniente. Unos minutos antes, después de ser herido, Goodale había conectado con Lechner para decirle que ya no podría seguir llamando a la ayuda aérea. Por esta razón, Lechner había estado llamando a Wader. Y en aquellos momentos allí estaba el teniente, que gritaba en medio de su agonía con la parte alta del muslo intacta pero la parte inferior, a partir de la rodilla, colgando grotescamente hacia un lado. Estaba blanco como un fantasma. Goodale se mareó todavía más cuando vio que se iba formando un charco bajo la pierna. La sangre brotaba de la herida como si se vertiera de una jarra.