Mohamed Sheik Alí se movió rápidamente por su vecindario. Alí llevaba luchando por aquellas calles desde hacía ya una década, desde los catorce años, cuando fue entrenado por el ejército de Siad Barre. Se movió la mayor parte del tiempo entre la multitud, saltando de escondite a escondite para mantenerse lo suficientemente lejos de convertirse en un buen blanco, mientras que de vez en cuando disparaba una ráfaga de su AK. Si los americanos lo vieron, vieron a un hombre de baja estatura, con el pelo lleno de polvo, los dientes de un color marrón anaranjado de tanto mascar khat y los ojos bien abiertos por los efectos de la droga y la adrenalina.
Sheik Ali era un pistolero profesional, un asesino, un hombre que había luchado para y contra el dictador, y que luego se había puesto a la venta. La mayoría de los somalíes consideraban al jeque Alí y a los hombres como él como una plaga. Eran temidos y despreciados. Pero ahora, con los Rangers preparados para luchar, los hombres como él volvían a estar bien valorados. Para él, los americanos eran un enemigo más al que disparar, y no uno particularmente valiente. Alí estaba convencido de que si los Rangers no tenían helicópteros que les ayudasen desde el aire, él y sus hombres les rodearían y matarían con facilidad, con sus propias manos incluso.
Disfrutaba de la lucha. No habría tregua. Los chalecos negros que llegaron con los Rangers eran asesinos especialmente despiadados. Cuando llegaron al mercado de Bakara habían entrado en su casa sin ser invitados y ahora tendrían que aceptar su castigo. Sheik Alí era un ferviente seguidor de las emisiones de radio y de la propaganda impresa por el SNA de Aidid que decía que los estadounidenses querían obligar a todos los somalíes a convertirse al cristianismo, a que renunciasen al islam. Querían hacer de ellos unos esclavos.
Cuando abatieron el helicóptero, se alegró mucho y echó a correr hacia allí. A diferencia del resto de la gente, él no se desplazó en línea recta hasta el aparato siniestrado. Sabía que habría hombres armados a su alrededor y que los Rangers llegarían hasta allí. No iba a resultar fácil acercarse.
Sheik Alí formaba parte de una serie de milicias irregulares que se movían entre la muchedumbre que había empezado a formar un amplio perímetro en las inmediaciones del helicóptero abatido. Subía corriendo una calle en paralelo con los rangers que avanzaban. Se dirigía a gran velocidad hasta una esquina, esperaba y disparaba cuando pasaban aquéllos, y acto seguido volvía a ponerse a la carrera hasta la siguiente calle y allí los volvía a esperar. Como él no se veía frenado por el chaleco y el equipo y no le disparaban desde todos los ángulos, podía moverse más rápidamente y con mayor libertad que los rangers. Cuando llegó al perímetro formado alrededor del helicóptero siniestrado, vio allí a un gran gentío, combatientes como él, pero sobre todo gente que había acudido sólo por curiosidad, mujeres y niños. Los estadounidenses disparaban calle abajo de forma indiscriminada a todo el mundo. Sheik Alí vio caer a mujeres y niños.
Él y varios hombres de su grupo se agazaparon tras un árbol para disparar a los estadounidenses cuando éstos empezaron a descender la cuesta en dirección a la callejuela donde se hallaba el helicóptero abatido. Desde allí vio que una bala le daba a un ranger en la cabeza, uno de aquellos chalecos negros con casco pequeño. Un compañero intentó ponerlo a cubierto arrastrándolo y también él recibió un tiro en la nuca.
Sheik Alí y sus hombres se pusieron en marcha. Rodearon sigilosamente el barrio donde estaba el aparato siniestrado y retrocedieron hacia abajo en dirección a la calle Marehan. Sheik encontró un árbol y se tumbó boca abajo detrás de él. En su lado de la calle, a unas dos manzanas al sur, había estadounidenses escondidos detrás de un coche, un árbol y una pared, respectivamente. Había más en el mismo cruce al otro lado de la calle. Entre él y los estadounidenses había más combatientes, en su mayoría locos armados que no sabían luchar. Sheik Alí esperó a cubierto la oportunidad de disparar un tiro limpio.
Llevaba casi dos horas de intercambiar disparos con los estadounidenses cuando su compañero, Abdikadir Alí Nur, fue alcanzado. Un estadounidense que se encontraba más abajo en la calle detrás de una M-60 acribilló a Nur y por poco le cercenan la mitad izquierda del cuerpo. Cuando una ráfaga de una M-203 explotó cerca, parte de metralla se incrustó en el rostro de Sheik Alí.
Entonces ayudó a trasladar a su amigo a un hospital.