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Barton y Nelson estaban tras un árbol en la esquina nordeste del amplio cruce situado al oeste del helicóptero siniestrado. Había un pequeño Fiat aparcado contra el árbol. Daba la impresión de que su dueño lo había dejado con el tapón de la gasolina apoyado contra el árbol para evitar que los ladrones espabilados y emprendedores de Mogadiscio le robaran la gasolina haciendo sifón. La ametralladora de Nelson asomaba por encima del techo del auto, y las cintas con los cartuchos colgaban de los lados. Procedente de los dos somalíes muertos en la calle junto al coche, la sangre formaba charcos de color rojo oscuro en la tierra.

—No puede ser mucho peor que esto —dijo Barton.

Justo en aquel momento, en medio de un resplandor brillante y una explosión ensordecedora, explotó una RPG contra el muro de enfrente, lo que les arrancó unas sonrisas. La risa era un bálsamo. Mantenía el pánico a raya y parecía acudir con facilidad. En aquellas circunstancias extremas, el solo hecho de actuar con normalidad se convertía en algo divertido. Si todavía podían reír estaban bien. No cabía duda de que el tiroteo era mucho más intenso de lo que jamás habían esperado que se produjese en Mogadiscio. Nadie había previsto una lucha seria de aquella envergadura. Nelson se preguntó dónde estaban sus amigos Casey Joyce, Dom Pilla y Kevin Snodgrass, y cómo les iría.

Estaban lloviendo RPG. Caían del norte y se estrellaban en los lados de los edificios de piedra, salpicando las paredes en medio de explosiones brillantes, como alguien que lanzara bolas de fuego.

—¡Cielo santo, Twombly, esto es irreal! —exclamó Nelson.

Se agazapó detrás de una rampa de cemento de unos sesenta centímetros de altura, situada entre el árbol y el muro, y manipulaba su M-60 cuando surgió un somalí tras una choza de hojalata a unos tres metros calle arriba y les disparó a él y a Twombly. Nelson supo que era hombre muerto. Los proyectiles se estrellaron entre sus piernas y pasaron cerca de su rostro. Twombly abatió al hombre.

Nelson vio en la boca de Twombly estas palabras:

—¿Estás bien?

—No lo sé —fue la respuesta.

Como Twombly había disparado su SAW a unos sesenta centímetros enfrente del rostro de Nelson, el calor le había chamuscado primero las mejillas y la nariz. La explosión le retumbó en los tímpanos, lo dejó ciego y la cabeza le zumbaba todavía.

—Duele —se quejó Nelson—. Ni oigo ni veo. ¡No vuelvas a disparar tu jodida arma tan cerca de mí!

En aquel momento, otro somalí les disparó y Twombly se apresuró a devolver el fuego con su rifle por encima de la cabeza de Nelson. Y este último estuvo durante horas sin oír nada.