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Arriba, en el Black Hawk, Goffena y Yacone veían que los dos convoys tenían problemas. El maltrecho convoy principal al mando del teniente coronel McKnight se dirigía hacia la rotonda K-4 y, por consiguiente, se alejaba de los dos aparatos siniestrados, y el convoy de emergencia compuesto por cocineros y voluntarios no se acercaba precisamente demasiado.

Volvieron a pedir autorización para hacer intervenir a sus francotiradores Delta. Se habían quedado sólo con dos. El sargento Brad Hallings se había puesto al frente de una de las metralletas del Súper Seis Dos después de que hirieran a uno de sus oficiales de vuelo. Iban a necesitarlo allí.

El capitán Yacone se volvió en su asiento para discutir la situación con los dos operadores Delta.

—La situación se está poniendo muy fea, muchachos —les dijo gritando por encima de los motores del helicóptero y del ruido del tiroteo—. Al segundo convoy le están disparando de forma intensiva y, además, no tiene pinta de poder llegar donde está el helicóptero. Mike y yo hemos detectado un campo de entre veinticinco a cincuenta metros del lugar donde están ahora. Entre medio hay montones de chozas y barracas. Una vez lleguéis allí, podéis agazaparos y esperar a los vehículos, o intentar llevar a los heridos a una zona abierta, donde podríamos ir luego para recogeros.

Tanto Shughart como Gordon indicaron que estaban listos para bajar.

En el helicóptero de mando, Harrell consideraba la petición. Era demasiado arriesgado, tal vez imposible. Sin embargo, un par de soldados armados y bien preparados podían contener a una turba indisciplinada de forma indefinida. Shughart y Gordon eran expertos en matar y seguir vivos. Eran soldados cabales y profesionales, preparados para llevar a cabo misiones duras y peligrosas. Veían una oportunidad allí donde otros sólo veían peligro. Al igual que los otros operadores, se enorgullecían de permanecer tranquilos y eficientes incluso en situaciones de extremo peligro. Vivían y se entrenaban de modo interminable para momentos como aquél. Si existía una posibilidad de conseguirlo, ellos dos se creían capaces de hacerlo realidad.

En el helicóptero C2, sentados uno junto al otro, Harrell y Matthews sopesaban la decisión. El equipo aéreo de rescate al completo estaba ya en tierra, donde se hallaba el primer aparato siniestrado. El convoy terrestre iba a tardar mucho en llegar hasta Durant y su tripulación. Sin embargo, dejar que Shughart y Gordon saltasen era como mandarlos a la muerte. Matthews bajó por un momento el volumen de las radios.

—Escuchad, son vuestros muchachos —le dijo a Harrell—. Son los dos únicos que nos quedan. ¿Qué queréis hacer?

—¿Vosotros qué sugerís? —preguntó Harrell.

—Podemos hacer que vayan o que no vayan. Por lo que puedo ver, nadie más va a conseguir llegar hasta ese lugar.

—Que vayan —decidió Harrell.

Mientras hubiera la más mínima posibilidad, estaban obligados a dársela a la tripulación del avión estrellado.

Cuando el oficial de vuelo de Goffena, el sargento mayor Mason Hall, informó a los hombres de que había llegado el momento de saltar, Gordon sonrió débilmente y levantó los pulgares excitado en señal de asentimiento.

Había un pequeño claro detrás de una de las chozas. Aunque lo rodeaba una valla y estaba lleno de trastos viejos, les serviría. Goffena hizo una pasada por encima a baja altura, luego se elevó cerca del suelo para volar sobre la valla y los escombros allí amontonados. No pudo deshacerse de éstos lo suficiente para aterrizar y mantuvo entonces el aparato en suspenso a un metro y medio del suelo mientras Shughart y Gordon saltaban.

El primero se quedó un momento enganchado en el cable de seguridad que lo conectaba al helicóptero y tuvieron que cortarlo para liberarlo. El segundo tropezó mientras echaba a correr para ponerse a cubierto. Para indicar que estaba desorientado, Shughart agitó las manos. Se habían despistado al saltar y estaban agazapados en una postura defensiva mientras trataban de dar con el rumbo correcto.

Goffena volvió a hacer una pasada baja a la vez que se asomaba por la puerta y les señalaba el camino. Uno de los oficiales de vuelo lanzó una granada de humo en la dirección del aparato siniestrado.

Los operadores levantaron los pulgares y empezaron a caminar en aquella dirección.