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Poco antes de que los otros rangers bajaran por las cuerdas hasta el helicóptero siniestrado, Abdiaziz Alí Aden se apresuró a salir de debajo del Volkswagen verde. El delgado adolescente somalí de cabello grueso y abundante vio que el helicóptero golpeaba el tejado de su casa antes de caer en el callejón. Ayudó primero a su familia a ponerse a salvo y luego regresó para proteger la vivienda de los saqueadores pero se encontró en medio de un tiroteo.

Uno de los estadounidenses que habían bajado por la cuerda rápida le cogía un M-16 al hombre al que acababa de disparar. Aden fue presa del pánico cuando el soldado fue hacia él. Salió reptando de debajo del automóvil y se metió corriendo en su casa después de cerrar la puerta de golpe. Se dirigió a una pequeña despensa situada en la parte frontal con dos ventanas: una daba al callejón donde estaba el helicóptero y la otra a la calle Marehan por donde bajaban más rangers. Tanto la esquina como la callejuela hervían de soldados estadounidenses y el tiroteo era estrepitoso, constante y creciente. Como las paredes de su casa eran de piedra resistente se hallaba en lugar seguro, y además en primera fila.

Observó que los soldados estadounidenses subían y bajaban precipitadamente del helicóptero siniestrado. Sacaron a un piloto y lo llevaron hasta la cola. El hombre tenía un profundo y terrible corte que le atravesaba la cara, estaba lívido y era evidente que estaba muerto. Dos rangers instalaron una ametralladora en el techo del Fiat que estaba al otro lado de la calle, lo cual pareció divertir a Aden. Convertía el cochecito en una especie de artefacto técnico. Otro de los soldados empezó a cavar en el vertedero. La familia de Aden y los vecinos se deshacían de la basura mediante unos agujeros o zanjas que cavaban en la calle fuera de sus casas y que usaban como vertederos. Cuando éstos estaban llenos, lo quemaban todo. El soldado se metió en el vertedero. Únicamente la cabeza y el rifle sobresalían de entre los escombros. No dejaba de disparar.