Los suboficiales jefes, Keith Jones y Karl Maier, que pilotaban el Little Bird Estrella Cuatro Uno, buscaron y encontraron el Black Hawk derribado minutos después de que cayera. Por lo aplastada que estaba la parte delantera de la aeronave, pensaron que probablemente tanto Elvis como Toro estaban muertos. Jones vio a uno de los soldados, el Staff sergeant Daniel Busch, apoyado contra una pared, le sangraba el estómago y se hallaba rodeado de varios somalíes que estaban tumbados en el suelo.
Habría resultado más fácil aterrizar en el amplio cruce cerca de Busch, pero Jones no quería ser un blanco desde cuatro direcciones diferentes. Hizo avanzar el helicóptero por la calle entre dos casas de piedra y lo posó en una pendiente. Él y Maier dieron una sacudida cuando tocaron tierra.
Apenas aterrizaron, se les acercaron unos sammies. Los dos pilotos abrieron fuego con los revólveres que llevaban. Entonces, el sargento Smith, el operador que había estado colgado de una mano mientras el Black Hawk caía, y el segundo de los dos soldados que Abdiaziz Alí Aden había visto salir del avión estrellado (Busch había sido el primero) aparecieron junto a la ventanilla de Jones.
Por encima del estruendo, el primero formó con los labios las siguientes palabras dirigidas a Jones:
—Necesito ayuda.
El brazo le colgaba fláccido. Jones saltó fuera y siguió a Smith hasta el cruce después de indicarle a Maier que debía controlar la aeronave y cubrir la parte alta de la callejuela.
En aquel momento, el teniente DiTomasso y sus hombres doblaron la esquina y se encontraron cara a cara con el Little Bird. Maier estuvo a punto de dispararle al teniente. Cuando el piloto bajó el arma, DiTomasso, asombrado, se dio una palmada en el casco para indicar que quería el recuento de las bajas.
Maier le indicó mediante un gesto que no lo sabía.
Nelson y el resto de rangers corrían pendiente abajo y se enganchaban bajo las hélices del Little Bird. Nelson vio a Busch una manzana más abajo recostado en un muro con una herida bastante fea en el estómago. El tirador Delta tenía la SAW sobre el regazo y una pistola del calibre 45 en el suelo, frente a él. Cerca había somalíes inermes. Busch, profundamente religioso, le dijo a su madre antes de marcharse a Somalia: «Un buen soldado cristiano no está más que a un piñoneo del cielo». Nelson reconoció en él al muchacho que tan bien jugaba al scrabble y ganaba a los contendientes en la base. Un pobre chico perdió cuarenta y una partidas seguidas con él. Su regazo era ahora una masa sanguinolenta, su rostro estaba blanco como el papel.
Nelson disparó a uno de los somalíes que todavía respiraba, y se agazapó detrás de los cuerpos para protegerse. Cogió la pistola del calibre 45 de Busch y la guardó en el bolsillo. El enorme casco del Black Hawk estaba a su derecha en el callejón, al otro lado de la calle. Los somalíes que trepaban al avión se dieron a la fuga apenas vieron que los rangers doblaban la esquina.
Mientras el resto de la escuadra se dispersaba para formar un perímetro, Jones y Smith arrastraron el cuerpo fláccido de Busch hacia el Little Bird. Jones ayudó a Smith a subir al reducido espacio detrás de la cabina, luego se agachó, aupó a Busch y lo atendió sobre las rodillas de Smith. Jones le aplicaba los primeros auxilios y Smith rodeaba con sus brazos al tirador Delta más gravemente herido que él.
Habían dado a Busch bajo la placa de acero del equipo de protección corporal que cubría el vientre. Tenía los ojos grises y desorbitados. Jones sabía que no se podía hacer nada por él.
El piloto bajó para subir de nuevo a su asiento. Oyó por la radio al comandante de las Fuerzas Aéreas Matthews desde el helicóptero C2.
—Cuatro Uno. Sal de ahí. Sal inmediatamente.
Jones tomó la palanca de mando y le dijo a Maier:
—Ya lo tenemos. —Y por la radio—: Cuatro Uno llegando.