—Debemos ir —le dijo Nelson al teniente DiTomasso—. Tenemos que ir sin pérdida de tiempo.
Desde la posición del Tiza Dos en la esquina nordeste del edificio blanco del asalto, Nelson podía determinar muy bien dónde se había estrellado el Súper Seis Uno. Veía a montones de somalíes corriendo en aquella dirección.
—No, tenemos que quedarnos aquí —replicó el teniente.
—Hay miles de personas allí —argumentó Nelson, para quien el inminente desastre podía más que la deferencia por el rango.
—No te muevas —dijo DiTomasso.
—Voy —replicó Nelson.
Al otro lado de la calle se asomaban armas a una ventana y, en aquel momento, advirtió que dos chicos somalíes corrían y que uno de ellos llevaba algo en la mano. Nelson se apoyó en el suelo con una rodilla y disparó una ráfaga con la M-60. Los dos muchachos cayeron. Uno llevaba un bastón. El otro se puso en pie y se alejó cojeando en busca de refugio.
El especialista Waddell sentía la misma necesidad de correr al lugar del suceso. Habían oído hablar de la forma en que los somalíes mutilaban los restos mortales de los hombres derribados del otro Black Hawk. Decidieron que nunca más volvería a pasarles una cosa semejante a sus muchachos.
DiTomasso sujetó a Nelson. Consiguió contactar con el capitán Steele por radio.
—Sé adonde está. Voy para allí —dijo el teniente.
—No, espera —replicó Steele.
Comprendía la prisa por ayudar, pero si el Tiza Dos se marchaba, el perímetro del edificio asaltado quedaría descompuesto. Intentó conectar con la red de mandos, pero las ondas estaban ocupadas y no oía nada. Esperó quince segundos.
—¡Tenemos que ir! —le gritó Nelson a DiTomasso—. ¡Ya!
Se disponía a echar a correr cuando contestó Steele.
—De acuerdo, id para allá —le dijo a DiTomasso—. Pero que alguien se quede.
—¡Está bien, Nelson! —gritó—. Marchaos.
Algunos hombres corrieron en pos de Nelson, pero el teniente fue detrás y retuvo al sargento Yurek en medio de la calle. Tenía previsto dejar allí a la mitad del tiza.
—Te quedas aquí defendiendo el puesto —le dijo a Yurek.
Ocho Rangers se desplazaron al trote. DiTomasso alcanzó a Nelson y a su M-60 a la cabeza. Waddell iba en la retaguardia con su SAW. Avanzaban con las armas en alto y listas. Conforme corrían, los somalíes les disparaban descontrolados desde las ventanas y las puertas, pero sin acertar. A medio camino de su carrera hacia el este, Nelson se agachó, se apoyó sobre una rodilla y abrió fuego sobre el gentío que se desplazaba paralelamente a ellos pero una manzana al norte.
Cuando doblaron la esquina tres manzanas más arriba, se encontraron con una amplia calle de tierra que bajaba hasta el cruce de la callejuela donde se hallaba el Súper Seis Uno. Ante el asombro de Nelson, delante de ellos, había aterrizado uno de los Little Birds. Sus rotores giraban en un espacio tan pequeño que las puntas se encontraban tan sólo a unos centímetros de los muros de piedra.