Casi todos los Rangers vieron desplomarse al Súper Seis Uno.
El soldado John Waddell, el ametrallador de la SAW en la Tiza Dos, había empezado a relajarse, más o menos, en la esquina noreste. Escuchaba las detonaciones de los tiros en las otras posiciones de las tizas en torno al edificio blanco del asalto, pero después de que Nelson, operador de una ametralladora M-60, acabara con aquel grupo de somalíes, había vuelto la tranquilidad a su posición. Waddell oyó que el teniente DiTomasso decía por radio que se preparaban para subir a los vehículos, lo que significaba que los chicos D debían de haber terminado su tarea en la vivienda objetivo. Cuando estuviera de vuelta en la base todavía le quedarían un par de horas de luz, tiempo suficiente para encontrar un lugar soleado en lo alto de un contenedor Conex y terminar la novela de Grisham.
En aquel momento se produjo una explosión en el cielo. Waddell miró hacia arriba y vio que un Black Hawk se retorcía de forma extraña en pleno vuelo.
—¡Eh! ¡Aquel helicóptero se cae! —gritó uno de los hombres al otro lado de la calle.
—¡Han derribado un helicóptero! —gritó Nelson.
Lo había visto todo: El fogonazo de la granada propulsada por cohete que le dio al Black Hawk Súper Seis Uno que estaba encima de él.
Todos escucharon el estruendo. Se resquebrajó la cola con el fogonazo y el rotor dejó de girar en medio de un rechinamiento horrible seguido de un estentóreo chug-chug-chug. El helicóptero siguió avanzando pero luego se estremeció y empezó a descender en barrena. Primero lentamente, luego cobrando velocidad.