Alí Hussein estaba en su farmacia de Labadhagal Bulal, situada al sur del tiroteo.
Se dirigió a la escalera frontal por donde se accedía al local y vio a hombres armados pertenecientes a la milicia de Aidid que corrían hacia el lugar de la contienda. Algunos formaban parte de la milicia y otros no eran más que ciudadanos pertrechados con sus propias armas.
Hussein quería ver lo que ocurría, pero tenía miedo de que el local fuera saqueado si lo dejaba desatendido. Se quedó en lo alto de la escalera y advirtió que el sonido de los disparos se acercaba lenta pero inexorablemente a su calle.
Al cabo de un momento vio que unos vehículos del Ejército, estadounidense, tres, descendían por la calle a toda velocidad. Disparaban las enormes armas que llevaban detrás. Se metió de un salto en la tienda y cerró de golpe la puerta de metal justo cuando unas balas sonaron en el exterior. Como sabía por conflictos anteriores que era el lugar más seguro de la casa, se dirigió rodando por el suelo a una pared lateral contra la que se apoyó, y las balas entraron en la tienda a través de las ventanas conforme los vehículos pasaban a gran velocidad.
Luego se alejaron y con ellos el estruendo de los disparos.