Al despertarse la sorprendió chupándose un dedo.
Le resultó muy excitante y se hizo el dormido un rato, para espiarla.
Bini se había introducido en la boca todo el pulgar derecho y chupaba con fuerza, mientras miraba la TV.
Desnuda, sentada sobre la cama frente a Aldo, mantenía las piernas cruzadas, como los yoguis.
Con los ojos entornados, Aldo se extasió en la dinámica de aquellos labios, que ahora se le engordaban y formaban plieguecitos. ¡Madre mía! El bulto, casi esférico, de aquella bocaza morena sobre el pulgar estirado, le produjo su primera erección de ese día. Lo más enloquecedor era el latir de los dos hoyos que la rítmica succión le formaba en ambas mejillas. Y los ojos se le estiraban un poco, le achinaban la expresión.
En los varios viajes que Aldo diera a Cuba, Bini no le había ofrecido aún, una visión tan infantil, lasciva y bella.
De pronto, ella lo sorprendió espiándola y se ruborizó. Dejó escapar una risita y se escondió el dedo entre las piernas desnudas.
Pero él, no no, que no hiciera eso, adelante con la chupada.
—Si a vos te gusta, a mí no me molesta. Mirá.
Y se destapó para mostrarle el resultado.
Ella lo aprisionó con la mano izquierda, pero él le pidió que lo hiciera con la otra, donde se veía aún el pulgar enrojecido y húmedo.
Y ella se puso a explicarle que en su familia todo el mundo chupaba dedo.
—Mi primo Pedro, cuando se acostaba, se chupaba los dos dedos del medio y con la otra mano se arrancaba pelitos de aquí abajo, de un halón, y te miraba feo, con una cara seria, como regañándote.
Aldo la miraba incrédulo.
Y Chacha también se chupaba el dedo gordo, pero era muy cochina, no se lo lavaba nunca.
—Y mientras se lo chupa, con el dedo chiquito de la misma mano se arquea las pestañas; así, fíjate.
Y al verla torcer la mano para imitar a Chacha, Aldo suelta una carcajada.
—Y el Lulo al revés, se chupa el dedo chiquito y con los dos más largos se espachurra una oreja hasta ponérsela roja roja…
Y Bini de pie, remedando a cada uno de sus parientes chupadedos, y Aldo corriendo al baño para no mearse encima, y al volver, ella se acoda en la cama para acariciarse mientras él tetayuna.
Y a poco, echándosele encima, mordiéndolo en un hombro.
Uy, la colonia que usaba Aldo la volvía loca.
Y otra vez, sacándose las ganas de morder los labios de Pepito, de chupárselos, y él, fuácate, respondiendo otra vez como un resorte, ja ja ja, igualito que un muchacho, y un poco erguido sobre las almohadas para ver como ella lo besaba, y ella, con la pichula entre dos manos, pum pum, como hacían los pistoleros, y arrodillada ahora en el piso, y apuntando a la ventana, y al techo, y apuntándolo a él, pum pum pum, muérete chico, y él abriendo los brazos y dejándose caer hacia atrás, y ella pum pum en redondo, comenzando a disparar en todas direcciones de la habitación, llena de enemigos, y ahora, apoyándose la pistola contra el paladar, se suicida de un tiro final y cae muerta, tiesa, boca arriba sobre el piso, y él siguiéndole el juego, tirándose también sobre el piso, y ella verificando que seguía duro como un palo, quién se lo iba a imaginar, y él urgido otra vez, queriendo que ella se le encarame de nuevo, pero ella se arrodilla, se agazapa, y se le convierte en una conejita, y se hace pantalla con las manos en las orejas y frunce los labios para mostrarle el hociquillo y los dientes botaditos, y se pone de rodillas sobre un cojín en el piso, para que él vacile a la coneja por atrás, y él jadeando, ay dios mío, qué es esto, señor, y al rato descansando y volviendo a reírse, y abrazándola por la cintura, y levantándola en peso, dando vueltas con ella que chilla como un muchacho chico.
Y en la terraza, tomando el sol, y a no dejarlo beber su whisky, y él quejándose, y ella molestándolo, metiéndole un dedo entre los labios, queriendo beber ella primero y pasarle los tragos boca a boca, y de pronto, ay, me arañaste, mira pa eso como tienes de largas las uñas, y ella, cogiendo su bolso, sacando una tijerita, una lima, un cortauñas, obligándolo a dejarse hacer los pies, y él que no, que le hacía cosquillas, y ella que sí, porfiando que sabía de eso, sí, coño, aunque tú no lo creas soy pedicuro, pasé un curso con diploma y todo, y cortándole las cutículas, y limando uñas, mientras le contaba sobre la cría de conejos del marido de su prima Chacha, y un día que andaba peleada con su mamá y se fuera a vivir a casa de Chacha, sufría de ver a los conejitos encerrados en la jaula, y cuando le dijeron que iban a matar uno para guisarlo el domingo, ella no pudo dormir de la tristeza, y figúrate, abrí la jaula para que se escaparan todos los conejos, y el marido de mi prima quería matarme, y yo, sí, mátame, mátame, y le puse un cuchillo en las manos, pero yo sabía que el pendejo no me iba a hacer nada, y Aldo queriendo saberlo todo, haciéndole preguntas, y que dónde vivía en esa época, y que qué hacía, y ella, que entonces ya no vivía más con su mamá porque era muy cuadrada y se volvía insoportable, a cada rato se fajaba con ella, todo lo que hacía le parecía mal; y entonces, ella se iba a casa de la abuela, de Chacha, o de otros parientes, o de amigas suyas.
—¿Y tu papá?
—Lo adoro, y nos llevamos de lo más bien, pero casi no nos vemos. Ya él va por el cuarto matrimonio y tiene una pila de hijos, pero gana muy poquito.
Y cuando Bini empezó a putear con extranjeros fue para conseguir dólares y tener su ropita, sus tenis, en fin, su independencia.
—No, yo nací en La Habana. Mi familia es la qu’es de Oriente.
Su abuelo era un campesino pobre, que se alzara con Fidel en la Sierra, y al triunfo, toda la familia vino a vivir a La Habana.
—Todos muy revolucionarios, menos mi mamá. Papi se fue a pelear a Angola y Etiopía, pero a Mami, eso de la Revolución nunca le gustó. Y es muy cuadrada y siempre me llevó recio, y por peleona y gusana, mi papi no la aguantó más y se fue a vivir con una capitana del ejército.
La madre vivió entonces con una seguidilla de tipos, a cual más bruto y comemierda, pero ella se los merecía porque era igual.
A Bini nunca supo tratarla. Cuando ella era chiquita, la madre vivía amenazándola y asustándola, y se enfurecía si ella lloraba.
—Y mira cómo sería de hijaeputa, que cuando yo tenía como tres o cuatro años, mami se puso de acuerdo con mi tía Celia, que vivía pared por medio en la casa de al lado, y entre las dos prepararon un guante con unos pelos largos, negros, que se los quitaron a un puerco, y me decían que era la mano peluda, que venía a llevarse a las niñas lloronas.
Y cuando Bini se ponía a llorar, la sacaban al patio, y desde la otra casa, por lo alto de la tapia medianera, la tía Celia hacía caminar la mano peluda y daba unos chillidos horribles.
—Yo me cagaba encima del terror, pero no lloraba.
Y si no era la mano peluda, la asustaban con muertos y fantasmas, y con el jinete sin cabeza, y con la llorona, y con una serie de espantos en los que ellas creían, y juraban que en la Sierra Maestra se les aparecían todas las noches; y por eso que le hicieron cuando era chiquita, Bini nunca perdonó a su mamá ni a sus tías, y por tal de no tener que vivir con ellas, pasó muchos años becada en albergues del gobierno.
—Y por ayudar a una amiga me metieron presa.
Le salieron tres años, pero pagó sólo catorce meses. Pero de eso no quería acordarse ahora, y de todas sus desgracias, le echaba la culpa a la mamá y a las brutas de sus tías, pero a su padre lo adoraba, y él a ella, y hasta le perdonaba que anduviera puteando… Era tan comprensivo…