6

El hombre se arrastra como un escarabajo, a cuatro patas, por la zanja de desagüe. Ojos oscuros buscando una abertura. Una X de cinturones de tela sobre su espalda. Sobre él, los relámpagos; sobre él, la lluvia. Y alrededor de la próxima curva de su camino él vigila/ellos vigilan/ eso vigila, porque él/ ellos/ eso sabe que llega con un dolor en la cabeza. Y eso mira hacia el sitio donde la tormenta golpea a la tierra y nace el barro, limpia las salpicaduras de su piel, olfatea el aire, ve la cabeza y los hombros del hombre pasando la curva y se retira.

El hombre encuentra la alcantarilla abierta y se arrastra dentro.

Después de unos seis metros encendió su linterna e iluminó el techo. Entonces se detuvo en el pasaje, junto a las aguas fecales, y apoyó la espalda contra la pared. Secándose la frente con la manga de la camisa caqui, sacudió las gotitas que había en sus cabellos y se secó las manos en los pantalones.

Hizo una mueca. Luego, metiendo la mano en la mochila, retiró un tubo de tabletas y tragó una. Los truenos retumbaban a su alrededor en ese lugar, y maldijo, apretándose las sienes. Pero volvieron, una y otra vez, y él cayó de rodillas, sollozando.

El nivel de las aguas en el centro de la zanja comenzó a subir. Observándolo, a la luz de la linterna, se puso en pie y avanzó tambaleándose más adentro, hasta que llegó a algo que parecía una plataforma. El olor de los residuos era más fuerte aquí, pero había lugar para sentarse con la espalda contra la pared, de modo que lo hizo. Apagó la linterna.

Después de un rato, la tableta comenzó a surtir efecto y suspiró.

Ved cuán débil es lo que ha venido a mí.

Desabrochó la pistolera y quitó el seguro a su revólver.

Me ha oído y conoce el miedo.

Entonces, entre los rugidos del trueno, no hubo más que silencio. Se quedó sentado allí, quizá durante una hora; luego se sumió en un sueño liviano.

Lo que le despertó pudo haber sido un ruido. Si era así, había sido demasiado suave para que su conciencia lo registrara.

Está despierto. ¿Cómo es que puede oírme? Decidme. ¿Cómo es que eso puede oírme?

—Puedo oírte. Y estoy armado —dijo él mientras su mente bajaba automáticamente al arma que había en su costado y su dedo encontraba el gatillo.

(Imagen de una pistola y sentimiento de escarnio, mientras ocho hombres caen antes de que el percutor resuene sobre el tambor vacío.)

Con la mano izquierda volvió a encender la linterna. Cuando la movió, algunas chispas opalinas sucedieron en un rincón.

¡Comida!, pensó. ¡Necesitaré algo antes de volver al búnker! Irán bien.

Tú no me comerás.

—¿Quién eres? —preguntó él.

Tú piensas en mí como ratas. Piensas en una cosa conocida cómo Manual de Supervivencia de las Fuerzas Aéreas, donde se aplica que si cortas una de mis cabezas —que es donde está el veneno— entonces debes abrir el vientre y continuar el corte por las patas. Subsiguientemente a esto, la piel puede ser arrancada, el estómago abierto y vaciado, la columna vertebral partida y ambas mitades asadas en un palillo afilado.

—Eso es esencialmente correcto —dijo él—. ¿Dices que eres «ratas»? No entiendo. El plural, eso es lo que no entiendo.

Soy todos nosotros.

Continuó mirando fijamente los ojos situados a unos ocho metros de distancia.

Ahora sé cómo me oyes. Hay un dolor, dolor en ti. Eso, de algún modo, te permite oír.

—Hay trozos de metal en mi cabeza —dijo él— de cuando mi despacho estalló. Yo tampoco entiendo esto, pero imagino cuál puede ser la vinculación.

Sí. En realidad, veo que uno de los trozos que está cerca de la superficie saldrá pronto. Entonces debes romper la piel con tus garras y retirarlo.

—No tengo garras…, oh, las uñas. Entonces eso debe ser la causa de los dolores de cabeza. Hay otro trozo que se está moviendo. Afortunadamente, puedo usar mi cuchillo. La vez que tuve que quitarme uno con las garras fue muy duro.

¿Qué es un cuchillo?

(Acero, afilado, brillante, con un mango.)

¿Dónde se obtiene un cuchillo?

—Se tiene uno, se encuentra uno, se compra uno, se roba uno o se fabrica uno.

Yo no tengo uno, pero he encontrado el tuyo. No sé cómo comprar, o robar, o hacer uno. De modo que cogeré el tuyo.

Y hubo más chispas opalinas, y más, y más, y lentamente se adelantaron y supo que su revólver era inútil.

Un terrible dolor llegó a su cabeza y unos resplandores blancos destruyeron su visión. Cuando se aclaró, había miles de ratas a su alrededor y se movió sin pensar.

Sacó la ampolla de su cinturón de municiones, le quitó la espoleta y arrojó la ampolla en medio de las ratas.

Durante tres latidos no sucedió nada, excepto que continuaron su avance.

Entonces apareció un cegador brillo de corona solar que no disminuyó, sino que persistió durante muchos minutos. Fósforo blanco. Lo continuó con napalm. Rió mientras ardían y gritaban y se desgarraban mutuamente. Por lo menos, algo dentro de él reía, una parte de él. Las ratas retrocedieron y llegó otro dolor a su cabeza. Había un latido especialmente violento en las cercanías de su sien izquierda.

No hagas eso de nuevo, por favor. No había comprendido que Tú fueras una cosa como la que eres.

—Si que lo haré, si lo intentáis de nuevo.

No lo haré. Traeré ratas para que Tú comas. De las jóvenes y más gordas. Sólo líbranos de Tu ira.

—Muy bien.

¿Cuántas ratas deseas?

—Con seis estará bien.

Serán de las mejores y más gordas.

Fueron traídas a su presencia y les cortó la cabeza, las limpió y las asó en el hornillo de campaña que llevaba en la mochila.

¿Deseas más ratas? Puedo darte todas las que Tú desees.

—No; no necesito más.

¿Estás seguro? ¿Seis más, quizá?

—Éstas serán suficientes, por ahora.

—¿Te quedarás aquí hasta que cese la tormenta?

—Sí.

Vuelve a mí un día, por favor. Siempre tendré más ratas que Tú comas. Deseo tenerte a ti de vuelta.

Y líbranos de tu ira, oh cosa que Tú nombras en Tu dolor como Carl Lufteufel.

—Quizá —dijo él sonriendo.