8

Amanecer Resplandeciente se tambaleó hacia un lado, agarrándose a la batayola que tenía ante ella para no perder el equilibrio sobre la cabeceante cubierta del barco. Una espuma salada, sorprendentemente fría, la salpicó cuando el Dama del Piélago descendió entre las olas. Antes de que empezara a subir de nuevo a consecuencia de la marejada, Cuervo Veloz estaba a su lado, asiéndole el brazo con mano firme. Avergonzada, la joven dejó que el guerrero la ayudara a recuperar el equilibrio.

—Agárrate a mí, si quieres —se ofreció él.

Así lo hizo, asiendo su brazo mientras el barco cabeceaba bajo sus pies.

El Dama del Piélago no había sido la embarcación más grande ni la mejor de Nuevo Puerto —era una sencilla goleta de dos mástiles y velas cuadradas—, pero su capitán, un ergothiano de piel oscura llamado Kael Ar-Tam, había sido la única persona con destino al puerto de Ak-Thain que no se había negado en redondo a que subieran a bordo los dos kenders.

—Siempre y cuando esas ratas se mantengan alejadas de mí —declaró con acritud—, yo procuraré mantener mis botas alejadas de sus traseros.

Resultó que sus recelos, al menos en lo tocante a Catt, eran injustificados. La mayor de los dos kenders se puso a trabajar con los marineros desde un principio, y se mostró especialmente diestra en cualquier trabajo que tuviera que ver con los cabos. Catt sabía más sobre cuerdas que el propio capitán Ar-Tam y había enseñado a la tripulación varios nudos extremadamente complejos, que eran resistentes como el hierro, pero que se deshacían con sólo tocar en el sitio correcto. Eso, y el gran número de canciones marineras que conocía, hizo que la tripulación del Dama del Piélago se encariñara con ella enseguida.

Ésa era la principal razón de que aún no hubieran matado a Kronn.

Si Catt resultaba una bendición para los marineros, Kronn era la pesadilla que amargaba su existencia. Casi no habían salido de la bahía cuando lo pillaron trasteando en la bodega; intentaba descubrir lo que había en los grandes baúles y barriles que transportaba el barco. Sólo las súplicas de Catt y de Riverwind, acompañadas de unas cuantas monedas de acero, habían hecho desistir al capitán Ar-Tam de su intención de arrojar a Kronn por la borda. Desde entonces, en los cuatro días que llevaban surcando las olas del Nuevo Mar, Kronn había hecho caer dos velas, se había apropiado del timón en un momento de distracción del timonel, y había tirado de innumerables cabos que no debería haber tocado. En una ocasión, desatando una sola driza, el barco estuvo a punto de zozobrar. Cada vez la excusa había sido la misma: «Sólo quería ver cómo funcionaba».

Amanecer Resplandeciente miró a un extremo y otro de la cubierta, en busca del kender, pero no lo vio por ninguna parte. No estaba segura de que eso fuera bueno.

El Dama del Piélago alcanzó la cima de una ola y empezó a bajar por el otro lado. Amanecer Resplandeciente se agarró a Cuervo Veloz, pero la estabilidad del joven guerrero no era mucho mejor que la de la muchacha; trastabilló cuando la cubierta pareció hundirse bajo sus pies, y estuvieron a punto de caer los dos. Cerca de ellos, un marinero rió al ver cómo se tambaleaban los bárbaros de las Llanuras, y Cuervo Veloz se puso rojo de ira mientras miraba intensamente al tripulante de tez oscura.

—Tranquilo —murmuró Amanecer Resplandeciente—. Controla ese genio.

Cuervo Veloz se soltó del brazo de Amanecer Resplandeciente, sacudiendo enérgicamente la cabeza. Seguía mirando de arriba abajo al marinero, aunque el hombre les había dado la espalda y había vuelto alegremente al trabajo.

—Me gustaría verle disparar una flecha mientras monta a galope tendido —barbotó el joven guerrero.

—Los caballos están en la bodega —replicó Amanecer Resplandeciente—. ¿Quieres que te traiga el tuyo para que le enseñes cómo se hace?

Él la miró y, al reparar en el brillo divertido que chispeaba en sus ojos, tuvo que reír a pesar suyo. Le rodeó la cintura con un brazo.

—Lo siento —dijo, y la besó en la nuca—. Es que echo de menos la tierra firme bajo mis pies.

—Yo también —convino Amanecer Resplandeciente—, pero por lo menos no nos hemos mareado, como mi padre. —Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la popa del barco, donde charlaban Riverwind y Kael. El Hombre de las Llanuras estaba encogido y su rostro había adquirido un color ceniciento. Se había sentido mal desde el segundo día de viaje, pero rehusó el consejo del capitán cuando éste le recomendó que fuera abajo y se tumbara. En vez de eso, aunque cada cabeceo de la cubierta le provocaba un espasmo de náusea, el viejo guerrero aguantó.

La cubierta se balanceó de nuevo, y Amanecer Resplandeciente volvió a trastabillar, lo que empujó a Cuervo Veloz contra la batayola.

—Maldita sea —farfulló irritado el joven guerrero.

—Tened cuidado con lo que hacéis —dijo una voz a la altura de sus codos.

Los dos jóvenes bárbaros miraron hacia abajo. Catt había subido a cubierta y los miraba seriamente. Estaba de pie, al parecer indiferente al cabeceo del barco. Cuervo Veloz frunció el ceño mientras luchaba por mantenerse erguido.

—Seguid así —comentó la kender—, y veréis el agua mucho más cerca de lo que os gustaría. —Sonrió abiertamente, no sin amabilidad—. Puedo deciros lo que estáis haciendo mal, si queréis.

—No necesitamos… —comenzó a responder Cuervo Veloz.

Amanecer Resplandeciente le clavó un codo en el estómago.

—Eso nos gustaría mucho —lo interrumpió, al tiempo que lo fulminaba con la mirada, y el joven guerrero puso los ojos en blanco.

Durante un momento, Catt miró a Cuervo Veloz; después, se encogió de hombros.

—Bien —dijo la kender—. Vuestro principal problema estriba en que no flexionáis las rodillas. Así nunca conseguiréis mantener el equilibrio. Observad al capitán Ar-Tam. —Hizo un ademán hacia la cubierta. Kael avanzaba con paso firme, bramando órdenes que sus hombres corrían a obedecer—. ¿Veis como anda, con las piernas arqueadas? No es porque la comida en esta bañera sea tan mala, ¿sabéis? Un marinero tiene que ir con las olas, no luchar contra ellas como hacéis vosotros, o pasará más tiempo tendido de espaldas que de pie. Mirad, es así. —Hizo una demostración de cómo debía cambiarse el peso de uno a otro pie en consonancia con el cabeceo—. Eso es, ahora probad vosotros.

Amanecer Resplandeciente siguió el ejemplo de Catt, doblando las rodillas y separando bien los pies.

—¿Cómo es que sabes tanto de embarcaciones? —preguntó la mujer.

—¡Oh!, serví a bordo de un barco mercante durante varios años, cuando era más joven —contestó la kender—. Cuidado ahora, aquí viene.

Cuando el barco cabeceó de nuevo, Amanecer Resplandeciente volvió a trastabillar, pero no tanto como antes, y en la siguiente ocasión consiguió mantener la verticalidad. Miró sonriente a la kender.

—¡Eso es! —dijo Catt, muy contenta—. Lo estás consiguiendo.

De repente, el Dama del Piélago pasó sobre varias pequeñas olas encrespadas. Siguiendo el ejemplo de la kender, Amanecer Resplandeciente controló el balanceo. Sin embargo, Cuervo Veloz perdió, finalmente, el equilibrio y cayó sobre su trasero. Su rostro se puso rojo cuando todos los marineros apuntaron hacia él y rieron a carcajadas.

—Levántate —dijo Catt, ofreciéndole una mano—. Inténtalo otra vez.

—¡Aléjate de mí! —espetó el joven Hombre de las Llanuras, con una mueca sañuda. Catt apartó la mano como si la hubieran picado. Con alguna dificultad, Cuervo Veloz consiguió ponerse de pie—. La única manera como me puedes ayudar, kender, es alejándote de mí.

—¡Cuervo Veloz! —exclamó Amanecer Resplandeciente, cogiéndolo del brazo. Él se libró de la mano de la joven de un tirón y se alejó por la cubierta con paso inseguro.

—Un tipo bastante irascible.

—Sólo es orgulloso —contestó Amanecer Resplandeciente.

—No creo que comparta la opinión favorable de tu padre acerca de los kenders —dijo Catt, mirando con ceño fruncido la espalda de Cuervo Veloz mientras el joven de las Llanuras se tambaleaba hacia Riverwind y Kael.

—Cree que no deberíamos ayudaros —dijo Amanecer Resplandeciente, mordiéndose el labio—. Por supuesto, no lo diría delante de padre —añadió rápidamente—, pero piensa que es una tontería ir a Kendermore.

—¿Y tú qué opinas?

—¿Yo? —preguntó Amanecer Resplandeciente, sorprendida—. Yo no…

—No importa —la interrumpió Catt—. Mucha de nuestra gente pensaba que era absurdo que Paxina pidiera ayuda a los humanos. «Los humanos lo lían todo», decían. Es una suerte que encontráramos a alguien como tu padre.

De repente, sonaron sobre sus cabezas unos insultos, palabras tan malsonantes que sólo las podría haber dicho un marinero. Amanecer Resplandeciente siguió la mirada de Catt hacia el palo mayor. Kronn había escalado a lo alto del aparejo y de alguna manera había conseguido enredarse en las drizas junto con el primer oficial del barco. Éste, un enano, blasfemaba con su áspera voz a la par que hacía esfuerzos indecibles por liberarse.

—¡Otra vez no! —espetó el capitán Ar-Tam, echando pestes mientras avanzaba por la cubierta—. Baja de ahí, maldita rata, o juro que te cortaré…

—Está bien, Capitán —dijo Catt—. Yo bajaré a mi hermano. —Subió con agilidad por la jarcia y liberó con rapidez a su hermano y al primer oficial. El enano hizo un último esfuerzo por agarrar a Kronn, que saltó de cuerda en cuerda con rapidez, aparentemente despreocupado por el hecho de estar a más de diez metros de altura sobre un barco en movimiento—. ¡Kronn! —espetó Catt—. ¡Basta ya de juegos!

—¡Oh!, nosotros tenemos juegos en los que puede participar —gruñó el enano de rostro rubicundo, mientras Kronn y Catt descendían por los aparejos—. Está el Lanzamiento de Kender, para empezar. Y el Atrápame esa Ancla, Y adivina a quién le toca primero.

—¿A quién? —preguntó Kronn.

El enano hizo un gesto obsceno.

Al final, los dos kenders consiguieron llegar de nuevo a la cubierta. En cuanto bajaron, Catt le dio una sonora colleja a su hermano.

—¡Ay! —exclamó él—. ¿Por qué has hecho eso?

—Escúchame Kronn —dijo Catt—. Tienes que dejar de meterte en líos. El capitán Ar-Tam está tentado de arrojarte a los tiburones.

—¿Tiburones? —Las cejas de Kronn se arquearon por la excitación—. ¿En estas aguas?

—Tiburones toro, para ser exactos —dijo Catt, asintiendo seriamente con la cabeza—. Son tan grandes que te pueden tragar entero… si tienes suerte.

—Me encantaría poder ver uno —dijo Kronn, con gesto pensativo—. Padre me dijo una vez que al tío Saltatrampas lo atacaron los tiburones ¿sabes? O quizá fue un calamar gigante. Lo que sea; ocurrió cuando volvía a casa tras ganar el torneo de los minotauros en el estadio de Kothas.

—¿Atacado por tiburones? —dijo Catt, elevando escéptica una ceja.

—O un calamar gigante, dije —la corrigió Kronn—. En cualquier caso, no podía usar su jupak bajo el agua, pero afortunadamente tuvo una inspiración…

—Vamos a hablar con padre —lo interrumpió Amanecer Resplandeciente—. Querrá planear la ruta que seguiremos tras llegar a Ak-Thain.

Kronn miró a su hermana.

—Vamos —dijo ella, asintiendo con la cabeza.

—¡Estupendo! —exclamó Kronn—. Vayamos. Llevo tiempo buscando la oportunidad de presumir de mis mapas.

Salió corriendo hacia la popa, donde estaba Riverwind con Kael y Cuervo Veloz. Catt lo vio marchar y, luego, miró a Amanecer Resplandeciente, esbozando una sonrisa.

—Hombres —dijo.

Riendo, Amanecer Resplandeciente se encaminó hacia la popa con la kender para unirse a los otros. El barco cabeceaba bajo sus pies mientras andaban, pero ella ya no se daba cuenta.

***

—¡Oh!, no —se quejó suavemente Cuervo Veloz.

Riverwind había estado asomado a la batayola, mirando la espumosa estela del Dama del Piélago, que se extendía tras ellos hacia el horizonte gris del mar. Se incorporó con brusquedad y se giró, siguiendo la mirada del joven guerrero. Se le frunció el entrecejo cuando sus ojos se posaron en Kronn, que venía hacia ellos con paso alegre. Al mirar de soslayo a Cuervo Veloz, vio cómo apretaba los labios.

—¿Pasa algo malo, muchacho? —preguntó.

—No, mi Chieftain —respondió Cuervo Veloz, que iba a decir otra cosa pero cambió de idea. Sus mejillas habían enrojecido.

Era una mentira, y Riverwind lo sabía, pero la dejó pasar. Cuervo Veloz estaba incómodo en presencia de los kenders, pero no era el momento de sacar el tema a colación. Observó cómo se acercaba Kronn, seguido de cerca por Catt y Amanecer Resplandeciente.

—Kronn viene a ayudarte, Riverwind. ¿Verdad, Kronn? —dijo Catt.

—Cierto —contestó el kender, mirando a Riverwind con una sonrisa de oreja a oreja—. He venido para mostrarte mis mapas. Kendermore quedará aún muy lejos cuando lleguemos a Ak-Thain.

—¿Kendermore? —preguntó incrédulo el capitán Ar-Tam—. ¿Vais allí? En nombre de Habbakuk, ¿por qué?

—Estamos teniendo problemas con un dragón —contestó Kronn.

Kael soltó una sonora carcajada, pero luego se cohibió al echar una ojeada de soslayo al veterano Hombre de las Llanuras.

—No me digas que habla en serio —dijo.

—Lo hace —declaró Riverwind, irguiéndose con aire orgulloso ante el capitán. Su rostro, aunque aún estaba pálido, se tornó serio y adusto—. Vamos al este para ayudar a los kenders.

—Entonces, estás loco —dijo firmemente Kael—. Ningún hombre en su sano juicio abandonaría su hogar y su gente, y atravesaría Ansalon sólo para ayudar a una caterva de malditos kenders.

—Sin querer ofender a nadie, seguro —lo interrumpió Catt, irritada.

Kael no dijo nada, pero mostraba una sonrisa desagradable.

—Lo que yo decida hacer no tiene nada que ver contigo, capitán —dijo Riverwind. Se giró y anduvo con paso firme hacia la escotilla que llevaba a la bodega del Dama del Piélago—. Vamos, Kronn; tenemos que planear el resto de nuestro viaje.

***

La bodega estaba en penumbra, iluminada por una sola linterna que colgaba del techo, y oscilaba al mismo ritmo que los crujidos del casco de la embarcación. El aire tenía un olor extraño, una mezcla de sal, sudor rancio, aromas de especias y aguardiente, secuelas de cargas anteriores que había transportado el barco.

Riverwind se detuvo al llegar al fanal y giró la ruedecilla hasta que hubo suficiente luz para leer; luego se dirigieron a una mesa simada cerca de la proa de la nave. Apartó a un lado los cuencos sucios y los naipes que los marineros habían dejado sobre ella.

El kender se quitó del hombro una mochila repleta hasta los topes. Mientras Catt, Amanecer Resplandeciente y Cuervo Veloz se reunían alrededor de la mesa, Kronn depositó la bolsa y empezó a rebuscar en el interior. Estaba llena a rebosar de mapas de todas las formas y tamaños, desde finas vitelas ilustradas con pan de oro y tintas valiosas hasta sucios trapos cuyas marcas resultaban casi ilegibles.

—Éstos no son todos míos, por si os interesa saberlo —aclaró Kronn—. Quiero decir que son míos ahora, pero muchos de ellos pertenecieron a mi padre. Pero aquí ni siquiera está toda su colección. Veréis, pasó algo de lo más extraño en Kendermore, cuando leyeron su testamento. Desapareció un puñado de sus mapas, al igual que otras muchas de sus posesiones. Fue una cosa rarísima.

Cuervo Veloz resopló de forma burlona, pero intervino Amanecer Resplandeciente antes de que Kronn pudiera contestarlo.

—He oído hablar mucho de Kronin —dijo—. Da la impresión de que tu padre era todo un luchador.

—Lo era, sí —convino Kronn, orgulloso.

—Pero hay una cosa que siempre he querido saber —prosiguió Amanecer Resplandeciente—. Cuentan todo tipo de historias acerca de cómo mató a lord Toede durante la Guerra de la Lanza. ¿Cuál de ellas es cierta?

Kronn y Catt se miraron, y el joven kender se encogió de hombros y siguió rebuscando en su mochila.

—Ni idea.

—Pero seguro que tú sabes la verdad —aventuró Amanecer Resplandeciente—. Después de todo, eres su hijo.

—Bueno, eso tendría sentido, especialmente para un humano —convino Kronn—. Desgraciadamente, yo me encontraba lejos de casa cuando ocurrió todo aquello. Yo… Nosotros… Catt estaba conmigo, habíamos ido a los mercados de esclavos de Trigol…

—Fue Ak-Krol —lo interrumpió Catt—. Trigol fue al principio de la guerra.

Kronn detuvo un momento su ruidosa búsqueda, con el ceño fruncido.

—¿Estás segura? Yo creía que fuimos primero a Ak-Krol, y luego a Trigol. Recuerda que en Ak-Krol tuvimos ese problemilla cuando cayó dentro de mi saquillo el espejo del faro y encalló y se hundió ese galeón del ejército de los Dragones. Sólo porque el farero era incapaz de mantener ordenadas sus cosas…

—Eso ocurrió en Trigol —dijo Catt—. Ak-Krol fue hacia el final de la guerra.

—No creo —dijo Kronn, con cara de preocupación.

—En cualquier caso —intervino impaciente Cuervo Veloz—, fuera donde fuera, estabais allí por alguna razón.

—¿Eh? Ah, sí —dijo Kronn—. Bien, supongo que el motivo era organizar una rebelión. Aunque, en realidad, en cierta forma, las cosas sucedieron de manera espontánea, simplemente. Eso fue bastante divertido, ¿verdad, Catt?

—Estábamos impacientes por ver qué decía esa bestia de Toede sobre la liberación de todos aquellos esclavos —dijo Catt, asintiendo con la cabeza.

—Sin embargo, cuando llegamos a casa, Toede ya estaba muerto —añadió Kronn—. Lo que fue una pequeña decepción. Mi padre nos lo contó todo. Pero, claro, teníamos nuestra propia historia heroica que contar, así que quizá no prestamos tanta atención como debiéramos. He olvidado todos los detalles.

—Padre lo contaba de varias maneras —abundó Catt.

—Y también lo hacía otra gente, bardos y similares.

—Con el paso del tiempo las versiones se fundieron en mi mente —dijo Kronn—. Pero recuerdo nítidamente lo de Trigol.

—Ak-Krol —insistió Catt.

Los bárbaros de las Llanuras asintieron con impaciencia. Transcurrido un rato Kronn sacó un mapa dibujado sobre lo que parecía una piel de lagarto y lo giró en un sentido y en otro, en un intento de descifrarlo a la luz de la linterna. Luego, lo volvió a meter en la bolsa, pasó sobre otros mapas y, finalmente, se detuvo.

—¡Ah!, aquí lo tenemos.

Con un movimiento ostentoso, entresacó un frágil pergamino amarillo de su saquillo. Lo desplegó con sumo cuidado y lo extendió sobre la mesa. Ante ellos tenían un mapa de la parte oriental de Ansalon, garabateado con carboncillo.

—¿Es fiable esto? —preguntó Riverwind, echándose hacia adelante.

—Más o menos —contestó Kronn, con un encogimiento de hombros.

—Parece bastante antiguo —comentó Amanecer Resplandeciente—. Ni siquiera consigo ver Ak-Thain.

—¡Ah! Eso es porque no se llamaba Ak-Thain cuando dibujaron este mapa —dijo Kronn—. Solía ser una ciudad de los ogros llamada Thulkorr. Está aquí. —Apuntó un dedo hacia la desembocadura de un río en la costa oriental del Nuevo Mar—. Durante la Guerra de Caos, murieron todos los ogros que había allí. Los mataron los guerreros demoníacos, por lo que he oído. Entonces, fue colonizada por hombres de Khur, que cambiaron el nombre, un fastidio desde el punto de vista de los amantes de los mapas.

Riverwind miraba el mapa con los ojos entrecerrados, y luego sacudió la cabeza.

—Esto es viejo. Dice que la región a la que nos dirigimos está tomada por el Ejército Verde. Hace muchos años que nada está tomado por los ejércitos de los Dragones.

—¡Ejem! —Kronn se acarició la barbilla con gesto pensativo—. Supongo que tienes razón.

—Entonces, ¿adónde vamos desde Ak-Thain? —indagó Amanecer Resplandeciente, estudiando el mapa.

—¡Ah!, seguimos la calzada de las Especias —dijo Kronn.

—No la veo aquí —dijo Riverwind.

—Eso es porque no está en el mapa. Es nueva. La crearon los hombres de Khur como ruta comercial hacia occidente cuando tomaron Thulkorr. —Kronn observó con ceño fruncido al Hombre de las Llanuras—. No te preocupes, todas las calzadas nuevas están en mi cabeza.

Cuervo Veloz gruñó y empezó a frotarse la frente.

—¿Adónde lleva esa… eh… calzada de las Especias?

—Aquí —respondió Kronn. Trazó un sinuoso sendero hacia el este desde Ak-Thain, cruzando las desérticas tierras de Khur—. Si mal no recuerdo, y casi nunca lo hago, debería terminar ahí, en Ak-Khurman. Es extraño que tantas ciudades khurienses sean Ak-Algo, ¿verdad? Me pregunto qué significará Ak.

Riverwind examinó Ak-Khurman, que estaba encaramada en el pico de una península situada en la costa occidental de Balifor.

—Entonces, nuestra dirección está bastante clara —dijo el Hombre de las Llanuras—. Cruzaremos el desierto, luego cogeremos otro barco desde Ak-Khurman para atravesar la bahía hasta Port Balifor. Desde allí, cabalgaremos directamente hasta Kendermore. Deberíamos llegar en menos de un mes, bastante antes del comienzo del invierno.

—Espero que consigamos llegar a tiempo —dijo tristemente Catt.

Kronn plegó el mapa y lo sujetó entre los dientes mientras revolvía en su bolsa para encontrar el sitio que le correspondía.

—Solamnia —musitó entre dientes sin soltar el pergamino—, Estwilde, Qualinesti, Thorbardin, Muro de Hielo, Nordmaar, Balifor, Tarsis… ¡Ah!, aquí está. Ansalon, Este. —Sonriendo satisfecho, deslizó el mapa en su sitio.

—¿Guardas algún tipo de orden ahí dentro? —preguntó Amanecer Resplandeciente con el ceño fruncido y haciendo un ademán con la cabeza hacia el saquillo, tras observar cómo el kender rebuscaba entre sus mapas.

—Por supuesto que hay un orden —dijo Kronn, mirándola con gesto dolido—. No creerás que guardo mis mapas al azar, ¿verdad? Nunca encontraría nada. Te diré que los tengo ordenados por orden alfabético.

—Pero —protestó Amanecer Resplandeciente— tienes Solamnia antes que Estwilde, y Nordmaar antes que Balifor. Está todo desordenado.

—Los he colocado por la última letra —dijo Kronn—. De ese modo, sé dónde está todo, pero alguien que hurgue en mi bolsa, cuando yo no esté mirando, será incapaz de encontrar con facilidad lo que quiera que busque. Hay que tener mucho cuidado con todos los descuideros que hay ahí, ¿sabes?

—Entonces no me extraña que tardaras tanto tiempo en encontrarlo. Al guardarlo has tenido en cuenta la penúltima letra y no la última.

Cuervo Veloz abrió y cerró la boca, pero no emitió ningún sonido. A su lado, Riverwind reía entre dientes, pero pronto su risa se transformó en una tos seca y, al punto, el Hombre de las Llanuras se dobló, luchando por respirar.

—¿Padre? —preguntó preocupada Amanecer Resplandeciente. Puso una mano sobre la espalda de Riverwind—. ¿Te encuentras bien?

El veterano Chieftain asintió con un gesto de cabeza.

—Estoy mareado por el barco —resolló finalmente, cuando recuperó la voz—. Eso es todo. —Se incorporó y recorrió con la mirada a sus compañeros, que lo miraban de hito en hito.

—Claro, mareos —dijo Catt sonriente—. Yo también tengo algo de tos. —Hizo una pequeña demostración. Luego, de repente, aguzó el oído.

Los otros se quedaron quietos y en silencio.

Entonces lo oyeron. El ruido de los pies contra la cubierta se había vuelto frenético. También sonaban gritos, pero era imposible distinguir lo que estaban diciendo.

De forma refleja, Cuervo Veloz se llevó la mano al sable y lo soltó de su vaina. Los gritos se estaban haciendo más intensos. El barco empezó a inclinarse mientras viraba bruscamente y la madera crujía. Unas pocas monedas de cobre, apuestas olvidadas del juego de naipes de los marineros, cayeron rodando de la mesa y repiquetearon sobre el suelo.

Riverwind se movió primero, corriendo hacia la escalera que llevaba hacia la cubierta del barco. Sin embargo, la escotilla se abrió de golpe, antes de que pudiera alcanzar el primer peldaño, y un rayo de luz iluminó la bodega.

—¡Quítate de en medio! —gritó una voz. Riverwind saltó a un lado, y el marinero se deslizó por la escalera, cayendo a su lado con un ruido sordo.

—¿Qué está pasando? —preguntó Amanecer Resplandeciente.

El marinero no se detuvo para contestar; pálido de terror, rebuscó entre varias llaves mientras corría hacia un arcón cerrado, situado cerca de la puerta de los camarotes de los oficiales.

—¿Qué pasa? —preguntó Catt—. ¿Por qué estamos virando?

—¡Piratas! Es el Parca Roja —contestó el hombre. Ya había abierto el arcón, y los otros pudieron ver que era el cajón de las armas. Empezó a sacar alfanjes y cachiporras—. La acabamos de avistar a proa y viene directa hacia nosotros. El capitán Ar-Tam quiere que subáis todos a cubierta con vuestras espadas.