4

Se hizo un profundo silencio en la posada El Último Hogar. Todos miraban intensamente a los kenders y Kronn y Catt los observaban fijamente.

—¿Kendermore? —preguntó Riverwind.

Kronn asintió con seriedad.

—¿Kendermore? —repitió Caramon, incrédulo.

—No quisiera molestar —dijo Catt, que se inclinó sobre el mostrador y frunció el ceño—, pero ¿te has dado cuenta de que estás vertiendo toda la cerveza por el suelo?

Caramon se sobresaltó y miró sus pies. Había olvidado, en su distracción, cerrar el grifo del barril y se estaba vertiendo a chorro el líquido color nuez, que ya había formado un charco alrededor de sus botas. Tika resopló irritada mientras su marido manoseaba la espita. En el preciso instante en que Caramon le dio la espalda al mostrador, Kronn cogió una de las jarras llenas.

—¡Espera! —dijo Caramon—. Esa era…

Kronn se bebió la mitad del contenido de la jarra de un solo trago.

—Buena cerveza —comentó, mientras pasaba el dorso de la mano por los labios para quitarse la espuma—. Mucho lúpulo, eso me gusta. ¿La has elaborado tú?

—Gracias. Sí, yo… —Caramon sacudió enérgicamente la cabeza—. ¿Kendermore?

—¿Por qué repite continuamente lo mismo? —dijo Catt, volviéndose hacia su hermano.

Tika dio unos pasos hacia ellos, con los brazos en jarra.

—Kendermore está en la otra punta de Ansalon —dijo.

Una sonrisa iluminó el rostro de Kronn.

—Tú debes de ser Tika.

Caramon miró rápidamente a su alrededor para asegurarse de que no había ningún objeto arrojadizo cerca de su esposa.

—Y tú debes marcharte —espetó al punto Tika, malhumorada—. A no ser que tengáis una buena razón por la que mi marido deba cruzar el continente de punta a punta a su edad.

—¡Oh!, sí, hay una buena razón —declaró Kronn—. Necesitamos que nos ayude a expulsar un ejército de ogros.

—Un ejército de… —repitió Tika, con los ojos abiertos de par en par.

—Además, está la hembra de dragón —añadió Catt.

—¿Dragón? —reiteró Tika.

—Se llama Malystryx —dijo Kronn, con rostro sombrío—. Ha estado causando todo tipo de problemas, pero a nosotros no nos había molestado, así que la dejamos en paz. Entonces, el mes pasado… —Cerró los ojos y su rostro se crispó por el dolor—. Destruyó un pueblo llamado Vera del Bosque. Lo redujo a cenizas y… Y mató a nuestro padre.

—¿Kronin? —preguntó Caramon, con gesto descompuesto—. ¿Ha muerto Kronin Thistleknot?

Kronn asintió con un gesto de cabeza, y luego la bajó, y al inclinarla sus trenzas le ocultaron el rostro. Catt dio un paso al frente para continuar la historia.

—Nuestra hermana Paxina, que lleva unos diez años gobernando en Kendermore, nos envió aquí —dijo—. Hemos traído uno de los zapatos de nuestro padre para que lo pongáis en la Tumba de los Últimos Héroes. Espero que no os importe. Y como teníamos que venir a Solace, nuestra hermana nos pidió que volviéramos con alguien que supiera alguna cosilla acerca de matar dragones. —Miró con ojos ilusionados a Caramon—. Naturalmente, pensamos en ti.

Caramon y Tika intercambiaron una mirada.

—Lo siento —dijo el hombretón, volviéndose hacia el kender—. Me temo que ha habido un error. No sé nada de matar dragones. Nunca he combatido contra uno, en realidad.

—Pero no es eso lo que cuenta la leyenda —dijo Kronn con el ceño fruncido.

—¿A qué leyenda te refieres? —preguntó Tika con acritud—. ¿Aquélla en que Tanis mató de un flechazo al Dragón Verde mientras volaba, y Caramon le cortó la cabeza cuando cayó al suelo? ¿O aquélla en que ambos mataron y despellejaron un Azul y entraron en Neraka vistiendo su piel?

Caramon rió entre dientes. Sin embargo, Kronn se mantenía serio.

—Ambas —dijo—. Siempre me he preguntado cómo se os ocurrió lo del pellejo. Fue una gran ocurrencia. Pero ¿cómo conseguisteis que los dragones no os olfatearan?

—No lo hicieron. Quiero decir que no lo hicimos. ¡Maldición! —Caramon se llevó una mano a la frente, exasperado—. Mirad, hay todo tipo de historias acerca de nosotros. Los bardos empezaron a inventárselas antes incluso de que hubiera acabado la Guerra de la Lanza, y han tenido otros treinta años para pulirlas. Si todas ellas fueran verdad, Tanis y yo hubiéramos matado sin ayuda a más de cincuenta dragones.

—Y no digamos nada acerca de la historia de Sturm y Kitiara volando hacia la luna —añadió Tika—, ni de todos los relatos acerca de cómo luchaban contra los dragones y los draconianos antes incluso de que hubiera empezado la guerra.

—¡El año pasado vino un idiota que aseguraba que Raistlin se había disfrazado una vez de mujer! —rezongó Clemen—. El grandullón le obligó por la vía rápida a cambiar de opinión.

—Resumiendo, me temo que las historias que habéis oído son como éstas —terminó comprensivo Caramon—. La verdad es que no he matado un dragón en toda mi vida. Y ya no soy ningún jovencito, por si no os habéis dado cuenta.

Se ensombreció el rostro de Kronn.

—A mí me pareces un tipo grande y fuerte.

Tika dio unos pasos hacia el kender, mirándolo fijamente.

—Métete esto en la mollera, señor Thistlebulb —espetó.

—Thistleknot.

—Lo que sea. Mi marido ha hecho un montón de cosas propias de un cabeza hueca durante su vida, pero matar dragones no ha sido una de ellas, y ya no digamos luchar contra ejércitos de ogros. Y me niego a que empiece ahora de nuevo. Escuchadle. —Hizo un ademán con la mano hacia Caramon—. Ya no es el hombre que era antes, ¿sabéis? Está viejo, gordo y torpe. Y nunca fue muy listo. Dudo que fuera capaz de matar un goblin ahora.

—Gracias, Tika —musitó Caramon.

—Bueno —dijo Kronn, resignado. Miró de soslayo a Catt, que compartía la misma expresión de desesperación—. Pero no podemos volver sin llevar con nosotros algún héroe para que nos ayude.

—Yo iré.

Las miradas atónitas se volvieron hacia el taburete que estaba delante del fuego. Riverwind se levantó de su asiento y se adelantó, dejando tras él a Clemen, Borlos y Osler, que miraban boquiabiertos la espalda del Hombre de las Llanuras.

—Yo iré con vosotros —le dijo Riverwind al kender.

—¡Padre! —exclamó Canción de Luna, a la vez que ella y Amanecer Resplandeciente corrían a su lado.

—No hablarás en serio. —Caramon miraba intensamente al Hombre de las Llanuras, atónito.

—Iré con ellos —repitió Riverwind.

—No podrás derrotar a un dragón tú solo, padre —discutió Amanecer Resplandeciente—. ¡Es imposible!

—¿Imposible? —preguntó Riverwind—. ¿Era imposible que un pobre pastor hereje cortejase a una princesa? —Miró a Caramon—. ¿Era imposible que nuestro grupo regresara con los dioses? ¿Era imposible impedir que Caos destruyera el mundo?

Caramon sacudió la cabeza, con el ceño fruncido. Iba a decir algo, pero vio el gesto iracundo de Riverwind y se mordió la lengua. Amanecer Resplandeciente y Canción de Luna miraban de hito en hito a su padre; sus rostros revelaban preocupación.

—¡Por el amor de Reorx, hombre! —gritó Borlos al tiempo que se levantaba de su asiento próximo al fuego—. ¡Son sólo unos kenders!

Riverwind miró aún con más intensidad a Borlos, y éste se sentó de nuevo en su silla y agachó la cabeza para eludir los ojos. El Hombre de las Llanuras se volvió hacia Kronn y Catt. Les ofreció solemnemente la mano.

—Soy Riverwind, de Que-shu —dijo—. Yo tampoco sé gran cosa de dragones, pero en mi corazón hay amor y admiración por los kenders. Iré con vosotros y haré todo lo que pueda.

***

Los vallenwoods de Solace mostraban un rojo intenso a causa del sol naciente. El aire estaba repleto del canto de los pájaros, y las ardillas se perseguían por el empinado tejado de la posada. Caramon y Riverwind se encontraban de pie en el balcón, fuera de la taberna, y olían el tentador aroma de la cocina, que impregnaba el suave viento. Sostenían en las manos unas ardientes tazas de té de vainas de las que sorbían de vez en cuando para ahuyentar el frescor matinal.

—Buen día para viajar —comentó Riverwind.

Caramon farfulló algo, sorbió de nuevo su té y lo dejó sobre la barandilla perlada de rocío.

Ninguno de los dos había dormido; ninguno había querido dormir. Poco después de que Riverwind expresara su deseo de ayudar a los kenders, Clemen, Borlos y Osler se habían escabullido, y los demás se habían ido a la cama, primero Canción de Luna y Amanecer Resplandeciente, y después Kronn y Catt. Al cabo Tika había dado un beso de buenas noches a su marido, había abrazado a Riverwind con los ojos anegados en lágrimas y los había dejado solos. El Hombre de las Llanuras había ayudado a Caramon a arrastrar un jergón de paja al interior de la taberna y a depositar sobre ella al calderero borracho. Después de eso, los dos viejos, que llevaban siendo amigos más de treinta años, se sentaron a pasar toda la noche juntos.

—Kendermore —murmuró Caramon.

Riverwind lo miró de soslayo y rió entre dientes mientras fijaba la mirada en el movimiento de las ramas de los vallenwoods.

—Sé lo que estoy haciendo, Caramon.

—¿Lo sabes? —insistió Caramon—. Riverwind, tienes sesenta y cinco años, y quieres dejarlo todo para viajar a la otra punta de Ansalon y enfrentarte a un dragón a petición de dos kenders a los que no habías visto en toda tu vida —dijo con ceño fruncido—. Si tan claro está para ti, te ruego que me lo expliques.

—Son los hijos del valiente Kronin —dijo el Hombre de las Llanuras. Caramon gruñó—. Se lo debo a Tasslehoff —añadió Riverwind. Caramon resopló y alzó las manos al cielo—. Sabes por qué tengo que hacerlo —concluyó Riverwind.

—Tendrás suerte si consigues sobrevivir al viaje, así que no digamos matar a esa tal Malystryx o vencer a todo un ejército de ogros.

—Quizá tengas razón, pero creo que hay un motivo por el que esos dos llegaron el mismo día que yo, un motivo que sólo conocen los dioses ausentes.

Un tordo se posó en la barandilla cerca de donde los dos hombres estaban de pie. Los miró con curiosidad, gorjeó unas notas y se fue volando.

—Estás como una cabra —murmuró Caramon.

—Aún no, viejo amigo —contestó Riverwind, guiñándole un ojo. Se llevó la taza a los labios y la vació de un solo trago—. Pero morir en batalla es mucho mejor que morir en la cama.

***

Caramon cocinó el desayuno: huevos fritos con salchichas y un picadillo hecho con las patatas que habían sobrado de la noche anterior. Atraídas por el olor, las hijas de Riverwind bajaron de sus habitaciones, y los kenders hicieron lo propio. Tika preparó una nueva tetera de té de vainas, y después fue a la despensa para reunir provisiones para los viajeros: queso, cecina, carne de venado ahumada y manzanas secas. Les dio también unos odres, que llenó con lo que había sobrado del barril especial de Caramon. Cuando Riverwind se llevó la mano al saquillo para pagar las provisiones, Caramon se negó en redondo a coger las monedas.

Nadie habló de dragones.

—He oído que estás prometida en matrimonio, Canción de Luna —dijo Tika.

La hija del Chieftain se ruborizó y bajó, recatada, la mirada.

—Sí —confirmó—. Corazón de Ciervo, de Que-teh, y yo nos prometimos a principios de verano.

—No le quedó otra elección —añadió Amanecer Resplandeciente, con una sonrisa maliciosa—, sobre todo después de que padre los pillara juntos en los establos de la parte este de la ciudad.

—¡Amanecer Resplandeciente! —protestó Canción de Luna, cuyo rostro se tornó más sofocado aun.

—Padre le dio a Corazón de Ciervo una oportunidad —continuó impávida la más joven de las gemelas—. O aceptaba su castigo o se le asignaba una Misión de Pretendiente.

—¿Cuál era el castigo? —preguntó Kronn, con la boca llena de salchicha.

—En nuestra tribu, un guerrero que se deshonra debe vestir ropa de mujer durante más de un año —explicó Riverwind—. Es señal de vergüenza.

—En realidad, padre podría haberlo desterrado del pueblo si hubiera querido —añadió Amanecer Resplandeciente—. Por suerte para Corazón de Ciervo, es el hijo del Chieftain Belladona.

Caramon y Tika asintieron con aire enterado. Belladona era el Chieftain de los Que-teh, que eran más poderosos que cualquier tribu de las Llanuras, salvo los Que-shu. Riverwind y él llevaban siendo amigos desde poco después de la guerra y había sido un aliado importante en el logro de unir a las tribus menores. Un matrimonio entre su hijo y la hija de Riverwind contribuiría a fortalecer los lazos entre ambas tribus.

—Intuyo que estará ahora en su Misión de Pretendiente —dijo secamente Caramon.

Canción de Luna, que aguantaba la conversación en medio de un avergonzado silencio, alzó orgullosa la barbilla.

—Padre lo ha enviado a las colinas. Un grifo lleva todo el verano atacando y devorando los caballos de nuestra tribu en los campos del sur. Cuando Corazón de Ciervo regrese a Que-shu con la cabeza del grifo, nos casaremos. Madre oficiará la ceremonia.

—Y si no lo hace —añadió Amanecer Resplandeciente—, estoy segura de que nuestra madre podrá prestarle uno de sus vestidos.

Canción de Luna propinó un empellón a su hermana, que estuvo a punto de caer del banco, y se volvió hacia su padre.

—¿Por qué no le preguntas acerca de Cuervo Veloz? —instó.

—¡No hay nada que preguntar! —protestó Amanecer Resplandeciente al ver que las cejas de Riverwind bajaban—. ¡Lo juro!

—¿Quién es Cuervo Veloz? —preguntó Catt.

—El hijo menor de Belladona —dijo Riverwind—; un muchacho aún.

—Tiene dieciocho años, padre —rezongó Amanecer Resplandeciente.

—Seis años más joven que tú. Deberías buscar a alguien de tu edad.

—Yo soy seis años más joven que Caramon, Riverwind —le interrumpió Tika.

Riverwind volvió la vista hacia la mujer y después hacia su hija menor. Ambas mujeres le sostuvieron la mirada de forma desafiante.

—Sigue mi consejo, Riverwind —dijo Caramon, con una sonrisa—. Corre mientras puedas.

La habitación resonó a causa de las carcajadas, pero enseguida se hizo un embarazoso silencio. Riverwind carraspeó.

—Deberíamos partir —dijo. Empujó atrás su silla para alejarla de la mesa y se incorporó; su armadura de cuero crujió—. Es un largo viaje a través de las Llanuras. Debemos partir si queremos llegar a mi pueblo antes de que oscurezca.

Se encaminaron a la puerta, y Kronn y Catt se adelantaron para coger sus ponis y los caballos de los bárbaros. Canción de Luna y Amanecer Resplandeciente dieron sendos abrazos a Caramon y Tika, y partieron también.

Riverwind se paró, enmarcado por el umbral de la puerta, para contemplar a sus amigos. Tika le dio un fuerte abrazo; enterrando el rostro en las pieles del jubón de su amigo.

—Riverwind —gimoteó—. No deberías ir a Kendermore, especialmente ahora…

Suavemente, la empujó para alejarla de él, y puso un dedo sobre sus labios. Alargó una mano y acarició sus cabellos rojos y plateados.

Tika sacudió la cabeza con gesto testarudo, sorbiendo por la nariz, y el bárbaro se agachó y la besó en la frente.

—Te echaré de menos, Tika —dijo el Hombre de las Llanuras.

Ella se dio media vuelta y se adentró en las dependencias de la taberna para estar sola. Caramon la siguió con la vista mientras se alejaba, y luego se volvió hacia Riverwind. Los dos hombres se miraron; ninguno quería ser el primero en hablar.

—¡Padre! —La voz de Amanecer Resplandeciente subió de la calle—. ¡Vamos!

—Has sido un buen amigo. —Caramon inclinó la cabeza y habló con voz trémula, a pesar de todos sus esfuerzos por controlarla.

—Y tú has sido más que un amigo —respondió Riverwind.

Los dos hombres se abrazaron. No necesitaban expresar con palabras lo que ambos sentían. Riverwind se acercó a Caramon para hablarle al oído.

—Si algo me ocurriera, Goldmoon vendrá a ti —murmuró Riverwind. Metió la mano dentro de su camisola de pieles y sacó un pequeño tubo plateado para pergaminos—. Cuando lo haga, quiero que le entregues esto.

—Por supuesto —respondió Caramon, cuya voz estaba embargada por la emoción. Cogió el tubo que le tendía su amigo y lo deslizó dentro de un bolsillo.

—Adiós, querido amigo —dijo Riverwind, y salió por la puerta.

Caramon se quedó solo, de pie en la taberna, con la cabeza inclinada, escuchando el sonido que producían las botas del Hombre de las Llanuras al descender por las escaleras.