20

Transcurrieron dos semanas. Cuando Canción de Luna se recuperó de sus lesiones, ofreció sus servicios como curandera a Arlie Dedos largos, que accedió feliz. Después visitó a Corazón de Ciervo y se tendió con él en el lecho de enfermo, consolando su llanto.

—Perdóname —suplicó su amado, que sollozaba quedamente.

Ella lo besó con suavidad y saboreó la sal de sus lágrimas.

—¡Oh, amor mío! —le dijo—. No hay nada que perdonar.

Mientras tanto, los kenders seguían preparándose para la guerra. Riverwind, Kronn y Brimble Pluma Roja hicieron más ensayos sobre las murallas. Amanecer Resplandeciente ayudó a Catt y a Paxina en la difícil tarea diaria de mantener alimentada a la gente mientras menguaban las reservas de alimentos de la ciudad.

Entonces, una tarde calurosa a principios del mes que los kenders llaman de las Bendiciones, los ogros lanzaron su ataque.

Vinieron al crepúsculo, cuando las sombras del bosque Kender se alargaban sobre la ciudad. Era sólo una facción de la horda completa, marchando sobre la pradera hacia la muralla oriental de la ciudad, pero aun así su número seguía siendo vasto: dos mil ogros —dos batallones completos—, todos aullando y sedientos de sangre.

Miles de kenders, apiñados hombro con hombro sobre la muralla, oteaban entre las almenas; observaban el avance de los ogros. Algunos se mostraban resueltos; mantenían los labios apretados mientras sus manos jugueteaban con las armas. Otros sonreían y reían, gritando a los atacantes con voces burlonas y cánticos. Varios más, que habían terminado su guardia poco antes y habían sido llamados cuando sonó la alarma, se recostaban medio dormidos contra las almenas, con los hombros hundidos y los ojos entrecerrados. Unos pocos tomaron rápidos tragos de cerveza kender en jarras o de té de vainas templado. Los arqueros colocaron flechas en las cuerdas; los lanzadores con honda pusieron guijarros en las tiras de cuero de sus jupaks y sus chapaks. En el patio, bajo ellos, los kenders cargaban baldosines y cascotes, y los subían a la pasarela; esta vez los defensores de la ciudad no iban a arrojar melones kurpa a sus asaltantes. Otros subían cubos de brea humeante, que vertían en los calderos en lugar del agua que habían usado en los ensayos. Arrugaban la nariz ante el intenso olor, teniendo cuidado de no tocar las ardientes marmitas, y volvían a arrojar los cubos al patio tras vaciarlos. Una vez que estuvieron llenos los calderos, cogieron sus armas y ocuparon un lugar en las almenas, apretujados entre sus compañeros. La tensión en lo alto de la muralla era como el hormigueo del aire electrificado antes de una tormenta.

Los ogros ya habían recorrido la mitad de la pradera cuando Riverwind subió a saltos por la escalera para reunirse con Kronn y Brimble en la pasarela. Miró sobre las almenas, hacia abajo, a los atacantes de la ciudad, y no dijo nada.

—¿Por qué no envían más? —se preguntó Kronn en voz alta—. ¿Pueden tomar la ciudad con tan pocos efectivos?

—Lo dudo —dijo Brimble, sacudiendo la cabeza—. Pero no es eso lo que pretenden.

—Quieren probar nuestras defensas —convino Riverwind. Sujetó el arco con una pierna, lo encordó y preparó una flecha—. Se enfrentarán a nosotros, intentarán descubrir nuestros puntos débiles y luego se retirarán. Brimble, deberías preparar a tus hombres.

El kender canoso ya se había vuelto para bramar órdenes a sus tropas. Los arqueros y los lanzadores de honda corrieron a sus puestos, y luego aguardaron expectantes a que el enemigo se acercara a la ciudad. Entonces, cuando los ogros estuvieron a tiro, levantaron sus armas y abrieron fuego.

La primera andanada de saetas y guijarros cayó sobre las primeras filas de la horda, una lluvia mortal que mató a cien ogros en un segundo. La segunda descarga cayó en medio, pero los atacantes estaban preparados. Se detuvieron y alzaron los escudos sobre sus cabezas para detener el bombardeo. Aun así, cayeron sesenta de los brutos; unos estaban muertos y otros moribundos.

Cuando los ogros bajaron los escudos y empezaron a avanzar de nuevo, lo hicieron corriendo y cargando en dirección a las murallas. Los defensores de Kendermore mataron a otros ciento cincuenta atacantes antes de que llegaran a la fortaleza. Riverwind eliminó a tres con su arco, y Kronn y Brimble acribillaron a los monstruos con guijarros arrojados con sus chapaks.

Entonces, tembló la pared; se levantó polvo de las losas cuando los ogros golpearon contra las murallas con todas sus fuerzas.

Brimble tocó el silbato.

—¡Rocas! —bramó, y su voz se elevó por encima del alboroto de los atacantes.

Mientras los arqueros y los lanzadores de honda siguieron acribillando a los ogros, otros kenders cogieron piedras de las almenas y las arrojaron abajo. Las rocas variaban ostensiblemente de tamaño: de las dimensiones del puño de un kender a enormes losas que eran tan pesadas que hacían falta por lo menos dos kenders para levantarlas. Cayeron y machacaron a la horda; destrozaron los escudos levantados de los ogros y aplastaron todo lo que encontraron en su camino. El suelo bajo la muralla quedó rápidamente repleto de escombros y cadáveres machacados. Desde abajo, los ogros arrojaron jabalinas con todas sus fuerzas; muchas lanzas golpearon inútilmente contra la muralla, pero aquí y allá volaron alto y fuerte, trazando arcos por encima y entre las almenas, para ensartar a los kenders que defendían la ciudad. Algunos se desplomaron, muertos, sobre la pasarela. Otros cayeron abajo, haciendo molinos con los brazos y las piernas antes de chocar contra el suelo. Una jabalina pasó al lado de Riverwind y se alojó en el estómago del arquero que tenía a su derecha. La kender ensartada, una mujer con un copete de color rojo vivo, se tambaleó y cayó, chillando, hacia atrás al patio que había bajo ellos. Sus aullidos concluyeron con un crujido de huesos cuando el cuerpo golpeó contra el adoquinado.

—¡Calderos! —bramó Brimble. Levantó una piedra del tamaño de su cabeza y la arrojó, machacando el cráneo de un ogro—. ¡Moveos, remolones! —gritó, e hizo sonar el silbato—. ¡Mojadlos ahora, antes de que os atraviesen con una de esas lanzas!

Obedeciendo al momento, los kenders que estaban más cerca de las marmitas humeantes cogieron las palancas y empezaron a tirar; los calderos se volcaron ligeramente. La brea negra y espesa era más remisa a chorrear que el agua, pero los kenders empujaron con todas sus fuerzas, y pronto el líquido caliente salpicó a los ogros. Gritos de dolor subieron de la base de la muralla. La brea se adhería a todo lo que tocaba, y varios ogros empapados de líquido negro aullaron; se rascaban la cara y el cuerpo mientras la carne se chamuscaba. Varios arqueros cogieron flechas envueltas con trapos empapados en aceite y tocaron con ellas las hogueras que tenían cerca. Las flechas prendieron fuego, y tras otro grito de Brimble, los arqueros lanzaron sus saetas hacia los charcos de brea que había abajo. Se encendieron fuegos allí donde cayeron las flechas, lo que mató a muchos ogros más. La peste de la carne chamuscada se elevó desde abajo, mezclada con el olor azufrado del viento. Un humo negro se elevó hacia el cielo.

—¡Eso es! —gritó Riverwind. Disparó otra flecha, que hendió el aire y se clavó en el cuello de un ogro—. ¡Lo estáis consiguiendo! ¡Seguid así!

El asalto continuó del mismo modo durante una hora, aunque a los defensores de Kendermore les pareció más bien una eternidad. Pasado un tiempo, la mitad de los ogros yacía inmóvil en la base de la pared; había heridos, machacados y quemados. Pero la otra mitad continuaba luchando, y las reservas de flechas y guijarros se estaban agotando. Uno por uno, los arqueros y lanzadores de honda dejaron a un lado sus armas y se unieron a sus compañeros para arrojar piedras.

—¡Allí! —gritó Kronn, apuntando al otro extremo de la pradera—. ¡Vienen con escalas! ¡Pretenden saltar la muralla!

Riverwind entrecerró los ojos, al tiempo que se asomaba peligrosamente entre las almenas. Se agachó para esquivar una jabalina, y luego observó el distante bosque Kender. Había caído la noche, pero al resplandor de las hogueras y la luz de la pálida luna pudo distinguir varios cientos de ogros que cargaban hacia adelante para unirse a sus compañeros. Llevaban por lo menos dos docenas de largas y fuertes escalas.

—¡Preparaos! —gritó Brimble. Con la facilidad adquirida por la práctica, puso la chapak sobre la espalda con una mano, y cogió una larga horca militar con la otra—. Vendrán todos a la vez. ¡Preparaos para repeler el ataque!

Rápidamente, los kenders soltaron o echaron a un lado sus armas y palancas, y las sustituyeron por varas largas. Los pocos arqueros y lanzadores de honda que todavía tenían proyectiles concentraron sus últimos tiros en los que portaban las escaleras. Tuvieron éxito en parar a un tercio de ellos antes de que se pudieran acercar a la pared, pero el resto siguió adelante; clavaron las escaleras en el suelo y las levantaron hasta apoyarlas en lo alto de la muralla. Entonces, los ogros empezaron a subir.

Dondequiera que ponían una escalera, los kenders corrían a interceptarla. Las empujaron con sus horcas militares y de granja, intentando alejarlas antes de que los ogros llegasen arriba. Varias escalas cayeron y golpearon contra el suelo, aplastando a los que intentaban subir por ellas.

Pero las escaleras de los ogros eran más robustas que las que habían usado Brimble y Riverwind durante los entrenamientos, y las criaturas que sujetaban la base, muy fuertes. De las diecisiete escaleras que alzaron, nueve se resistieron a los intentos de derribo.

Brimble Pluma Roja blasfemaba como un marinero mientras empujaba con todas sus fuerzas la horca contra una escala.

—¡Maldita sea! —bramó—. ¡Van a conseguir subir! ¡Van a tomar la muralla! —Sopló con fuerza y el silbato emitió una señal que había deseado no tener que usar—. ¡Armaos! ¡Estad preparados cuando lleguen! ¡Matadlos en cuanto veáis sus asquerosas caras!

Los kenders soltaron las varas largas, que eran poco apropiadas para la lucha cuerpo a cuerpo, y volvieron a coger sus propias armas: jupaks, chapaks, battaks como mazas, jachaks con cabezas en forma de martillo y otras extrañas armas, que enarbolaron en espera de que los primeros ogros coronaran la muralla.

Los kenders no tuvieron que esperar mucho tiempo. Los ogros escalaron rápidamente, y pronto empezaron a aparecer en la parte superior de todas las escalas. Los kenders les dieron una paliza, gritando mientras cortaban, pinchaban y asestaban golpes con sus armas. Sorprendidos por la furia de los defensores, los primeros ogros cayeron ensangrentados y amoratados de las atalayas. En varios casos, los ogros que mantenían firmes las bases de las escalas se apartaron de un salto para que no ser golpeados por los cuerpos que caían en picado. Los kenders reaccionaron rápidamente y tiraron esas escalas al suelo.

Sin embargo, no todos los atacantes fueron rechazados con tanta facilidad. En tres sitios de la muralla, los ogros obligaron a los kenders a ceder terreno y saltaron sobre las almenas para aterrizar en la pasarela. Los kenders se reorganizaron enseguida, corriendo a gran velocidad por las almenas para mantener a raya a los intrusos. En uno de los escollos, forzaron a los atacantes a retroceder, y, cuando acabaron, volcaron la escalera; sin embargo, los ogros mantuvieron abiertas las otras dos brechas, Kronn y Riverwind corrieron a uno de esos frentes, y Brimble al otro.

Murieron kenders y más kenders, en número creciente. Los ogros siguieron subiendo por las escalas hasta la muralla, y por cada atacante que caía morían tres defensores de Kendermore, machacados por las cachiporras o reducidos a picadillo por las hachas y las espadas.

Riverwind se abrió camino a empujones hasta la línea de batalla. Apuñaló a un ogro en la cara, y luego, trazando un arco bajo con el arma, destripó a otro. Las piedras del suelo estaban resbaladizas por la sangre de ogros y kenders. A su izquierda, Kronn asestaba hachazos con su chapak. A su derecha, una mujer kender de cabello dorado disparó varias piedras con su jupak en una rápida sucesión. Mató a tres ogros con el arma, pero un cuarto la agarró por el brazo y la levantó por el aire. La kender intentó cortar a la criatura con la jupak, pero la bestia se echó a reír, la alzó y la arrojó por encima de las almenas. La kender, tras perderse de vista, se estrelló abajo contra el suelo.

Durante un momento, Riverwind y Kronn aguantaron el frente solos; usaron toda su fuerza para rechazar la creciente marea de ogros. Entonces, alguien se unió a ellos, ocupando la derecha del Hombre de las Llanuras; gritaba con furia desenfrenada. Cayeron dos ogros en rápida sucesión a causa de los golpes de su maza de pinchos.

—¡Amanecer Resplandeciente! —gritó Riverwind, que asestó un sablazo a través de las costillas de un ogro; éste cayó boca abajo sobre las piedras—. ¡Me preguntaba dónde estabas! ¡Necesitamos tu ayuda!

Su hija arrolló a los ogros con la rabia contenida durante dos semanas; era una forma de dar satisfacción a sus deseos de venganza por la muerte de Cuervo Veloz. Crujieron los huesos y salpicó la sangre bajo los golpes de su maza. Con la fuerza añadida del ataque de la joven bárbara, Riverwind y Kronn empezaron a empujar a los ogros hacia la escala.

A los kenders del otro frente, no les iba tan bien. La pasarela estaba repleta de cuerpos destrozados, y los supervivientes desfallecían ante el violento ataque de los ogros. Los defensores de la muralla caían como el trigo durante la cosecha.

—¡Vamos, descerebrados! —bramó Brimble Pluma Roja, mientras propinaba cortes a los atacantes con su chapak—. ¡Cerrad esas líneas! ¡Tenemos que frenar a los bastardos!

Pero los ogros continuaron presionando, y los kenders siguieron cediendo terreno. Brimble miró a lo largo de la muralla y blasfemó. Entonces, miró hacia la escala, por la que seguían ascendiendo ogros hasta las almenas, y entrecerró los ojos con repentina determinación.

Gritando con todas sus fuerzas, el viejo veterano saltó sobre las almenas y empezó a correr hacia la escalera.

—¡No tomaréis esta ciudad mientras yo viva, malditos bastardos de perro y goblin! —rugió.

El viejo kender corrió temerariamente sobre la muralla, saltando sobre las piedras con la chapak alzada. Tanto atacantes como defensores contemplaron boquiabiertos cómo se abalanzaba contra la escala, derribaba con el hacha al ogro que se encontraba más arriba y saltaba desde la muralla a los peldaños. Empujando con todas sus fuerzas, usó su propio peso para apartarla de la pared. La escala trazó un arco al alejarse de la muralla, se mantuvo vertical durante un segundo y luego cayó hacia la pradera. Brimble gritó triunfante, encaramado a la escalera como si cabalgara en un poni, hasta que se desplomó en medio de la chusma de ogros que había en la base de la muralla.

Enardecidos por el último acto desesperado del viejo veterano, los kenders que habían estado luchando al lado de Brimble empezaron a rechazar a los atacantes. Los ogros, al verse aislados y sin posibilidad de refuerzos, miraron atemorizados a su alrededor en busca de una vía de escape. La duda les costó cara. Los kenders los arrollaron, masacrándolos sin piedad.

En el otro frente de batalla, Kronn, Riverwind y Amanecer Resplandeciente siguieron haciendo retroceder a sus oponentes. Pronto llegaron hasta la escala. Riverwind pasó su sable por el pecho de un último ogro, que chilló y cayó. Sin pausa, el viejo Hombre de las Llanuras soltó su acero y cogió una podadera que alguien había abandonado sobre la pasarela. Empujó contra la madera, usando todas su fuerzas para alejarla.

Quiso la casualidad que el ogro que estaba en la parte superior de la escala fuera Baloth, el lugarteniente de Kurthak, que estaba al mando de esa primera carga. Durante un momento, se encontraron las miradas del ogro lampiño y del fiero Hombre de las Llanuras.

Al sentir que la escala cedía bajo sus pies, Baloth soltó su hacha de guerra e hizo un salto desesperado hacia la muralla. Aterrizó sobre una almena, luchó por recuperar el equilibrio y luego saltó hacia adelante, sobre Riverwind. El viejo Hombre de las Llanuras se apartó de un salto y trazó un arco con la podadera hacia el ogro. La punta del largo mango crujió contra la parte inferior de la barbilla de Baloth, y el ogro se tambaleó hacia atrás.

Riverwind no dudó ni un instante. Asestó otro golpe con la larga vara, que atizó al ogro calvo entre los ojos. La sangre del rostro de Baloth brotó cuando éste cayó inconsciente sobre la pasarela.

Al punto, se adelantaron varios kenders, enarbolando sus armas para acabar con el ogro lampiño, pero Riverwind alzó una mano.

—¡Quietos! —gritó—. ¡No lo matéis! —Apuntó hacia el intrincado collar de huesos y dientes, que reposaba, enredado, sobre el cuerpo inconsciente—. Eso debe indicar que es algún tipo de jefe. Este nos es más útil vivo que muerto.

Asintiendo en un gesto de conformidad, los kenders salieron corriendo y pidiendo a voz en grito que les trajeran sogas fuertes para atar al ogro inconsciente. Riverwind, mientras tanto, se volvió hacia la batalla, y sintió alivio al ver que casi había concluido.

—¡Se retiran! —anunció Amanecer Resplandeciente, mirando sobre las almenas—. ¡Se marchan corriendo! ¡Los hemos vencido!

Los kenders que habían sobrevivido sobre la muralla chillaron alegremente y agitaron las armas en alto. Sin embargo, Riverwind y Kronn no compartían su alegría. Se miraron con gesto sombrío, coincidiendo en el mismo pensamiento. Habían muerto el valiente Brimble Pluma Roja y cientos de kenders más, habían estado a punto de perder la batalla, y sólo se habían enfrentado a dos mil guerreros de las tropas de Kurthak.

Seguía habiendo unos diez mil ogros más allí afuera, y esperaban a que comenzara el asalto de verdad.

***

Cuando la luz del sol acarició de nuevo los tejados de Kendermore, encontró los patios que estaban debajo de la muralla oriental de la ciudad repletos de heridos y de muertos.

Los kenders supervivientes no habían tenido descanso tras la retirada de los ogros. Algunos habían pasado la noche entera arrojando a los ogros muertos por encima de las almenas sobre la pradera sangrienta que rodeaba la ciudad por el exterior; otros tuvieron que levantar a aquellos de los suyos que habían caído durante el ataque para tenderlos en filas sobre el suelo. En ese momento, cuando el cielo se iluminaba por la luz del alba, casi no se podía caminar a causa de los cadáveres. Los sanadores —incluidos Arlie Dedos largos y Canción de Luna de Que-shu— se movían entre los caídos; ayudaban a los que podían ser salvados y reconfortaban a los que no. Muchos otros kenders se movían entre las secuelas de la batalla, buscando a padres, hermanos, hijos y amigos. El habitual alboroto que envolvía Kendermore había cambiado. En vez de los gritos y las risas, el aire estaba repleto de llantos y gemidos de dolor.

Riverwind lo contemplaba todo desde lo alto de la muralla. Amanecer Resplandeciente y los tres Thistleknot estaban junto a él.

—No lo conseguiremos —dijo al cabo el viejo Hombre de las Llanuras, llevándose una mano a la cabeza. Estaba temblando por la fatiga, y los calambres agarrotaban sus viejos músculos.

Los otros lo miraron alarmados.

—¿Padre? —inquirió Amanecer Resplandeciente.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Paxina.

Impotente, Riverwind hizo un ademán hacia la carnicería que había bajo ellos.

—Eso es lo quiero decir —espetó—. Eso lo ha hecho una quinta parte del ejército de Kurthak, y tuvimos suerte. Cuando ataque el resto del ejército, sin duda perderemos. No puedo mentiros ni a vosotros ni a mí mismo. No hay manera de defender las murallas contra esa horda. Es un simple tema de números; aunque tuviéramos el doble de efectivos seguiría, siendo difícil resistir.

»Y —añadió, al ver que Paxina abría la boca para objetar—, aunque consiguiéramos rechazarlos, los ogros han ganado esta noche la batalla. Lograron su objetivo: han descubierto nuestros puntos débiles y ahora saben cómo vencernos. —Riverwind dudó unos segundos, frunciendo el ceño.

»Hay algo más actuando en contra de nosotros. Casi perdimos anoche la muralla porque, detesto tener que decirlo, nuestros guerreros actúan como si estuvieran asustados.

—¿Qué? —preguntó, ofendido, Kronn—. Riverwind, sabes que los kenders son incapaces de sentir miedo.

—¿Seguro que no? —rezongó él viejo Hombre de las Llanuras, volviendo su mirada intensa hacia Kronn—. Viste a la pequeña Billee Junípero cuando la encontramos, Kronn, y estabas conmigo anoche mientras defendíamos la fortaleza. ¿No viste cómo se comportaron los kenders cuando los ogros empezaron a tomar la muralla? Dudaron, y Brimble Pluma Roja murió a causa de esa duda. ¿Por qué harían algo así?

Frunciendo iracundo el ceño, Kronn abrió la boca para contestar. Antes de que pudiera hablar, sin embargo, lo interrumpió Paxina.

—Empezó hace unos pocos meses —dijo la alcaldesa—, cuando comenzó a marchitarse el bosque Kender.

—¡Ortigas y espinas! —exclamó Kronn—. Pax, no hablas en serio.

—Mírame, Kronn, estoy diciendo la verdad. —Lo miró con ojos relucientes—. La magia de Malystryx no está corrompiendo el bosque Kender; nos está corrompiendo a nosotros; miedo, pesimismo, desesperanza. Algunos estamos sintiendo por primera vez esas emociones. Tú no lo has notado, Kronn, porque has estado fuera. Y tú, Catt. Pero la primera vez que despertéis en mitad de la noche, muertos de miedo por vuestra primera pesadilla, me creeréis.

—¡Pesadillas! —se burló Catt.

—¿Todos los kenders? —preguntó gravemente Kronn.

—No, por suerte —contestó Paxina—. Pero muchos sí… Demasiados. —Se giró hacia el viejo Hombre de las Llanuras—. Riverwind, te lo tendría que haber contado, pero me daba vergüenza.

Pasó mucho tiempo antes de que hablara alguien. Entonces, Catt suspiró quedamente y miró al viejo Hombre de las Llanuras.

—Debes partir, Riverwind —dijo solemnemente la kender—. Aún tienes posibilidad de escapar antes de que se produzca el ataque definitivo. —Miró de soslayo a Amanecer Resplandeciente—. Todos la tenéis. En ningún momento, debimos meteros en este lío.

—Yo no me voy —dijo Amanecer Resplandeciente.

Sonriendo, Riverwind extendió una mano hacia su hija y tomó la suya.

—Yo tampoco —declaró—. También tengo miedo, pero ha de haber un modo de vencer a los ogros, y al dragón. En esta situación, con miedo o sin él, mi amigo Tasslehoff no habría abandonado y yo tampoco lo haré. Tiene que haber un modo.

—¿Cómo? —preguntó Paxina.

—Aún no lo sé —dijo el viejo Hombre de las Llanuras—. Kronn, hablemos…