16

Giffel señaló una pequeña casa baja, festoneada con tejas de color ocre; estaba situada a media manzana de distancia hacia la derecha. Ante ella había un gran jardín ordenado que la separaba de la calle. Giffel sujetó abierta la verja blanca para que pasara Paxina y luego la siguió por el sinuoso sendero que atravesaba el jardín marchito. Mientras caminaban pudieron ver que las plantas estaban marrones y moribundas, y desprendían ese tenue olor sulfuroso que impregnaba todo el bosque Kender.

Había un letrero colgado sobre la puerta de la casa baja. Rezaba: «Arlie Dedos largos. Herbolario, “Quirujano” y Sanador de Enfermos. Tarifas Razonables». Debajo del letrero resaltaba una coletilla escrita en rojo: «Animales No».

La puerta principal de la casita se abrió de par en par. Un viejo kender de rostro curtido se asomó, bamboleándose y medio encorvado, y los escudriñó a través de unas gafas gruesas como culos de botella.

—Sí, ¿qué queréis? —espetó—. ¿Tenéis una vaca que está dando leche amarga? ¿Tiene paperas una de vuestras gallinas? En serio yo… —Se interrumpió de repente, entrecerrando los ojos; entonces se quitó las gafas y les sacó brillo con la manga. Cuando se las volvió a poner sus cejas se arquearon como dos plumas blancas—. ¡Por mis botas! ¡Señora alcaldesa! Lo siento, así, de pronto, no te reconocí.

—¡Pax!

Una mancha verde salió a la carga desde el fondo de la casita, con los saquillos saltando. Paxina sólo tuvo tiempo de plantar bien los pies y abrir los brazos antes de que Kronn saltara sobre ella, envolviéndola en un fuerte abrazo.

—¡Kronn! —exclamó, devolviendo el saludo—. Kronn, estás aplastándome las costillas.

—Lo siento —dijo él, soltándola—. Es tan agradable estar de vuelta en casa, especialmente después de lo que nos ha pasado hoy. —Sonrió de oreja a oreja—. Supongo que habrás oído hablar de nuestro pequeño paseo matutino alrededor de la ciudad.

La sonrisa de su hermano era tan contagiosa que la kender no pudo menos que devolverla.

—No sabía que erais vosotros —dijo la alcaldesa—. Aunque tenía mis sospechas.

—Catt está herida, Pax —dijo Kronn, poniéndose serio de repente.

—Lo sé. ¿Es muy grave?

—Se pondrá bien —dijo Arlie Dedos largos—. Ahora está durmiendo. Kronn hizo un buen trabajo al entablillarle el brazo; debería soldar bien. También se llevó un golpe en la cabeza que hizo que perdiera el conocimiento, pero no tendrá secuelas. Le he puesto una cataplasma y le he dado una infusión, y creo que podrá moverse dentro de unos pocos días, una vez que se le pasen los mareos y las náuseas. Puede reposar aquí hasta entonces.

—Siempre dije que era una suerte que vosotros, los Thistleknot, tuvierais la cabeza tan dura —bromeó Giffel.

—A propósito, Pax —dijo Kronn dando una sonora palmada en el hombro de su hermana—, encontramos a alguien que nos podrá ayudar. Y lo mejor de todo es que es un auténtico Héroe de la Lanza.

—¿No será Caramon Majere?

—Bueno, pues… No. Intentamos que viniera él, aunque sin éxito.

—¡Oh! ¡Oh, bueno! —dijo Paxina—. Pero… Creía que todos los demás habían muerto.

—Aún no —retumbó una voz.

Los cuatro kenders se sobresaltaron y se volvieron hacia la voz. Riverwind se encontraba de pie al final de la sala, o más bien estaba encorvado, bajo un techo apropiado para la estatura de los kenders.

—Guau —dijo Paxina—. ¡Conseguisteis traerlo a él! El Hombre de las Llanuras…

—Riverwind —dijo Riverwind.

—Riverwind, claro —dijo Paxina, chasqueando los dedos—. Muy bien. ¿Quién necesita a Caramon? Tú eres igual de bueno. De hecho, eres mejor.

El Hombre de las Llanuras sonrió con amabilidad, e inclinó levemente la cabeza.

—Gracias. Tú debes de ser Paxina.

—Pasad dentro, todos vosotros, antes de que se metan en mi casa todas las moscas de Kendermore —dijo Arlie, haciendo entrar a Giffel y los Thistleknot por la puerta abierta—. Podéis hablar en la sala. Están allí los amigos del tipo grande. Yo estaba preparando una cena ligera. Nos complacerá si te unes a nosotros, alcaldesa. —Su rostro se arrugó en una mueca de alegría—. Hay suficientes emparedados de jamón para todos.

***

—Teniéndolo todo en cuenta, estaba bastante seguro de que iba a morir —dijo Kronn, con la boca repleta de pan y jamón—. Los ogros me tenían rodeado. Dudo que el mismísimo Balif hubiese sido capaz de salir de ésa, pero entonces apareció de la nada Cuervo Veloz a caballo y nos sacó a Catt y a mí del atolladero, hablando claro —sonrió y palmeó al joven guerrero en el hombro—, lo cual nos hace estar en paz por aquel pequeño asunto de los piratas, en lo que a mí concierne. En cualquier caso, como la puerta principal era obviamente una mala idea, pensé que debíamos bajar a los túneles. Allí nos encontramos con Giff, y él nos trajo aquí.

Paxina se inclinó hacia adelante, asimilando aún la historia de su hermano. Kronn le había contado todo, desde su salida de Kendermore hasta su regreso, sin siquiera hacer una pausa para recobrar el aliento. Paxina tomó un sorbo de la copa de sidra que le había servido Arlie y miró a los bárbaros de las Llanuras.

—Es tu turno, Pax —dijo Kronn—. ¿Qué ha pasado en nuestra ausencia? Cuando nos fuimos Catt y yo, los ogros seguían estando muy lejos, asaltando los pueblos fronterizos, y sólo ha pasado una estación. Al parecer, ahora están acampados ante nuestra puerta.

—Pueden pasar muchas cosas en una estación, Kronn —contestó Paxina. Dejó su copa y se recostó hacia atrás con expresión seria—. Después de que os fuerais, los ogros siguieron con sus incursiones esporádicas: Pradera del Ciervo, Rocío de Mirto, algunos otros sitios. Varios de los nuestros fueron capturados como esclavos, pero la mayoría consiguió escapar por los túneles. Seguían la misma pauta desde la primavera. Malys se quedó cerca de la costa norte, quemando pueblos cada vez que le venía en gana.

»Bueno —continuó Paxina—. Las cosas siguieron así hasta hace más o menos un mes. Entonces, por lo que hemos podido saber, pasaron dos cosas. Primero, alguien mató al jefe supremo de los ogros y ocupó su lugar.

—El nuevo se llama Kurthak, pero también lo llaman El Tuerto —dijo Giffel—. Es listo, para ser un ogro.

—Peor aún —añadió Paxina—: es ambicioso. Ruog, el antiguo jefe supremo, se conformaba con enviar pequeños pelotones de asalto en incursiones fronterizas, pero Kurthak no. Desde que tomó el mando ha quedado bastante claro que está más interesado en una expansión y la conquista total. En lugar de enviar grupos, ha mandado a todo el ejército.

—¡Ortigas y espinos! —blasfemó Kronn—. No hay pueblo que pueda resistirse a eso.

—Y no lo hicieron —dijo solemnemente Giffel.

—Perdimos batalla tras batalla, tierras y más tierras, Kronn —dijo Paxina—. Su objetivo final es Kendermore. —Se pasó una mano por la cara, que traslucía cansancio y desaliento.

Guardó silencio, gacha la cabeza. Kronn soltó un largo suspiro entre los labios. Durante un momento no habló nadie.

—Lo siento, alcaldesa —murmuró Riverwind—. Dijiste que pasaron dos cosas hace un mes. ¿Cuál fue la otra?

Paxina alzó la mirada. Riverwind no pudo evitar estremecerse al ver la expresión de su rostro. Había una desesperación que nunca antes había visto en el rostro de un kender.

—Malys —dijo la alcaldesa—. Ella es la otra cosa. Ella y Kurthak han debido de unir sus fuerzas. Cuando los ogros acababan con una ciudad, ella llegaba volando y lo quemaba todo para asegurarse de que no sobrevivía nada ni nadie. Tuvimos que hacer cortafuegos para evitar que se quemara todo el bosque Kender.

—Los vimos —dijo seriamente Amanecer Resplandeciente. Bajó la mirada para contemplar a Billee Junípero, que dormía en sus brazos. Relucían lágrimas en los ojos de la joven bárbara—. Pasamos por un pueblo de camino aquí.

—Sauce Trenzado —añadió Kronn como respuesta a la mirada interrogante de Paxina—. El lugar estaba arrasado.

—Ese fue uno de los últimos en caer —comentó Giffel.

—En realidad, en Sauce Trenzado no hubo tan mal desenlace como en alguno de los otros —dijo Paxina—. Cuando lo atacaron los ogros, la mayoría de nuestra gente había conseguido salir. Veréis, hace un par de semanas envié mensajeros a todos los pueblos que seguían en pie; les pedía que evacuaran y que vinieran aquí. Casi todo el mundo lo hizo, aunque hubo rezagados que no lo lograron.

—Hace sólo dos días —prosiguió Giffel—, empezaron a aparecer ogros en los alrededores de Kendermore. Han seguido llegando de forma constante desde entonces. Tenéis suerte de haber llegado cuando lo habéis hecho; mañana a estas horas su número se habrá duplicado. No habríais escapado si hubierais cabalgado entonces hacia las puertas.

—Así que llegamos justo a tiempo —dijo alegremente Kronn—. No queríamos perdernos esta batalla.

—No hay ningún sitio al que podamos huir —dijo Paxina, asintiendo con gravedad.

—Una resistencia final —dijo Riverwind.

—Sí.

—No les va a resultar fácil —declaró Giffel—. Kendermore no es como los otros pueblos. Nuestras murallas son sólidas y tenemos ochenta mil kenders para defenderlas, si hiciera falta.

—¿Quién está al mando de la defensa? —preguntó Kronn.

—Bueno, ahora mismo es Brimble Pluma Roja —contestó Paxina—, pero tenía esperanzas de que regresarais a tiempo.

—Habrá un asedio —dijo Riverwind—. Si el tal Tuerto es tan listo como decís no atacara ahora mismo. Situará a su ejército alrededor de las murallas y esperará, e intentará preocuparos y mataros de hambre. ¿Debemos asumir que no tenemos vías de suministro?

Paxina sacudió la cabeza.

—Aunque las tuviéramos —dijo Paxina—, ¿de dónde sacaríamos los alimentos? ¿De Flotsam? No sé si lo habrás notado, Riverwind, pero los humanos, al menos una gran mayoría, estarían bastante contentos si desapareciéramos mañana de toda la faz de Krynn. Ahora mismo tenemos comida y bebida para resistir unos cuantos meses, quizá algunos más. Después de eso, para serte franca, nos moriremos de hambre.

Había oscurecido cuando acabaron de cenar. Limpiándose la boca con una servilleta, Giffel empujó hacia atrás su silla y se puso de pie.

—Me temo que tengo que irme —anunció. Hizo una reverencia a Paxina y se marchó.

—Disculpadme a mí también —dijo Arlie, que se incorporó y empezó a recoger los platos, en los que sólo quedaban migas, de la mesa—. Aún tengo mucho trabajo por hacer. Podéis entrar a ver a Catt, si queréis, pero no la despertéis. De momento, el descanso es la mejor medicina.

Los bárbaros de las Llanuras estuvieron un rato en silencio mientras tomaban sus bebidas.

—Van a necesitar un alojamiento —le dijo Kronn a Paxina—. Preferiblemente, un lugar en el que Riverwind no tenga que preocuparse de los golpes continuos que se da en la cabeza contra el techo.

La alcaldesa estudió al viejo Hombre de las Llanuras.

—Creo que hay una casa en el bulevar Hueso de Cereza que podría valer. Hace años perteneció a un mago kender. Tenía un gran sombrero —explicó, guiñándole un ojo a su hermano—. Kronn y yo os llevaremos allí ésta noche, cuando acabemos aquí. Bien —añadió, haciendo un gesto en dirección a la niña kender, que dormía en los brazos de Amanecer Resplandeciente—, en lo que se refiere a nuestra otra visitante…

—Billee puede quedarse conmigo, si queréis —se ofreció Amanecer Resplandeciente—. Hasta que encontremos a su familia, quiero decir.

—Amanecer Resplandeciente —intervino Kronn—, estoy bastante seguro de que no vamos a encontrar a su familia. —Contempló a la criatura, para cerciorarse de que estaba dormida antes de seguir—. Creo que es más que probable que sus padres hayan muerto.

—Hay orfanatos —dijo Paxina—. Billee no es la única niña que ha perdido a sus padres por Malys y los ogros, y algunos padres han perdido también a sus hijos. Estoy convencida de que le encontraremos una familia adoptiva.

—Si no os importa —dijo Amanecer Resplandeciente, que miraba con gesto serio a los kenders—, me gustaría quedármela.

Paxina y su hermano intercambiaron miradas de preocupación, pero Riverwind habló antes de que ninguno pudiera articular palabra.

—Quizá deberíais ir los dos a ver a vuestra hermana ahora —les aconsejó.

Kronn se levantó de su asiento al comprender lo que quería decir. Apuró de un gran trago lo que quedaba de la sidra y se metió la copa de forma casual en uno de los saquillos.

—Vamos, Pax —le dijo a su hermana—. Catt preguntó por ti antes de quedarse dormida. —Los dos kenders salieron de la habitación cogidos del brazo. Kronn cerró la puerta de un empujón.

Cuando sonó el pestillo, Riverwind se volvió hacia su hija. La joven le sostuvo la mirada con gesto desafiante, pero el viejo Hombre de las Llanuras no cedió. Se echó hacia adelante con gesto sombrío.

—Sabes que no puedes quedarte con ella —le dijo.

—¿Por qué no? —preguntó Amanecer Resplandeciente. Alzó altanera la barbilla—. Fui yo quien la rescató. Si no hubiera oído su llanto, habríamos pasado de largo, y, entonces, ¿quién hubiera cuidado de ella? ¿Los ogros?

—Hija, he visto lo mucho que te has encariñado de la pequeña, pero Billee no es una niña humana; es una kender.

Amanecer Resplandeciente abrió la boca para responder; luego volvió a cerrarla de nuevo. Se giró hacia Cuervo Veloz.

—No me estás ayudando mucho.

—Lo siento, Amanecer Resplandeciente —respondió, incómodo, el joven guerrero—. Estoy de acuerdo con tu padre. No creo que puedas manejar a una niña kender. Sé que yo no podría.

—¡Qué seguros estáis ambos de saber lo que soy o no soy capaz de hacer! —dijo Amanecer Resplandeciente con los labios apretados en un gesto de amargura.

—No sólo nosotros. —El tono de Riverwind era quedo—. Paxina piensa lo mismo. Lo vi en sus ojos cuando pediste ocuparte de Billee. La pequeña debe criarse entre los suyos. La alcaldesa fue muy educada al no decir nada en ese momento.

Amanecer Resplandeciente sostuvo la mirada firme de su padre unos segundos. Después se encogió de hombros y agachó la cabeza.

—Tenéis razón. Sólo estaba siendo egoísta.

—No es ése el único motivo, Amanecer Resplandeciente —dijo Riverwind, sacudiendo la cabeza—. Quiero que te vayas, que regreses a Que-shu.

—Ya hemos discutido eso. No puedo abandonar aquí a esta gente, padre. Estoy tan comprometida con ellos como tú. —Antes de que pudiera contestar, se puso de pie, apoyando a la pequeña Billee sobre su hombro, y se encaminó hacia la puerta—. Ha sido un día muy largo y estoy cansada. Voy a pedirle a Paxina que nos muestre esa casa de la que nos ha hablado.

Dicho eso, salió de la habitación. Cuervo Veloz miró de soslayo, con aire de disculpa, a Riverwind; después se puso de pie y la siguió.

Cuando se hubieron ido y Riverwind se quedó solo, el Hombre de las Llanuras dejó escapar un gemido de dolor y se llevó las manos al vientre para apretárselo. Las lágrimas corrieron por su viejo rostro curtido.