¿Cómo demonios voy a desenganchar el puñetero cable invisible si tengo el guardia y al del mono marrón aquí delante y no me quitan los ojos de encima?
—¡Todos a sus puestos! —grita el director desde su grúa.
Los ojos del mundo están puestos en nosotros. En una pantalla de televisión aparece una imagen muy borrosa de la superficie lunar.
El módulo efectúa un alunizaje perfecto, levantando una plateada polvareda. El viento sopla más que antes, con la fuerza suficiente para provocar una minitormenta de arena. El del mono marrón mira extasiado la pantalla.
Las puertas del módulo de alunizaje se abren y aparece el astronauta. Baja flotando por los escalones. Solo hay un fallo; coloca el pie a un centímetro de la huella, pero apenas se aprecia.
Cuando tiene ambos pies plantados en el suelo dice:
—Esto demostrará a los enemigos de la Patria que nuestra soberanía será eterna.
Ahora comienza el tantas veces ensayado paseo por la superficie lunar. Sé que puedo hacerlo, puedo hacerlo. No he pensado en otra cosa desde que… desde que el fantasma de Hector se puso a mi lado.
El astronauta camina dando saltitos. Yo también, arriba y abajo, siempre procurando aterrizar sobre las señales que me han dejado marcadas.
Quizás por eso, el pulgón verde y el operativo del mono marrón han decidido apartar la vista de mí. Están ensimismados en la pantalla.
El astronauta despliega la bandera en este instante. Un salto y se habrá colocado en el punto preciso.
—Ahora, Standish, ahora —dice Hector.
Desengancho, pues, el cable. Y entro en acción.