Noventa y siete

—La Presidenta, señor —dice un pulgón verde que acaba de acercarse al cacataz. Le tiende un teléfono conectado a un largo cable.

El cacataz toma el auricular, se cuadra y hace el saludo de la Patria. No dice una palabra. Solo saluda y luego le devuelve el auricular al guarda.

—Son órdenes de la Presidenta —anuncia—. La bandera ha de ondear al viento.

Entran arrastrando la máquina de viento y la colocan en su sitio; todos están en sus puestos. Empieza la cuenta atrás.

Por primera vez siento a Hector cerca.

—No temas, Standish —me dice muy bajito—. Vamos a hacer esto juntos, como planeamos desde un principio.

—Pero ¿y si te pillan? —le digo.

Hector sonríe.

—No me van a pillar.

Eso ya lo sabía yo.