Noventa y seis

Finalmente llega el momento. En mi vida me he sentido tan nervioso. Si meto la pata, todo habrá sido en balde. Ayudan al astronauta a entrar de nuevo en el módulo de alunizaje e izan otra vez la astronave hacia el techo, pintado completamente de negro. Sigo angustiado imaginándome como voy a desprenderme del fajín que llevo bajo la ropa. Y todavía no sé qué haré después de haberle mostrado al mundo el mensaje escrito en él.

El alma se me cuela por el agujero de la suela del zapato. Al otro lado de la acristalada sala de observación, acabo de reconocer a alguien: es el hombre del abrigo de piel. Sé que me busca. Eso podía significar dos cosas: o bien que el abuelo, la señorita Phillips y el hombre de la luna no consiguieron escapar o que lo consiguieron y el hombre del abrigo de piel ha encontrado el túnel.

Me agazapo en mi trinchera. El del mono marrón que ha estado todo este tiempo conmigo sale de la trinchera. Por lo que puedo observar, no le lleva demasiado tiempo hacerlo. Se enzarza en la discusión sobre una máquina de viento, argumentando que en la luna no hay atmósfera y por lo tanto la bandera no debería ondear. Inmediatamente hurgo desesperado bajo la ropa para soltar el fajín del abuelo, para encontrar la lazada y poder soltarlo de un tirón cuando llegue el momento. Consigo desatar el nudo y respiro de nuevo. El abuelo lo ha diseñado a la perfección. Tengo la lazada a mano. Veo los pies de un guarda. No me presta atención, aunque estoy seguro de que esa es la misión que le han encomendado. No, está demasiado ocupado observando como izan el módulo lunar. Unas botas relucientes de unen a los pies del guardia. Levanto de nuevo la vista y miro hacia el puesto de observación, pero no veo al hombre del abrigo de piel. Lo tengo justo allí plantado, de espaldas a mí. Le está preguntando al guarda si ha visto a un chico de unos quince años, con los ojos cada uno de un color.

Jobar. Ahora que tan cerca estoy de conseguirlo, solo falta que me pillen.

—Pero ¿qué hace? —le grita el del mono marrón al del abrigo—— Apártese de la superficie lunar.

—¿Cree posible que un niño llamado Standish Treadwell se haya escondido aquí? Hemos descubierto los restos de un túnel.

Uno de los cacataces de la misión se une a ellos.

—Largo de aquí —les ordena—. Inmediatamente.

—Han desaparecido dos sospechosos y creemos que… —insiste el del abrigo de piel—, creemos que el astronauta desaparecido está con ellos.

—Pues entonces, ¿qué está haciendo usted aquí? —salta el cacataz.

El corazón se me dispara. Han conseguido escapar.

—¡Diez minutos para la cuenta atrás! —anuncia con su voz de trueno el director desde su grúa.

—Le sugiero que vaya a buscarlo —dice el cacataz.

Imagino que habrá chasqueado los dedos. Sea como sea, las lustrosas botas del hombre del abrigo de piel se han esfumado.

Aun así, no me fío de que se haya marchado campante. Tiemblo más que un flan.