Lo único que me importa es Hector. Él es el presente, este presente. El único presente.
—Dame un beso —dice en voz baja.
Siempre imaginé que la primera persona a la que besara sería una chica. Eso ya no importa. Le doy un beso. Él me lo devuelve con ganas. Con las ganas de una vida que ya nunca tendremos.
—Te quiero —susurra—. Quiero a ese chiflado valiente que llevas dentro.
—Hector, quédate conmigo —le digo—. No puedo hacer esto sin ti.
—Estaré contigo —dice—. No te dejaré. Te lo prometo. Nunca falto a una promesa.
Nos quedamos dormidos, abrazados el uno al otro.
Despierto, despavorido. Alguien nos está separando. Dos hombres con bata blanca. Me levantan del jergón a la fuerza. Me aparto, aturdido. Se inclinan sobre Hector, le oscultan el pecho.
—¿Qué pasa?
—Apártate —dice un hombre con bata blanca.
No le hago caso. Uno se dirige al otro en la Lengua Madre. No quiero oír lo que dicen. Sé que no puede ser nada bueno. Veo que no puede ser nada bueno. Basta con echarle un vistazo a Hector para saberlo. Tiene la cara gris.
—Hector… —lo llamo.
—Standish…
Respira de una manera extraña.
Viene un guardia para sacarme de la celda. Una bata blanca se lo impide. Me arrodillo junto a Hector. Él me susurra al oído:
—Me voy a buscar aquel Cadillac color de helado.
No me deja tiempo para responderle. Los guardias tienen la paciencia de un mosquito. Me levantan del suelo a la fuerza, me resisto, me importa una mierda lo que hagan conmigo.
—¡Hector! —exclamo a voz en grito—. Espera… no te vayas sin mí…
El señor Lush viene corriendo por el pasillo. Creo que no me ha visto. Se está yendo de aquí a toda prisa. Para ser sincero, lo he sabido desde un principio. Hace bien, pero me gustaría que me hubiera esperado. Si así es como gira el mundo yo tampoco quiero quedarme aquí.