Noventa y dos

Doy un respingo, muero de miedo. Encienden la luz y entra el guardia número uno. Cierro los ojos, si va a matarme mejor que no lo vea.

Oigo que entran en la celda arrastrando algo. Abro los ojos. Los guardias dejan en el suelo dos delgados jergones. Luego traen a Hector. Le han puesto otras vendas en las manos, y lleva ropa limpia.

Se tumba en el jergón, temblando.

El guardia trae dos bandejas de comida y una manta. Tapo a Hector con ella. Dice que está helado de frío, pero le toco la piél y arde como una sartén.

—Come —ordena el guardia.

Es pescado con patatas fritas. Pescado con patatas fritas y un gajo enorme de limón. Un manjar propio de la Zona Uno. Es la primera vez en mi vida que veo un limón de verdad. Lo olfateo. Huele a sol. Es la única nota de color en esta celda gris. Como y rebaño el plato con la boca. Hector no ha probado bocado.

—Tienes que comer algo —le digo—. Te ayudará a ponerte mejor.

Le corto la comida y se lleva un pedacito minúsculo a la boca.

—Cómetelo tú por mí, Standish —me dice.

Tengo tanta hambre que eso hago. Como. Incluso el plato me habría comido.

El guardia mira las bandejas. Cierran con llave la puerta y apagan la luz.

—Tengo mucho frío —dice Hector. Le abrazo, confiando en que deje de temblar, en que deje de arder.

—He visto a mi padre —me susurra al oído.

—Me alegro.

—Él sabía que estabas aquí. Me ha preguntado si el hombre de la luna se había puesto en contacto contigo.

—No —le digo.

En circunstancias normales, Hector no se habría conformado con una respuesta así. Nunca he tenido secretos con él, esta es la primera vez, y me avergüenzo. Pero ¿y si lo pusiera al corriente y amenazaran con cortarle otro dedo? Yo sé lo que haría en esa situación, lo confesaría todo. Es mejor que me calle.

—No te creo —dice Hector, pero creo que ya está dormido.