Ochenta y nueve

Despierto sobresaltado. Por un instante no tengo idea de dónde me encuentro. Las luces se han encendido de nuevo. La puerta se abre bruscamente y el guardia que se parece al señor Gunnell entra con una bandeja con comida de verdad; se me hace la boca agua solo de olerla.

—¡Come!

Llevo la bandeja hacia Hector.

—No. Es para ti solo —dice el guardia.

—Si él no come, yo tampoco —replico.

El guardia me da unos manotazos en la cabeza.

—Te ordeno que comas.

Tengo la impresión de que me va a caer una paliza de órdago. Hector se repliega aún más en el rincón, se imprime en la pared. Noto que el guardia está deseando partirme la cabeza. Veo esos pensamientos correteando por su fofa sesera. Pero intuyo que aún no ha recibido esa orden. Esa orden llegará una vez el austronauta haya puesto el pie en la luna y el mundo, embobado ante la caja tonta, se haya tragado el cebo. Mi corazón vuelve a latir de nuevo sólo después de que el guardia haya salido de la celda, llevándose consigo la bandeja de comida. Parece que no me he equivocado con lo de la paliza. Da un portazo al salir. El tentador aroma de la comida queda flotando en el ambiente.

—Pero ¿qué demonios estás haciendo? —pregunta Hector.

—O comemos los dos o no comemos ninguno.

—Standish, aquí no se le da comida a nadie. Esto no es un puñetero campamento de verano.

—Creo que puedo tener mis influencias.

—Ay, Standish, ¿qué pájaros se te han metido en la cabeza?

Entonces le cuento a Hector lo de la cuerda y como gracias a mí han logrado que le astronauta se moviera como si no estuviera sujeto a la gravedad. También le cuento lo del gigante y la piedra.

Hector me mira fijamente.

—Construimos una nave espacial, ¿recuerdas? —le espeto—. Habíamos planteado un viaje al planeta Juniper. Estuvimos a punto de conseguirlo. Si no te hubieran hecho prisionero, ahora ya estaríamos allí.

Hector me mira como si fuera a decirme que estoy loco, pero no lo hace. Apoya la cabeza en la pared. Veo unas lágrimas resbalando por su rostro.

—Tienes razón —dice—. Podríamos haber escapado en la nave espacial. Si no lo hicimos fue por mi culpa. No tenía tanta fe en ella como tú. No fui capaz de ver más allá del cartón. Pero ahora —dice Hector—, ahora, Standish, te creo. Te creo con todo mi ser. Si alguien puede lanzar esa piedra, eres tú. Y si alguien puede sacarme de este agujero infernal, ese eres tú.