Las luces se encienden tan bruscamente que siento como si me hubieran asestado un puñetazo. Hector abre los ojos. Creo que nos han estado escuchando. ¿Habré hablado demasiado? ¿Y Hector? La claridad es tal que por un momento me siento deslumbrado de nuevo. Hector se aparta. Cuando por fin mis ojos se acostumbran a la luz, lo descubro mirándome como si estuviera ante una aparición.
—Confiaba en que no fueras más que un sueño —me dice—. Un sueño agradable que me traía consuelo.
Ahora ya veo a Hector perfectamente. Parece transparente. Lleva las vendas sucias, rezuman sangre. Pero se pondrá bien. Sé que se pondrá bien. Tiro de él hacia mí y lo estrecho entre mis brazos. Si no lo suelto se pondrá bien.
—¿Han detenido también a tu abuelo? —me pregunta.
—No —susurro.
—¿Por qué solo a ti?
—No me han detenido, he venido por mi propio pie para llevarte a casa.
—¿Qué has venido por…? ¿Cómo? ¿Por el túnel?
—Sí —contesto.
—¿Te has vuelto loco?
—Es posible.
Se echa a reír. Con un risa resollante. Al menos he conseguido levantarle un poco el ánimo.
—Standish, ¿qué heroica temeridad se te ha ocurrido ahora?
—Una estupenda.
Debo admitir, pese a todo, que el guardia estaba en lo cierto al decirme que tenía suerte. Encontrar a Hector ha sido un auténtico golpe de suerte. Quizá deba interpretarlo como una señal de que todo irá bien. Solo necesito creer en ello.
—He pensado mucho en ti —dice Hector en voz baja.
—Te voy a llevar a la tierra de las croca-colas —le digo—. ¿Recuerdas? Vamos a montarnos en un gran Cadillac de esos.
—¿De qué color? —pregunta, y me deja desconcertado. Hector debería tener presente ese detalle. Hector debería tener presente ese detalle. Hemos hablado de eso montones de veces.
—Azul celeste —respondo.
Tose. Suena mal. Es una voz demasiado ronca, demasiado sepultada en lo hondo de su pecho.
¿Por qué el ser humano es tan cruel, joder?
¿Por qué?