La señorita Phillips estaba en la cámara de la Calle Sótano. Caray, que mujer tan inteligente. Fue capaz de leer las notas del hombre de la luna, y eso que estaban escritas en la lengua del Este. Hasta el momento, el abuelo no había conseguido descifrar una palabra. Estaba sentado en un taburete junto a ella, con los auriculares puestos, intentando pacientemente enviar un mensaje a los Obstructores. Nadie daba señales de vida.
Llegó la hora de comer y seguíamos sin respuesta.
Al final el abuelo se dio por vencido. Comimos unos huevos revueltos con unos mendrugos de pan. La señorita Phillips apenas probó bocado. Había perdido el apetito. Creo que algo tenía que ver con las notas del hombre de la luna. Tampoco él comía.
—¿Qué dicen? —preguntó el abuelo, apretando la mano de la señorita Phillips.
—Déjame que los repase otra vez —dijo ella.
Comprendí que nos estaba dando largas.
—Han montado un enorme plató lunar en el antiguo palacio, ¿verdad? —dije.
—Sí —respondió la señora Phillips—. Pretenden filmar allí el alunizaje del cohete, y simular que los astronautas pasean por la superficie lunar. Después. Todos los que han colaborado en el proyecto serán eliminados. Incluidos científicos, obreros y astronautas. Ya han cavado la fosa común.
La interrumpí:
—¿Cómo consiguió el hombre de la luna encontrar nuestro túnel?
El hombre de la luna se puso a escribir y la señorita Phillips nos tradujo la respuesta. Noté que no estaba muy segura de si debía contármelo. Pero yo ya lo sabía. Aún así, dije:
—Vamos, cuente.
La señorita Phillips vaciló.
—Vio a Hector, ¿verdad? —le dije.