Descubrí muchas cosas sobre el abuelo aquel día. Para empezar, que, además de contar con la señorita Phillips, contaba con un transmisor. Aún sigo dándole vueltas. ¿Cómo habían podido tenerme tan engañado los dos? Al parecer, aquel transmisor se había estropeado hacía un año. Imposible llevar una cosa así a la tienda para que te la arreglen. El encargado de reparar aquel transmisor había sido el señor Lush, quien de paso se aseguró de que, incluso si la Patria captaba la señal, el código quedara cifrado de inmediato.
Un día antes yo ignoraba que tuviéramos un transmisor en casa, escondido tras un panel de madera de la cocina. Un día antes para mí el abuelo no era más que un anciano. Y de pronto se había transformado en un zorro con el colmillo retorcido.