El abuelo volvió donde ella estaba sentada. Le quitó el sombrero. La señorita Phillips siempre había llevado su larga melena recogida en un moño muy recolocado. Pero le habían cortado tanto el pelo y de tan mala manera que no le quedaban más que un puñado de mechones tiesos, manchados de sangre.
Reconocí aquel corte de pelo y entendí perfectamente lo que significaba. Era lo que hacían con los Obstructores. Los desnudaban, se llevaban sus ropas y les rapaban el pelo. Si la víctima era una mujer no se molestaban en matarla, al menos no directamente. Eso lo dejaban para los jóvenes buitres hambrientos. Para gente como Hans Fielder y sus compañeros de la cámara de tortura.
Era una muerte más lenta pero de esa manera los cachorros se entrenaban para matar. Si te afiliabas a los Jóvenes de la Patria, no podías andarte con remilgos. Las Madres por la Pureza se habrían avergonzado de que sus retoños no dominaran el arte de la carnicería antes de dejar el colegio. En resumidas cuentas, que era uno de esos ritos maniáticos o como se llamen por lo que había que pasar. Era una forma inequívoca de distinguir a los maricones de los brabucones, eso desde luego. Un bravucón le habría destrozado los sesos a la señorita Phillips sin pestañear. Y pestañeando, quien sabe.
De pronto recordé aquel día en el pasillo cuando la señorita Phillips acudió en mi auxilio. Así como aquella vez cuando el señor Gunnell quiso que la clase entera se afiliara a los Jóvenes por la Patria. Y la señorita Phillips le replicó que la organización no aceptaría a un niño como yo, que ni siquiera sabía atarse los cordones de los zapatos como es debido. Probablemente también fue ella la que le dijo al señor Hellman que yo estaba progresando adecuadamente en la clase de la señorita Connolly. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Vacié el agua sucia de la palangana y la volví a llenar.
El abuelo le inclinó la cara y le dio un beso. Eso sí que no me lo esperaba, la verdad. Quiero decir, que el abuelo ya es demasiado mayor para esas cosas. Yo creía que a partir de los cincuenta ya no hacía uno eso. El mito saltó a la superficie, torpedeado bajo el agua. Rodeó luego a la señora Phillips con el brazo, y ella apoyó la cabeza en su vientre.
—Así que era eso —dije. Los dos me miraron como si se hubieran olvidado de mi presencia—. Tú y la señora Phillips. Vaya, ¿y cuánto lleváis de… noviazgo?
Sonrieron los dos.
—Tres años.
Sopla, tres años nada menos. Pasmado me quedé.
—Desde que los Lush desaparecieron se nos han complicado mucho las cosas —dijo el abuelo.
Supongo que el hecho de que yo durmiera tendido en su cama como un perro no debió de ayudar gran cosa.
—Harry me contó lo del hombre de la luna —dijo la señorita Phillips— y hemos hecho todo lo posible para ponernos en contacto con los Obstructores y conseguir que la información llegue hasta las más altas instancias. Pero la Zona Siete está aislada del resto del mundo.
La música se interrumpió y sonó la Voz de la Patria.
«Hoy, los líderes de los imperios del mal han acordado reunirse en Tyker, nuestra gran capital, para ser testigos directos de nuestros logros. La tierra entera disfrutará de las primeras imágenes captadas en nuestro recién conquistado territorio, la luna.
»Loada sea la Patria».