Cincuenta y nueve

Hace una semana, volví del colegio absorto por completo en mis fantasías. Soñaba que nuestro platillo volante aterrizaba en el planeta Juniper. Parecía como si estuviera proyectando una película en mi cabeza. Veía a Hector poniendo el pie en el planeta, a los juniperianos que esperaban para recibirlo, muy risueños. Vestían con… mi ensoñación se interrumpió en cuanto entré en la cocina. El abuelo no estaba. ¿Dónde puñetas se había metido? Sentí que me invadía el pánico. Se me nubló la vista, se me nubló la mente, tuve la impresión de que me iba a saltar un fusible en la cabeza. Salí corriendo al jardín; lloviznaba. Tenía que estar en el huerto, maldita sea, no podía estar en otro sitio.

Entonces me fijé en que la puerta del refugió antiaéreo estaba abierta.

¡No! No, no… no podía haber entrado en el túnel. Imposible que se le ocurriera hacer eso. No podía respirar. No podía pensar. Sentí como su todo mi ser fuera a desmoronarse. Y en ese momento vi de refilón las enormes botas que asomaban por el cobertizo.