Antes de la guerra —no sé qué guerra sería, ha habido tantas guerras, maldita sea, todas ganadas, cómo no, por la excelsa Patria—, en fin, antes de las guerras, el abuelo había sido el escenógrafo jefe del gran teatro de la ópera de la Zona Uno. Bueno, probablemente en aquella época no hubiera zonas, pero eso ahora no viene al caso. No, el caso es que en otro tiempo, al principio de las guerras, el abuelo había pintado unos aviones en el suelo. Desde el cielo parecían unos aviones auténticos. Después de aquella guerra, la Patria instauró el primer programa de reeducación. Y el abuelo fue obligado a asistir a dicho programa como castigo por haber pintado aquellos aviones. Hubo amigos suyos que se negaron a reeducarse. Hubo otros, gente de la raza equivocada o del color o la nacionalidad equivocados, a quienes ni siquiera se les permitió reeducarse. Los pulgones necesitaban pasto para sus gusanos. El abuelo, no obstante, pasó la prueba. Por los pelos.
Fueron trasladados aquí —el abuelo y mis padres— justo antes de que yo naciera. En fin, eso aparte, que es otra historia, y ahora viene punto y aparte.