Cincuenta y cinco

¿Qué os voy a contar sobre los días posteriores a la detención de Hector? Veréis, una vez que te borran del mapa, es como si nunca hubieras existido. Pasaron las noches, los días, los días, las noches. Grises todos por igual. Era incapaz de dormir. Incapaz de comer. Iba al colegio y nadie me dirigía la palabra. Nadie me preguntaba por él. No se atrevían. Había borrado su nombre de la lista. Era un ser prescindible. Nació con esa tara. Pero ¿acaso no éramos todos prescindibles en la Patria? Aparte del señor Gunnell. Él, absurdamente, se creía excepcional. El muy capullo.

Hans Fielder, el jefe de la cámara de tortura, me dejaba en paz, yo había pasado a ser un intocable. Hasta, claro está, la visita del hombre del abrigo de piel.