Cincuenta y cuatro

En la cocina, el abuelo tenía preparado el té. Había tirado la casa por la ventana y echado una cucharada de té fresco en el infusor. Un lujo que no solíamos permitirnos muy a menudo. Pero ¿por qué no darse ese homenaje? Al fin y al cabo, se habían llevado a mi mejor amigo, a mi hermano. Sentados a la mesa de la cocina, nos tomamos el té en silencio.