Aquella noche, con las luces ya apagadas, le pregunté a Hector qué había al otro lado del muro.
—Duerme —me contestó.
—No puedo —le dije—. Me estás ocultando algo.
Hector se incorporó. Las paredes de la casa eran delgadas, y se llevó un dedo a los labios. Se le distinguía perfectamente gracias a la luz de la luna, que se derramaba sobre los tablones de madera del dormitorio.
Subimos sigilosamente al desván. Con una vela en un tarro por toda luz con la que alumbrarnos. Aparte de la luna, claro está.
Una vez arriba en el desván, con la escalera que colgaba de la trampilla ya plegada, le pregunté de nuevo:
—¿Qué hay detrás de ese muro?
—Nada.
—Mentira. ¿Por qué mientes?
—Oye —dijo Hector—, he recuperado la pelota. Con eso vale, ¿no?
—No. Cuéntame que has visto.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Porque no. Porque he prometido guardar el secreto.
—¿A quién se lo has prometido?
—A mi padre —dijo Hector—. No puedo faltar a mi promesa.
Me enfadé mucho. Además, se me habían quedado los pies congelados y pensé, a la porra, yo me voy a dormir.
—Standish —me dijo Hector cuando ya estaba al lado de la trampilla—, ¿no quieres que lancemos nuestra nave espacial?
Miré el cohete de papel maché y le dije:
—Para ti no es más que un juego. No crees que exista de verdad un planeta que se llama Juniper. Crees que todo es un invento mío y…
—No, Standish, claro que creo en él —me interrumpió Hector—. Creo que lo mejor que tenemos en la vida es la imaginación y tú de eso tienes a montones.
Nos sentamos en nuestro platillo volante de cartón forrado con su funda protectora. La luz de la luna entraba a tajos por los agujeros del techo.
—Antes vivíamos en una casa de varias plantas en la ciudad de Tyker —dijo Hector en voz baja—. Con sirvientes que cocinaban y limpiaban. Todo olía a barnices y riqueza. Todo nos lo quitaron y vinimos a parar a la Zona Siete.
—¿Por qué?
—Por lo que hizo mi padre.
—¿Qué hizo?
Hector se quedó callado y luego contestó:
—Es mejor que no lo sepas.
Le dije que aún estábamos a tiempo de lanzar nuestra nave espacial. No sé por qué se me ocurrió decir eso, pero así fue. Intuía que Hector estaba a punto de emprender un largo viaje. Pero no soportaba la idea de que pudiera irse solo.