Cuarenta y nueve

Hector estaba distante. Le pregunté si le pasaba algo pero no me contestó. Quizá la enfermedad le había afectado más de lo que yo pensaba. El caso es que nunca lo había visto así. Pensé que quizá le había fallado en algo, pero no se me ocurría en qué.

El primer día de vuelta al colegio, de camino a casa, me dijo:

—Standish, no dejes que esos matones te intimiden. No les sigas el juego. Es justo lo que esos cerdos buscan.

—Pero si yo no les sigo el juego —repliqué—. De todos modos, ahora que has vuelto ya estoy tranquilo.

Hector guardó silencio un buen rato y luego dijo:

—No cuentes con eso.