Treinta y nueve

Había sangre en el asfalto. Un zapato del Pequeño Eric, con la piel pelada y gastada, se había quedado allí olvidado. La suela del zapato aullaba, a volumen de megáfono:

—¡Standish, despierta, déjate de fantasías de mierda! ¡Despierta! ¡Despierta o acabarás siendo un cadáver como yo!

En la garita de la salida, el bedel ni siquiera levantó la vista de su periódico. Iba a decirle que me habían expulsado cuando él pulso el botón que abría electrónicamente las puertas de entrada al colegio. Yo avancé hacia la salida, a paso de tortuga, preguntándome por qué nadie me detenía.