Treinta y siete

Cuando llegué al aula, vi a Hans Fielder en el rincón de castigo, con unas tijeras en la mano. Se había corado el pantalón a lo Robinson Crusoe. A saber la de mentiras que había tenido que contar la señora Fielder para que la premiaran con aquel pantalón. No creo que le haga ninguna gracia enterarse de que tiene a un rebelde en casa. Pero allá se las componga, no es problema mío. No, mi problema es elefantiásico. ¿Y cómo se come un elefante? Pues pedacito a pedacito.