La cámara desvió la atención hacia la sala de control. Hasta ese momento, pensé que quizá hubiera un modo de escapar de aquella mierda apestosa. Pero entonces comprendí que no tenía escapatoria. La sala de control estaba atestada de hombres vestidos con uniformes y batas blancas. Quise levantarme, jugarme el todo por el nada. De todos modos, nada era lo que me esperaba. Me puse en pie y avancé hacia el frente. Veréis, el caso es que estaba convencido de que había visto al señor Lush entre todos aquellos científicos. Esperen, un momento, no muevan la imagen.
Jobar, no me había equivocado, allí estaba. Sentí que los pies se me llenaban de plomo. Tenía plomo en la cabeza. Plomo en el corazón. Comprendí entonces cuál era el secreto, aquel secreto que Hector se había negado a contarme. El secreto que el hombre de la luna no podía contar.