Las malas noticias vuelan, no necesitan de palabras. Enseguida corrió la voz de que el pequeño Eric Owen había muerto, incluso entre quienes no lo conocían.
El bedel del colegio lo había tapado con una sábana vieja. Su maltrecho cuerpo quedó allí tirado en el patio de recreo. No se le permitió a nadie perderse el parestésico paréntesis de aquel histórico día en que los despiadados seres puros de la raza inhumana enviaban a un hombre a la luna.