Yo lo único que quería era irme a casa para comprobar que el abuelo estaba bien. Pero tenía muy claro, que si salía huyendo, tanto yo como el abuelo y el hombre de la luna terminaríamos en una granja de gusanos. Y una vez allí, no eres más que pasto para las moscas.
El colegio entero se había congregado en el gimnasio para celebrar el memorable acontecimiento. Dentro olía a col hervida, a tabaco y a putrefacción. Los profesores se habían vestido con sus mejores galas para la ocasión. Qué ridículos estaban todos, los muy hijos de su madre.
Al verme rodeado de aquel silencio, me entraron ganas de exclamar a voz en grito: ¿Cómo es que no hay entre todos ustedes un solo lobo capaz de protegernos? Son profesores, enseñantes. Ojo a la palabra: «enseñantes». Esa es su misión, enseñar, no partirles los sesos a los alumnos, maldita sea.