Veintiocho

La señora Phillips se abrió paso a empujones entre los aterrorizados alumnos y vio al Pequeño Eric tirado en el suelo como un saco retorcido, sus cabellos, antes teñidos de rubio, empapados de rojo sangre, la cara como un corderillo despellejado y uno de los ojos colgando fuera de su cuenca.

El señor Gunnell siguió allí plantado muy recto. Nadie abrió la boca. Nos quedamos todos mirando fijamente a la señorita Phillips mientras se inclinaba sobre lo que quedaba de Eric Owen. Le levantó un brazo roto, que colgó como si fuera de trapo, y le buscó el pulso. Después se volvió a uno de los borregos.

—Ve a buscar ayuda… rápido. —El niño salió corriendo—. ¿Quién ha sido? —preguntó, temblando de rabia—. ¿Quién ha sido el monstruo que ha hecho esto?

—Standish Treadwell —dijo el señor Gunnell.

La señorita Phillips me miró.

—¿Qué ha pasado aquí, Standish?

Y se lo conté.

—¿Ha sido usted quien ha hecho esto, señor Gunnell? —preguntó la señorita Phillips sin dar crédito.

—No consentiré que se burlen de mí —replicó él, palpándose el ausente tupé con la mano ensangrentada—. Exijo un respeto. No pienso ser el hazmerreír de nadie.

El señor Hellman vino en ese momento corriendo hacia donde estábamos, seguido por otros miembros del personal del colegio. La señorita Phillips le cerró el ojo sano al Pequeño Eric y volvió a introducirle el otro en la cuenca con mucho cuidado. Luego se puso en pie muy despacio. Tenía la falda manchada de sangre. Había sangre por todas partes.

—He llamado a una ambulancia. No será fácil que acudan en estas circunstancias —dijo el señor Hellman, sin atreverse a bajar la vista.

La señorita Phillips inspiró profundamente por su respingona naricilla y afirmó, con mucha entereza:

—Señor Hellman, el niño a muerto.

—Se está haciendo el muerto —dijo el señor Gunnell—. Ya se pondrá bien.

—No, no se pondrá bien —replicó la señorita Phillips.

—Ha sido culpa de Standish Treadwell —dijo el señor Gunnell.

Yo no repliqué.

El señor Hellman me miró como si tuviera delante a un extraterrestre.

Aun así, no abrió la boca.

Para mi sorpresa, fue Hans Fielder, el borrego favorito del señor Gunnell, quién salió en mi defensa y dijo en voz alta y clara:

—Standish Treadwell no ha tenido nada que ver, señor. De hecho, ha intentado salvar al Pequeño Eric. Ha sido el señor Gunnell quien lo ha matado a golpes.

—¡Embustero! —gritó el señor Gunnell—. ¡Embustero hijo de puta!

Hans Fielder se irguió ante él, lo miró directamente a los ojos, con sus cabellos rubios como el oro, y sus ojos azules color bolsa barata de plástico destellando con vehemencia.

—Yo nunca miento, señor —replicó—. Nunca.