Yo pensaba para mis adentros que maldita la gracia que tenía aquello, porque el señor Gunnell iba a hacerme fosfatina. Tenía la mirada empañada de odio. Vino hacia mí, con la palmeta en alto. Ya me veía la palmeta encima, cuando en el último momento cambió de idea. Veréis, el caso es que el Pequeño Eric seguía ríe que te ríe. El señor Gunnell lo agarró por la oreja y luego la emprendió a golpes con él, primero con la palmeta hasta romperla, y después a puñetazo limpio. No paraba de darle golpes, cada vez más seguidos y con más saña. El Pequeño Eric estaba tirado en el suelo, enroscado como un ovillo, llamando a su mamá entre lágrimas.
El llanto del pequeño pareció encender todavía más la rabia del señor Gunnell porque se lio a darle patadas, patadas a lo bestia. Eric lloraba a grito pelado.
—No se te ocurra volver a reírte de mí… ¡A mí se me debe un respeto!
Cuanto más lloraba el Pequeño Eric, con más saña le pegaba el señor Gunnell. Los demás contemplábamos la escena paralizados mientras los escupitajos de sangre salpicaban el asfalto. Eric Owen había dejado de moverse, y cuando vi que el señor Gunnell alzaba su bota militar sobre la cabeza del pequeño, enseguida me di cuenta de lo que se proponía.
Me abalancé rápidamente sobre el muy cabrón y le pegué un puñetazo con todas mis fuerzas. La bota no aplastó los sesos del Pequeño Eric por cuestión de segundos. Para cercionarme de que el señor Gunnell no pudiera hacer más daño del que ya había hecho, le asesté otro puñetazo bien fuerte, esta vez en la nariz. Oí el crujido y él aulló de dolor, mientras los ensangrentados mocos le caían resbalando hasta el bigote.
El señor Hellman había enviado a la señorita Phillips a averiguar qué nos había retenido en el patio. Éramos la única clase que todavía no había entrado en el salón de actos y cinco minutos más tarde iba a tener lugar el histórico acontecimiento: la Patria efectuaría el lanzamiento del cohete. En un primer momento la señora Phillips no acertó a ver lo que había ocurrido porque todos los alumnos estaba arremolinados alrededor de Eric Owen.
—Señor Gunnell —saltó—, ¿se puede saber qué está pasando?
—Un asunto disciplinario, eso es todo —contestó él.