La señorita Connolly, nuestra antigua maestra, siempre decía que para contar una historia había que empezar por el principio. Hacer de ella una ventana con los cristales limpios para que se viera lo que hay al otro lado. Aunque en realidad no creo que quisiera decir eso. Nadie, ni siquiera la señorita Connolly, se atreve a escribir sobre lo que se ve a través del sucio cristal. Mejor no mirar fuera. Y si no queda más remedio que mirar, mejo mantener la boca cerrada. Yo nunca sería tan tonto como para dejar escrito todo esto, al menos sobre papel.
Aunque pudiera, no podría.
Porque, veréis, el caso es que ni siquiera sé escribir mi nombre.
Standish Treadwell.
No sabe leer, no sabe escribir.
Standish Treadwell es tonto a morir.
La señorita Connolly fue la única maestra a la que se le ocurrió decir que Standish era distinto a los demás porque era un crío original. Hector sonrió cuando se lo conté. Me dijo que él, personalmente, eso ya lo había captado al momento de conocerme.
«Por un lado están los que piensan linealmente, y por otro lado estás tú, que eres como un golpe de brisa en el parque de la imaginación».
Me lo repetí para mis adentros: «Luego está Standish, que tiene una imaginación que atraviesa el parque como una brisa y ni siquiera ve los bancos, solo nota que no hay caca de perro donde debería haberla».