8

Liam cerró la puerta con cuidado y recorrió con la mirada el oscuro corredor. En la pared de enfrente, un pálido rayo de luz se colaba por debajo de una puerta, mientras que la otra docena de puertas que daban al pasillo no mostraban ninguna. La claridad vaciló, como si una sombra hubiera pasado por delante. Liam se puso tenso, se acercó a la puerta con sigilo y pegó una oreja a la madera, pero no oyó nada. Entonces, llamó quedamente y susurró:

—Lord Gunthar…

No hubo respuesta, pero la luz volvió a vacilar y escuchó un ruido, como si alguien estuviera revolviendo papeles.

—¿Lord Gunthar? —volvió a preguntar después de llamar con algo más de fuerza.

Ninguna respuesta. Liam se puso en tensión, sacó la daga del cinto y probó a abrir la puerta; no estaba cerrada con llave.

Se deslizó al interior, la cerró tras él y apoyó la espalda contra ella. Rápidamente, examinó el estudio privado de lord Gunthar. Un enorme escritorio de madera situado delante de una gran ventana de guillotina dominaba una esquina. La ventana estaba abierta y la brisa que llegaba del patio agitaba las vaporosas cortinas. Las demás paredes estaban cubiertas de estanterías con libros y rollos, mapas de batalla y atlas de Krynn. En unas pocas mesitas situadas en discretos rincones se exhibían los premios y las condecoraciones que lord Gunthar había acumulado durante su larga y distinguida carrera. Encima del escritorio ardía una vela, alta y roja, colocada en un plato de bronce. La llama de la candela fluctuaba por efecto de la corriente que entraba por la ventana abierta, y gotas de cera descendían y se unían al charco endurecido que casi llenaba el plato. Delante del escritorio, el suelo estaba cubierto por papeles sueltos que el viento había arrastrado de encima de la mesa.

Con un suspiro, Liam envainó la daga y empezó a recoger los papeles. Estaba tan distraído que al principio no se fijó en la naturaleza de los documentos que tenía en la mano, pero cuando los ordenó en una pila sobre el escritorio echó un vistazo a la página de encima y leyó:

«Un Caballero de la Corona no abandona el campo de batalla mientras el enemigo todavía lo ocupa, a no ser que su superior le permita retirarse, y regrese sano y salvo para agregarse a las fuerzas necesarias para asaltar una posición fortificada. La norma estándar es tres a uno, aunque una ventaja de dos si su superior le permite retirarse, o no ha podido localizar a otro caballero u otra dama aún en el campo, el estándar de su unidad o está incapacitado de alguna otra forma y le es imposible conservar los caballos y las armas del caballero. En general se asignarán al servicio del caballero un hombre de armas y un escudero».

Liam se acomodó en la silla situada tras el escritorio y leyó la página siguiente que, como la anterior, contenía un texto confuso garabateado por varias manos, como si cada vez que se interrumpía el flujo de pensamientos, otra persona tomara el relevo. Ninguna página estaba numerada ni había ninguna otra indicación del orden que seguían. En el texto de la hoja siguiente se habían intercalado garabatos de sillas de dragón y caballeros armados con Dragonlances. La siguiente contenía el nombre de Gunthar, escrito una y otra vez, cada versión con una escritura más audaz o más elaborada que la anterior. En otra hoja había una carta inacabada dirigida a la esposa de Gunthar. «Mi queridísima Belle», empezaba y describía hechos acaecidos sólo tres días antes, aunque Belle llevaba muerta cuatro años.

—¡Hoy hace cuatro años! —susurró Liam, tan sorprendido que dejó que las hojas se le escaparan de los dedos. No podía creer que fuera pura casualidad que Gunthar hubiera elegido justamente este día para invitar a los Caballeros de Takhisis a Sancrist. Claro que era posible que el anciano realmente no se acordara, o así lo esperaba Liam. Examinó de nuevo los papeles y reconoció aquí y allí, entre las divagaciones de los textos, fragmentos de la versión revisada del Código y la Medida.

A lo largo de los siglos, la Medida original, escrita por Vinas Solamnus, fundador de los Caballeros de Solamnia, había sido corregida tantas veces que comprendía docenas de volúmenes. El Código y la Medida cubría todos los aspectos de la vida de un caballero y dictaba cómo debía reaccionar en casi cualquier situación. Era una regla gigantesca, rígida e inflexible, que había estado a punto de llevar a la destrucción a la Orden en los años precedentes a la Guerra de la Lanza. En aquella época, los caballeros dirigían enteramente sus vidas conforme a la Medida, olvidando la regla que la acompañaba y que era el fundamento de su concepto del honor: «Est Solaras oth Mithas. El honor es mi vida».

Pero Gunthar había aprendido bien la lección que les dio Sturm Brightblade y empezó a revisar la Medida para hacerla más flexible y menos exigente. Sturm les enseñó que un hombre podía ser un gran caballero sin que la estricta Medida guiara sus acciones ni delimitara sus responsabilidades, que el honor noble y verdadero enseña al caballero cuál es su deber. Sturm había aprendido mucho del honor simplemente oyendo las viejas historias de Huma y de los otros grandes caballeros que su madre le explicaba. Después, reflexionando sobre aquellas historias y tratando de emular a sus héroes, redescubrió la verdadera esencia de la caballería —Est Solarus oth Mithas— justo cuando más necesario era. En esos oscuros días que precedieron a la Guerra de la Lanza, cuando los enemigos cerraban filas contra ellos, los Caballeros de Solamnia se dedicaban a pelear por cuestiones de honor. Las intrigas políticas eran el pan de cada día y diferentes facciones se disputaban el control de la Orden. Ni siquiera Gunthar estuvo exento de ello, ya que su liderazgo no estaba afianzado. Pero en la hora más baja, cuando parecía que la Orden de los Caballeros de Solamnia se iba a dividir, apareció la esperanza en forma de Sturm Brightblade portando un misterioso Orbe de los Dragones. A muchos les costó verlo, ya que inmediatamente la Orden se dividió entre los que apoyaban al aspirante a caballero, Brightblade, y los que estaban en su contra; pareció que la llegada de Sturm asestaría el golpe definitivo a la hermandad.

Pero, al final, la presencia del joven Sturm aportó una cascada de acontecimientos que condujeron a la consolidación del poder de Gunthar, un giro inesperado a favor de las fuerzas que luchaban contra los ejércitos de Takhisis y, en último término, el fin de la guerra. El sacrificio supremo de Sturm en la Torre del Sumo Sacerdote ayudó a curar el cáncer que amenazaba con acabar con la Orden y con su ejemplo les enseñó a todos el auténtico significado del honor.

Liam Ehrling fue uno de los caballeros que defendían la Torre del Sumo Sacerdote el día crucial en el que los ejércitos de Dragones de Takhisis atacaron. Como Caballero de la Corona, sirvió al mando de Sturm y ayudó a conducir a la trampa a los Dragones Azules que los atacaban. Liam nunca olvidó el dolor que sintió al darse cuenta de que su victoria había sido ganada con la vida de un hombre al que había admirado desde el día que se conocieron. En un plano más personal, el ejemplo de Sturm lo había ayudado a convertirse en el hombre que era entonces. Mientras que antes no se había tomado demasiado en serio el entrenamiento y el deber, desde ese fatídico día que cambió el curso de la guerra, Liam se dedicó en cuerpo y alma al objetivo de convertirse en el mejor caballero. Pasó de ser frívolo y dado a la jovialidad, a ser serio y centrado. Nunca más olvidó la consecución de la excelencia y se dedicó por completo a la protección y la preservación de la Orden que Sturm Brightblade había salvado con su sacrificio.

Pero, en ese momento, parecía que el deterioro mental de Gunthar amenazaba con minarlo todo. No sólo había puesto la Orden patas arriba al proponer la fusión con los Caballeros de Takhisis y dar los primeros pasos hacia este objetivo, sino que el documento que supuestamente debería sentar las bases de la nueva Orden no era más que un simple borrador. Gunthar había prometido entregarlo a finales de año pero el solsticio de invierno estaba ya próximo: ¡tan sólo faltaban tres meses! Si las hojas esparcidas sobre el escritorio de Gunthar eran reflejo del estado de la obra, al Código y a la Medida Revisada le esperaba un futuro muy sombrío. Frustrado, Liam se mesó los mostachos y examinó la habitación con la mirada buscando un manuscrito más completo. Finalmente, conjeturó con optimismo que el montón de papeles apilado sobre el escritorio de Gunthar debía de ser las notas preliminares.

Liam oyó una voz al otro lado de la puerta y reconoció los habituales balbuceos de lord Gunthar. Oyó que decía «¿Ponche caliente?», como si invitara a alguien a entrar con él.

—¡Maldita sea, tiene compañía! —juró Liam por lo bajo—. Probablemente es lord Tohr. —El caballero se levantó de la silla y se deslizó rápidamente hacia la ventana mientras la puerta se abría. Liam salió a las almenas; pero, en vez de regresar a su propia alcoba permaneció unos momentos escondido tras la cortina. Su intención había sido hablar en privado con su superior, pero entonces tenía la oportunidad de escuchar lo que los líderes de las dos Órdenes planeaban.

La puerta se cerró y Liam oyó que Gunthar cruzaba el estudio para dirigirse a la alcoba. En unos instantes regresó y se oyó un crujido, como si alguien hubiera tomado asiento en una de las cómodas y grandes sillas de piel del estudio.

—¿Riesgo? ¡Tonterías, hijo! —dijo Gunthar, seguramente en respuesta a un comentario que Liam no había oído. El hombre se acercó un poco más a la ventana, con cuidado de no ser descubierto si el viento agitaba las cortinas—. Muchas veces vuestro padre arrojó su escudo frente a mí y me protegió con su cuerpo cuando yo estaba en el suelo.

«¡Así que es eso! —pensó Liam—. ¡El padre de Tohr Malen fue un Caballero de Solamnia! ¡No era de extrañar que Gunthar confiara en él!».

—¿Habéis fallado en el pasado, Sturm? —preguntó Gunthar a su invitado.

Liam se quedó sin respiración y se preguntó si había oído bien. ¿Acababa Gunthar de llamar a Tohr Malen «Sturm»? El Primer Jurista se estremeció por tamaña demostración de debilidad mental ante el enemigo.

—Entonces no albergo ningún temor hacia el futuro —dijo Gunthar.

Hasta ese instante Liam no había oído ninguna respuesta, pese a que Tohr Malen no le había parecido que tuviera una voz suave. El caballero empezó a preguntarse con quién hablaba Gunthar y, como respuesta a su silenciosa pregunta, oyó a Gunthar decir:

—Brindo por vuestra suerte en la batalla, Sturm Brightblade.

—¿Brightblade? —repitió Liam ahogando una exclamación. Entonces entró en el estudio y encontró a Gunthar solo frente a una silla vacía y con una jarra alzada en brindis.

Ante la inesperada aparición de Liam, Gunthar se dio la vuelta y, sin aparente cambio ni sorpresa, dijo:

—Ah, Liam. Justamente estaba tomando un poco de leche caliente antes de meterme en la cama. ¿Queréis acompañarme?

—Milord, yo estaba… paseando por las almenas y oí vuestra voz. ¿Con quién hablabais? —preguntó, acercándose a la silla vacía.

—¿Hablar? ¿Hablar? —repitió Gunthar confuso—. Oh, supongo que hablaba solo. Tengo este hábito. A veces ni siquiera me doy cuenta de que lo estoy haciendo.

—Supongo que habrá sido eso —respondió Liam con reserva.

—¿Qué me decís? ¿Un vaso de leche? —le ofreció el Gran Maestre.

—No, gracias. Me voy directo a la cama —rehusó Liam, y avanzó lentamente hacia la puerta.

—¿Entonces no habéis venido a hacerme cambiar de opinión? —bromeó Gunthar.

—Es demasiado tarde para eso, milord, ¿no es cierto? —replicó Liam—. No podemos echarlos de manera honorable, no después de que vos los invitarais, a no ser que hagan algo que traicione vuestra confianza.

—Ah, Liam —dijo Gunthar afectuosamente—, es por esto por lo que os he elegido para que me sucedáis a mi muerte. Vuestro sentido del honor no tiene parangón.

—¿Me habéis elegido, milord? —inquirió Liam.

—Pues claro, la Medida prescribe que el próximo Gran Maestre debe ser elegido por votación, pero yo he expuesto mis deseos claramente en mi testamento y dudo que nadie se oponga a ellos —respondió Gunthar.

—Me honráis, milord —dijo Liam al tiempo que hacía una ligera reverencia. Entonces abrió la puerta, se volvió para mirar cara a cara al Gran Maestre y preguntó—: A propósito de la Medida, milord, ¿hace progresos?

—Está casi acabada —respondió Gunthar con una amplia sonrisa—. Sólo necesito hacer los últimos ajustes, recortar por aquí o por allí, para que no haya malentendidos.

—Me alegro, milord —repuso Liam después de lanzar un suspiro. La duda le seguía atormentando pero se limitó a añadir—: Buenas noches, señor.

—Buenas noches, Liam —respondió Gunthar—. Felices sueños.

Un ceñudo Liam cerró la puerta y apoyó la cabeza contra el marco de madera, debatiéndose entre la lealtad hacia su superior y su deber para con la Orden.

Al otro lado de la puerta oyó que Gunthar cerraba la ventana y se sentaba en una de las sillas.

«La Medida no prevé que lord Gunthar sea relevado del cargo y él no atenderá a razones. Pero hay que hacer algo pronto o llevará a los Caballeros de Solamnia a la ruina», pensó Liam.

—¡Fizban! —gritó Gunthar en su estudio.