Cuando contempló a lord Gunthar, que atravesaba el patio para ir al encuentro del jefe de los Caballeros de Takhisis, a lady Jessica Rocavestina se le revolvió el estómago, no precisamente porque acabara de devorar la suficiente carne para alimentar a tres famélicos enanos, ni porque la tensa escena entre los caballeros y lord Gunthar hubiera sido interrumpida por la llegada de los enemigos más odiados por los Caballeros de Solamnia, sino porque nunca se hubiera imaginado que vería de tan cerca un Dragón Azul, y mucho menos una docena. Su aura mágica le había producido un sudor frío que ahora le corría por las mejillas y notaba el estómago como si se hubiera tragado un pedazo de hielo del tamaño de un Orbe de los Dragones. La dama no pudo evitar dar nerviosos toques al pomo de su espada cuando el líder de los Caballeros de Takhisis se paró al lado de la cabeza de su dragón y murmuró algo. Jessica se puso rígida y esperó alguna traición.
Pero nada violento ocurrió, por el momento. El comandante de los caballeros negros avanzó para reunirse con lord Gunthar en el centro del patio. Ambos hombres se estrecharon las manos, aunque no era fácil decir si se trataba de una encajada de manos amistosa o más bien de un pulso. Al Caballero de Takhisis se le marcaban los músculos del brazo como si estuviera estrujando la mano de Gunthar, y éste correspondía animosamente. Entonces, se dieron la vuelta y Gunthar gritó algo, a lo que los Caballeros Negros respondieron con un bramido y empezaron a desmontar de sus dragones. Por un momento, lady Jessica creyó que se disponían a atacar.
—Envainad la espada, dama —masculló el veterano guerrero que tenía a su lado.
Lady Jessica levantó la mirada y reconoció a sir Liam Ehrling junto a ella. La dama tembló con tan sólo pensar que sir Liam había estado junto a ella todo el tiempo y esperó no haber pensado en voz alta, un hábito fruto de su soledad casi continua. Jessica habitaba un viejo y destartalado castillo, con la única compañía de un anciano enano que se ocupaba de su caballo y de sus armas, y su misión era vigilar la frontera septentrional de las tierras de los caballeros. Era la primera vez, desde que era Dama de la Corona, que lord Gunthar había solicitado su presencia en un banquete en el castillo Uth Wistan, y allí estaba, asistiendo a lo que parecía ser un acontecimiento trascendental en la historia de la Orden. Lady Jessica se preguntaba qué pintaba ella en ese lugar y deseaba estar de vuelta en su frío y viejo castillo, cómodamente sentada al lado del fuego con un libro y una vela.
Aliviada al comprobar que, después de todo, los Caballeros de Takhisis no iban a atacar, lady Jessica volvió a envainar su acero. Los Caballeros Negros se reunieron en torno a su líder y lord Gunthar, y éste estrechó la mano de una atractiva dama que montaba el mismo dragón que el líder. Era bastante más baja que su superior, pero mostraba facciones similares, rizos negros como el azabache, húmedos por portar un macizo yelmo de dragón, y una nariz delgada, arrogante y casi aquilina; habrían podido pasar por hermanos. Entonces, un hombre ataviado con una túnica gris con capucha se adelantó y, después de saludar al Gran Maestre con una inclinación de cabeza, se retiró al fondo del grupo de Caballeros de Takhisis. Finalmente un caballero de cierta importancia avanzó y fue presentado a Gunthar. Al tiempo que inclinaba la cabeza se quitó el yelmo, dejando que su larga cabellera blanca y rizada se le derramara por la espalda. Cuando volvió la cabeza para decir algo a otro caballero, Jessica reparó en que tenía orejas delicadamente puntiagudas y se quedó sin aliento.
—Un elfo oscuro —susurró.
—Ésta no será la última cosa excepcional que se verá esta noche —masculló Liam, y Jessica se dio cuenta de que había expresado en voz alta sus pensamientos. Los elfos oscuros habían sido «desterrados de la luz» por su propia gente. Solos y perseguidos, solían aliarse con el Mal, ya fuera con los Túnicas Negras o con los clérigos de Takhisis. Jessica no sabía que los Caballeros Negros aceptaran elfos oscuros en sus filas, pero no le sorprendía. Su viejo maestro solía decir que el Mal no tiene prejuicios y acepta a todos igualmente. Cuando todos los dioses abandonaron Krynn llevándose con ellos la magia, los elfos oscuros buscaron otro camino, y la Orden de los Caballeros de Takhisis parecía el lugar perfecto para ellos. Pese a que la dama solámnica nunca había conocido a un elfo oscuro, la mera idea de su existencia le causaba aversión. En general, los elfos eran una raza noble, dedicada a la belleza y la glorificación de todo lo bueno, por lo que cuando un elfo caía en las garras del Mal, su caída resultaba especialmente trágica y horrible.
Una vez hechas las presentaciones, Gunthar atravesó el patio con todos los Caballeros de Takhisis a la zaga. Detrás de ellos los dragones batieron las alas, impacientes por marcharse. Mientras caminaba el anciano Gran Maestre charlaba animadamente con el jefe de los Caballeros Negros.
Cuando ya pocos metros de adoquín separaban a los representantes de ambas Órdenes, los Caballeros de Takhisis se desplegaron y se detuvieron para enfrentarse a sus homólogos. Por la posición que ocupaba, junto a sir Liam, Jessica se encontró en el centro de todo.
Gunthar y el líder de los Caballeros de Takhisis se dirigieron al final de la hilera de los solámnicos y el Gran Maestre empezó a hacer las presentaciones. Se detuvo frente a cada dama o caballero, y éstos se adelantaron y estrecharon la mano del jefe de los Caballeros de Takhisis y de los que, al parecer, eran sus lugartenientes: la menuda mujer de belleza despampanante y el elfo oscuro. El caballero vestido de gris, obviamente algún tipo de mago, se había deslizado al final de la fila y se mantenía distante, sin saludar a nadie y siendo evitado por todos. Lentamente, Gunthar fue avanzando hacia donde estaban Jessica y Liam, y la mujer notó que Liam se comportaba como si deseara estar en cualquier otra parte; no dejaba de murmurar entre dientes y, de vez en cuando, se le escapaba una maldición que podía ser oída por los demás. Algunos asentían para expresar su conformidad, aunque nadie decía nada en voz alta.
Mientras tanto, Gunthar ya había presentado a la mayoría de los Caballeros de la Espada y se acercaba al primero de los Caballeros de la Rosa, con los que había compartido mesa en el banquete. Jessica se salió ligeramente de la formación para mirar y escuchar.
—Sir Elinghad Bosant, Caballero de la Espada —presentó Gunthar al joven caballero que le había apoyado en el asunto del enano gully. Elinghad avanzó y estrechó con entusiasmo la mano que le tendían—. Lord Tohr Malen, Caballero de la Calavera —añadió Gunthar.
—Milord, es un honor —respondió Elinghad.
—Lady Alya Hojaestrella, Dama del Lirio.
Elinghad se inclinó profundamente y tomó la mano de la mujer.
—Sir Valian Escu de Silvanost, Caballero del Lirio.
—Quenta solari nen heth y mori —dijo Elinghad al elfo oscuro y tradujo—: Que las estrellas iluminen vuestro camino. —El Gran Maestre se mostró encantado de que el joven caballero fuera capaz de saludar al elfo en su propia lengua.
—Y también el de vos —respondió el elfo oscuro bastante sorprendido, y entonces lanzó una mirada a su superior. Lord Tohr asintió. La línea se movió.
—Lady Meredith Valrecodo, Suma Sacerdotisa…
—Sir Quintan Estafermo, Guerrero Mayor —dijo Gunthar, muy cerca ya de Jessica. La dama cerró los ojos y trató de calmarse. Estaba tan nerviosa que llevó la mano a la empuñadura de su espada y acarició las diminutas coronas doradas que adornaban el pomo.
—Sólo son personas —le susurró Liam para intentar tranquilizarla.
—Sir Liam Ehrling, Caballero de la Rosa y Primer Jurista —dijo Gunthar.
—Sir Liam, esperaba con impaciencia conoceros —dijo Tohr al tiempo que le tendía la mano.
—Yo no puedo decir lo mismo —replicó Liam secamente. Gunthar carraspeó y lanzó una mirada de súplica a su protegido. Tohr rebulló nervioso, pero siguió tendiendo la mano en señal de amistad.
»Porque lord Gunthar no se dignó anunciar vuestra llegada. Por favor, perdonadnos, esto ha sido una sorpresa —dijo Liam con una leve sonrisa. Entonces aceptó la mano de lord Tohr y la estrechó con fuerza. Gunthar lanzó un suspiro de alivio y presentó a los demás.
—Lord Ehrling —dijo Alya después de serle presentada—, espero que muy pronto podamos ganarnos su confianza. Para nosotros no es sencillo olvidar los viejos prejuicios.
—No creo que deban ser olvidados —respondió Liam diplomáticamente—, pero estoy seguro de que, con el tiempo, llegaremos a entendernos. —Alya sonrió y retiró la mano.
—Lady Jessica Rocavestina de La Fronda, Dama de la Corona —dijo finalmente Gunthar. Automáticamente la mujer tendió la mano y lord Tohr se la estrechó con fuerza. Jessica sintió que su mano desaparecía dentro de la manaza del líder de los Caballeros Negros.
»Lady Jessica reside en el castillo La Fronda, en nuestra frontera norte —explicó Gunthar.
—¿De veras? —inquirió Tohr con interés—. ¿Habéis tenido ocasión de ver al dragón Pyrothraxus?
—No, milord —respondió Jessica—, aunque una vez me pareció oírlo.
—La Fronda es uno de los castillos que será entregado a los Caballeros de Takhisis —dijo Gunthar. Jessica se sobresaltó y miró a su alrededor, confundida.
—Creo que esto es una novedad para lady Jessica —dijo Alya, que se adelantó y cogió la mano de la Dama de Solamnia.
—Sí, milady —admitió Jessica.
—Lo siento, pero he prometido esas tierras a lord Tohr. Desde luego, se os asignará otro destino —explicó Gunthar.
—Pero milord… —balbució la dama.
—¿Os habéis encariñado con el castillo? —preguntó Alya.
—Sí, milady. A mí… me encanta mi viejo castillo. Es como mi hogar.
—Entonces quizá podamos convencer a lord Gunthar para que os permita quedaros, como una muestra de solidaridad entre las dos Órdenes —sugirió Alya.
—Estoy de acuerdo —intervino lord Tohr—. No servirá de nada fusionar las Órdenes si mantenemos a los caballeros separados. Deberían empezar a trabajar juntos, a compartir alojamiento, comidas y obligaciones. Creo que cuando se den cuenta de que todos son caballeros de honor, nuestros prejuicios empezarán a desaparecer.
—Ya veremos —fue lo único que dijo Gunthar—. Hablaremos más tarde, lady Jessica.
—Gracias, milord —suspiró la dama.
Los líderes de los Caballeros de Takhisis siguieron adelante. Aprovechando que el elfo oscuro estrechaba la mano de un Caballero de la Corona cerca de ella, Jessica lo estudió para tratar de averiguar qué revelaban de su carácter sus rasgos físicos, tal como solían hacer los escritores de viejos libros. El caballero mostraba los delicados rasgos físicos propios de un elfo: nariz delgada, pómulos pronunciados, frente alta y ojos ligeramente rasgados, en forma de almendra. Su cabello, que le llegaba a los hombros no era totalmente blanco, como Jessica pensó en un principio, sino que mostraba algunos mechones de color caoba alrededor de sus puntiagudas orejas. Se comportaba con nobleza y miraba a los ojos de las personas con las que hablaba, al parecer sin avergonzarse de sus rasgos elfos.
Su armadura era negra mate, sin bruñir, para evitar reflejar la luz. Su principal motivo decorativo eran los lirios negros, que aparecían en el peto, grebas, brazales, yelmo y guanteletes, así como en la espada y su vaina. Los lirios se entretejían con calaveras de impúdica mirada y nudosas enredaderas espinosas. El lirio, la calavera y la espina eran los tres símbolos de los Caballeros de Takhisis, del mismo modo que la corona, la espada y la rosa lo eran de los Caballeros de Solamnia. Después de examinar sus espuelas, que eran asimismo negras, Jessica posó de nuevo los ojos en el rostro del elfo y descubrió que éste la observaba fijamente. La dama se sobresaltó y apartó la vista; pero, entonces, dándose cuenta de que se había comportado como si se sintiera culpable, se obligó a devolverle la mirada.
Pero el elfo ya había dado media vuelta y atendía a las presentaciones. Jessica se sonrojó, reprochándose a sí misma en silencio, y golpeó enfadada la empuñadura de su espada.
Acabados los prolegómenos, Gunthar condujo finalmente a sus invitados a la entrada principal del castillo. Allí se detuvo y dio media vuelta para mirar a los Caballeros de Takhisis.
—Honorables invitados, futuros hermanos y hermanas de armas —dijo en voz alta—, el banquete para celebrar este momento trascendental ya ha comenzado. No obstante, para conmemorar la unión de nuestras dos grandes hermandades, dentro de siete días tendrá lugar una gran cacería. Que el Caballero se una al Caballero contra un enemigo común, el gran jabalí Mannjaeger.
Todos los caballeros presentes, negros y solámnicos, prorrumpieron en vítores. Mannjaeger era una criatura casi mítica que se decía que habitaba en el gran bosque que cubría la mitad meridional de la isla de Sancrist. Era una auténtica pesadilla, tanto para los campesinos como para los viajeros, y muchos habían intentado cazarlo, aunque normalmente él acababa siendo el cazador. Unos pocos habían conseguido derramar su sangre, pero el jabalí había herido y matado a muchos más. Los bardos aseguraban que era inmortal, porque desde los tiempos de Vinas Solamnus se contaban historias de un enorme y peligroso jabalí que habitaba en el bosque de Sancrist. A la mayoría de los caballeros presentes le entusiasmaba la idea de medir sus fuerzas con un enemigo tan formidable.
Los vítores se prolongaron durante algunos minutos, y muchos empezaron ya a recordar cacerías pasadas y a discutir tácticas futuras. Finalmente los caballeros se calmaron y Gunthar añadió:
—Y ahora entrad con nosotros.
El Gran Maestre hizo una señal a sus caballeros para que dejaran paso libre a los de Takhisis, pero Tohr se detuvo justo en el umbral, se volvió y dirigió un brusco gesto a los dragones. Jessica notó que sir Liam se ponía tenso a su lado.
Uno a uno los dragones se agacharon y saltaron en el aire, desplegaron sus alas y empezaron a batirlas furiosamente. Lentamente se elevaron, pugnando por salvar los muros del castillo. El viento que levantaron creó remolinos que giraban alocadamente en el patio, aspirando chispas, cenizas y polvo hacia su interior así como vórtices de humo. Jessica tosió, parpadeó y se cubrió la cara. Cuando finalmente el viento amainó y el humo y el polvo se disiparon, el patio estaba nuevamente vacío, como si ningún dragón hubiera estado allí. Sólo un único rugido, desafiante y airado, resonó en el cielo.
—Pensé que los dragones se quedarían con vos —dijo Gunthar a lord Tohr.
—Lady Mirielle creyó más prudente que regresaran a Neraka —respondió Tohr suavemente—, hasta que el tiempo demuestre que nuestro acuerdo es permanente.
—Entiendo —replicó Gunthar y fue el primero en entrar en el castillo, con lord Tohr a su lado y los demás Caballeros de Takhisis a la zaga.
—Lord Gunthar, debéis comprender que a nosotros nos cuesta superar décadas de desconfianza. Y para los dragones, esta desconfianza se remonta a siglos, incluso eras. Tener a Dragones Plateados y Azules tan cerca es una invitación al desastre. Antes debemos demostrar que nuestros esfuerzos para lograr la paz y la unidad son sinceros —explicó Tohr—. Sería una lástima que todo se fuera al traste por culpa de unos cuantos dragones jóvenes y alocados.
—Es cierto —convino Gunthar, aunque su voz no sonaba muy entusiasta. Pero su rostro se iluminó inmediatamente y añadió—: En cualquier caso, veréis que el banquete en vuestro honor ya ha empezado. Algunos de nosotros ya nos hemos saciado. —Al oír estas palabras algunos caballeros gruñeron de satisfacción, pero unos pocos hicieron comentarios al efecto de que sería fácil persuadirlos de que cenaran otra vez, naturalmente para acompañar a los invitados. Gunthar prosiguió—: Pero nos sentiremos honrados de compartir la mesa con vos y vuestros nobles caballeros. Deben de estar hambrientos después de un viaje tan largo.
—¡Estamos famélicos! —rió lady Alya—. Y muertos de frío, aunque estoy segura de que podéis reconfortarnos, lord Gunthar, si es que las historias sobre vuestra bodega son ciertas.
—En realidad, cuando llegasteis estaba contando una historia sobre un particular barril de cerveza y dos visitantes inesperados que… —Gunthar sonrió.
Cuando el último de los Caballeros de Takhisis entró en el castillo, les tocó el turno de pasar a los Caballeros de la Rosa, seguidos por los de la Corona. Jessica se encontró justo detrás de sir Liam. Por delante resonaban las voces de lord Gunthar y Tohr, pero las ruidosas pisadas de tantos caballeros calzados con botas, el estrépito y el chirrido de las armaduras y los murmullos de docenas de conversaciones hacían imposible entender lo que decían los dos líderes.
Mientras se dirigían a la sala de banquetes, Jessica se percató de que sir Quintan se iba rezagando hasta quedar al lado de sir Liam. Los dos hombres caminaron lado a lado, con las cabezas juntas y cuchicheando algo. Cuando el grupo aflojó el paso para doblar una esquina y subir la escalera, la dama oyó sisear a Quintan:
—¡Treinta y seis caballeros! Sin los dragones, no entiendo para qué han venido.
—Pues yo me alegro de que los Azules se hayan marchado. Al menos ahora, si intentan algo no tendrán a los dragones para ayudarlos —respondió Liam.
—Pero ¿acaso la finalidad de todo esto no es que unamos fuerzas para hacer frente a la amenaza de Pyrothraxus? ¿De qué nos sirven treinta y seis caballeros? Necesitamos diez veces esta cantidad —susurró Quintan.
—No eran muchos más los Caballeros de Solamnia que defendieron la Torre del Sumo Sacerdote contra un ejército de millares —replicó Liam al tiempo que se disponía a subir la escalera de mala gana.
—Sí, pero nosotros no tenemos un Orbe de los Dragones.
—Treinta y seis Caballeros de Takhisis podrían ser decisivos en la batalla que se avecina —dijo Liam. Jessica se inclinó hacia adelante al subir la escalera para oír mejor.
»Si es que no se vuelven contra nosotros —añadió Liam en voz baja, como si hablara consigo mismo.